Capítulo 8

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¿Es necesario repetir que el laberinto de pasadizos que se entreveran unos con otros de a forma desordenada es un sitio totalmente indómito para mí? Supongo que no. Aun así puedo decir, con total orgullo, que puedo arreglármelas para moverme a través de ellos como si tuviese los planos del edificio grabados con sangre en la memoria. No me malentiendan, que de verdad no sabría cómo llegar al baño. Me siento, ahora sí, como un sabueso. ¿Existe un animal que vaya persiguiendo la energía de las personas? ¿Sería muy raro?

Lo más curioso es que a veces la siento al final de un pasillo sin salida, o que da a una habitación, y tengo que regresar por donde vine para tomar otra ruta. Con cada paso que doy, me siento mejor. Es el efecto que tiene mi madre en mí, estoy segura. Puedo sentir lo mismo que sentí cuando estuve a su lado en la ambulancia.

— Tenías razón —digo, mirando al frente, caminando con las manos en los bolsillos.

Ahora que sé a dónde voy tengo espacio en mis archivos para pensar en otras cosas. Como, por ejemplo, el asunto de Mas. Había tanto que quería preguntarle. Demasiadas cosas que desconocía. Además, supongo que tengo que dejar de evitar el sentimiento de familiaridad que hay en ese hombre.

Él me mira, lo sé, pero no le devuelvo la mirada. Lo que estaba a punto de decir es algo que no se oye de mi boca todos los días.

— Tenías razón —repito—. Lo siento. Y gracias.

¡Bum! Una disculpa y un agradecimiento en una sola oración. Este es un momento épico; realmente espero que Mas sepa valorarlo.

Al parecer, lo hace. Porque sonríe y ... Maldición, ¿he dicho lo hermosa que es su sonrisa? Qué envidia. Denme una así a mí también. Puedo fácilmente volver a enojarme porque él es el de la sonrisa linda entre los dos. Sin embargo, es difícil impresionarte cuando llevas enamorada del chico perfecto desde tus 13.

— No es nada.

— Pero, en serio, Mas, ¿por qué lo hiciste?

Se queda en silencio un rato, como pensando su respuesta.

— No me digas Mas.

Después de como cinco minutos de silencio, ¿es todo lo que se le ocurre decir? ¿Es esa toda su creatividad? Y encima lo hace ver como que va totalmente en serio.

Hombres.

— ¿Ese no es tu nombre? ¿Mas? ¿Tom? ¿Mas?

Mis ojos se abren más cuando me doy cuenta. Un puzzle tan sencillo. Tom. Mas. Thomas.

Él vuelve a reír cuando ve que por fin di con la respuesta de dos más dos.

— Sólo ellos me dicen Mas, —continúa—, está patentado. Si quieres llamarme así, tienes que negociar con ellos.

— Entonces, ¿cuándo me dijiste que no te llamara Mas, lo hacías para salvarme de gastar mi dinero?

— Estoy salvándote mucho últimamente. Ve sumando. Ya me vas debiendo bastante.

Ruedo los ojos. Si Thomas quería mi dinero fantasma, pues que lo tuviese.
Hablando de fantasmas...

Disminuyo la velocidad de mis pasos conforme me acerco a la multitud. Ugh. Gente. Aún no salgo del trauma de mi más reciente accidente y ya tengo que revivirlo.

Thomas se tensa a mi lado; obviamente algo lo incomoda. ¿Será que él tampoco es fan de las masas? Sin embargo, el hecho de que apoye una mano en mi hombro a modo de apoyo moral, me da a pensar que puede que sólo esté preocupado por mí.

— ¿Por qué hay...? —intento abrirme paso entre ellos, pues de alguna forma bloquean mi camino hacia mi madre, que ya no está lejos.

— Eh, no, no —un señor de unos 60 años me toma del brazo—. Si quieres pasar, ve a la cola.

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