Había una vez un chico que lo tenía todo.
Sí, eso lo definiría.
— No era millonario ni famoso —continúo—, pero tenía una familia unida, tenía los juegos que quería, los amigos que quería, la vida que quería —sonrío, mordiendo la piel de mi labio inferior—, o, bueno, que creía que quería.
Había una vez un chico que lo tenía todo, y no lo supo valorar.
Había una vez un chico que era un completo idiota.
Más crecía, más engreído se volvía. Más petulante, más arrogante. Y, a pesar tener el hechizo para él solo, no era suficiente. Quería más. Quería... En realidad, ni siquiera sabía qué quería. Su perfecto hogar era un caos cuando él estaba alrededor y su bonita familia parecía apreciarlo más cuando estaba ausente. Y tenían motivo, por supuesto: él no hacía más que quitar a otros, tomaba piezas de cada persona que conocía y las utilizaba para tejer una venda que cubriría sus ojos cada vez que lastimara a alguien.
Había una vez un chico que vivía del resto, vivía de sus opiniones, de sus elogios, de sus atenciones, de sus críticas.
Había una vez un chico que era... Una especie de parásito. Sí, algo así. Algo así era. Una sombra, eso era, una sombra que no quería darse cuenta de que era una sombra.
— Había una vez un chico malo —concluyo—, malo por el simple placer de ser malo.
Había una vez un chico que creía tener el mundo en sus manos.
Y, de repente, el mundo, su mundo, se quebró por completo.
Una sola noche tomó para que la burbuja en la que tanto se había esforzado por mantenerse dentro explotase. Una sola noche, y su bonita familia ya no existía. Un par de días, y su perfecto hogar ya no existía. Un par de semanas, y todos los juguetes encontraron nuevos dueños. Un par de meses, y el dinero había desaparecido... Por su culpa.
— Y, bueno, él dio por sentado lo que poseía. No se percató de la fragilidad de lo que lo rodeaba. Abusó de la bondad de ciertas personas, se dejó llevar por la malicia de otras. No le importaba nada, no se arrepentía.
Hago una pausa, hilando mis pensamientos. Todo esto tiene un punto. Intento concentrarme y no dejarme llevar por la vergüenza y el remordimiento que surgen gélida e inherentemente en mi pecho cada vez que pienso en el tema. Cosa que es constante.
— Había una vez —la escucho murmurar— un chico que utilizó metáforas muy evidentes.
Cuando mis ojos topan con los suyos, ella sonríe tímidamente. Claro que tenía que bromear en un momento así. Esa es ella. No puedo evitar sonreír.
— ¿Demasiado obvio? —pregunto, ligeramente abochornado.
Ella asiente, sus rizos pardos que reflejan en rojo la luz de la luna bailotean enmarcando su rostro. Deslizo la mirada hacia sus labios sin pensarlo demasiado. Están rosados y húmedos debido al algodón de azúcar y lo mucho que tuvo que relamerlos para no dejar restos después de cada mordisco. Es difícil enfocarme en el objetivo de toda esta historia si ella es quien hace de receptor.
— ¿Podría ... Preguntar por qué me cuentas todo esto? —dice, mirándome con suavidad, llevando el rumbo de la conversación a otro lado y brindándome la clara opción de dejar de atravesar todos los sentimientos asfixiantes que siempre produce hablar desde ese lado sombrío y retorcido del espejo.
Sin embargo, esa es una buena pregunta. ¿Por qué? ¿Por qué ella? ¿Por qué, si lo más probable es que ya no quiera verme si se da cuenta de que la persona que le gusta no es como se imaginó?
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Fantasmas
Teen Fiction»Amante del mundo paranormal o no, una chica en coma siempre terminará sumergida en él.« Con el esoterismo como marca de sangre en todo su linaje, Kendall está muy a gusto manteniendo su distancia con lo sobrenatural. Sin embargo, las cosas cambian...