Capítulo 5

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Dicen que cuando vas a morir, tu vida pasa por delante de tus ojos. En mi caso es diferente, yo no sabía que iba a morir. Sí, al parecer me accidenté, y sí, recuerdo vagamente que el pensamiento de la muerte pasó por mi cabeza, pero, aun así, era imposible verlo como un hecho tan concreto como el de ahora.

No obstante, la esperanza inicial me atacó como un parásito, obligando a mi mente a bloquear el recuerdo del impacto. Creció dentro de mí mientras movía mis dedos y respiraba. Cuando la fase inicial acabó, cuando la realidad venció a la esperanza como usualmente lo hace, esta trató de dar un golpe con su último aliento. Y creí que despertaría de una burbuja que mi inconsciente creó. Finalmente, la esperanza cedió, y cedió con ella la venda que cubría mis ojos llenos de ingenuidad. Fue entonces y sólo entonces que asimilé que moriría. Que madre no lloraba por su hermoso Nissan Versa. Lloraba por mí. Y cuando yo lloré con ella, también lloraba por mí. No habría despertar. No habría nada. Después de esto, solo quedaría oscuridad.

Supongo que ya era tarde para la cinta de película que contenía toda mi infancia y mi adolescencia, porque no llegó. No vi nada. Seguir pensando en ello lo haría más real y más doloroso.

Cuando la doctora regresa, me planto al lado de mamá, que se había puesto de pie. Quiero escuchar cómo resultó todo y no quiero. Para mi suerte, esa decisión no me corresponde porque de todas formas no puedo escuchar más que el usual ruido engorroso proveniente de las personas. Sigo a mi madre cuando es guiada por la mujer de bata a algún lugar. Y entro con ella a la que sería mi habitación en cuidados intensivos.

Contengo el aliento.

Mi rostro no era mi rostro. Mis manos no eran las mías. Mis brazos estaban cubiertos de manchas moradas y verdes. Mis pies hinchados, mi cuello rodeado por un artefacto extraño y enorme que cubría parte de mi cabeza, creo que para sujetarla.

Verme a mí misma me resulta tan repugnante que tengo que darme la espalda y dejar, por primera vez desde que la vi en la carretera, a la mujer a la que acababa de destrozar el corazón entero.

Camino sin rumbo por todo el hospital, sin dignarme a visitar ninguna habitación, ya había visto demasiado sufrimiento. Suficiente para toda una vida. Casi me río de mi mal chiste. Casi.

Una vez dado por sentado que el coma era un hecho, trato de recordar lo que sucedió antes de despertar en medio de la carretera. Puedo asegurar que en ese momento no recordaba nada. Todo se basó en especulaciones por mí misma, hasta que las evidencias se volvieron tan tangibles que dejó de ser posible ignorarlas.

Un accidente, por supuesto, de eso no cabe duda. Yo saliendo de la capilla donde se veló a Noah. Yo manejando hacia el entierro mientras hablaba con Charlie a través del celular. Yo aumentando la velocidad porque era muy probable que no llegase a verlo. Hasta ahí llego, de momento. A la carta. Mi ridícula declaración de amor. ¿Qué sentido tiene ahora? ¿Yo ocasioné esto, entonces? ¿Mi afán por querer llegar a tiempo? Presiento que hay algo más, sin embargo.

— Kendall —mi mirada se levanta automáticamente, buscando al dueño de esa voz.

Ahora lo recuerdo. Yo no fui la causante del accidente. Fue él. Él me causó esto. Él dijo mi nombre y yo desvié la vista, pensando que se trataba de alguien con Charlie. ¿Cómo se me había podido pasar ese importante detalle por alto? ¿Cómo, si se trata de mi verdugo?

— Kendall —vuelvo a escuchar, una palabra clara como el agua que corre en manantiales, en medio de sonidos turbios y opacos.

—Tú, de nuevo —le digo a la nada, sintiendo la ira enardecer en mi interior. Sea quien fuese, esta persona era la responsable de que estuviese ahora allí parada. De arruinar el Nissan Versa de mamá. De hacerla llorar. De casi matarme.

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