CAPÍTULO 2

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Samantha

Desperté de mala manera, no había dormido casi, ya que no pegue ojo después de tener una pesadilla.

Me levanté y miré adentro del armario, para después escoger una falda negra, un top gris, y una gorra blanca con el estampado de New York en negro combinando con las altas medias de color blanco.

Me vestí y esperé a Julieth en el porche, hasta que escuche el pitido de su coche como aviso de su llegada.

Cómo de costumbre nos quedábamos en silencio mientras conducía, disfrutábamos de la paz en el trayecto, me conocía bastante bien como para saber qué odio hablar cuando es por la mañana temprano.

—¿Qué tal? —decidió romper aquella paz a mitad del camino.

—Como la mierda, parezco la hija del conde Drácula.

—¿Trasnochando? —carcajeó.

—No hace gracia, he tenido una pesadilla.

—Conociéndote de seguro soñabas con que te casabas.

—Pues algo parecido —quitó la vista del volante por un momento para mirarme.

—Soy toda oídos.

—Sonará raro —volvió su mirada al frente—. Pero era el día de tu boda.

—¿Con un príncipe? —dijo sarcásticamente.

—No, con un asesino.

—¿Qué? —frenó en seco.

Habíamos llegado.

—¿Vamos ya a clase?

Salí del coche y cerré la puerta. Julieth  hizo lo mismo alcanzandome.

—Espera.

—Tenemos clase de... algo, no hay tiempo —seguí caminando.

—Pero si nunca te importan las clases, ni siquiera sabes cuál toca.

Resoplo. En cierta parte es cierto.

—¿Qué es lo que no me quieres contar? —me cogió del brazo.

—No es que no te quiera contar, pero es una tontería.

—Siempre nos hemos contado todo, qué mas da.

Me replanteaba si decírselo o no, pues en sí es solo una estupidez, sé que no ocurrirá y menos con aquella persona.

—De acuerdo, pues... no recuerdo muy bien, sé que tenía una niña a mi lado la cual me agarraba de la mano. Cuando te subiste al altar te quitaste el velo y la gente se sorprendió porque el novio estaba de espaldas a ti. No se le podía ver el rostro, pero al girarse, saco un arma y te la puso en la cabeza. Así que me decidí por meterme en medio recibiendo el disparo.

—¿Y tenías miedo a contármelo? Tranquila siempre estaré aquí para ti, ningún esposo asesino me detendrá — reí.

—Lo sé, por eso te dije que no hicieras caso es una tontería.

—No lo es, comprendo que te asustará. ¿Lograste ver el rostro de mi supuesto comprometido?

Me quedé unos momentos en silencio.

—No —mentí.

—Pues desgraciadamente no podemos ver quién es para matarlo antes —bromeó—. Vayamos ya a clase.

—¿Qué nos tocaba?

—Gema.

—He dicho que, no quién, ¿Tú crees que yo me sé los nombres de los profesores?

Amar hasta quemarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora