Capítulo 41

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Toda risa queda sofocada por una primigenia sed de venganza, y me veo, de repente, gateando hasta donde Mas se revuelca de risa para ... Exactamente no sé para qué, si evidentemente él es más fuerte, pero la venganza no conoce de razones ni contradicciones, así que me lanzo encima suyo. Pero él desaparece en un chasquido. Levanto la cabeza inmediatamente, agitada, buscándolo con la mirada. Veo un movimiento proveniente de una de las cortinas que cubren las puertas de vidrio del balcón. Dado que las puertas están abiertas, las cortinas están separadas, por lo que es fácil ocultarse en ellas; sobre todo porque, al estar retraídas, cubren principalmente la pared al lado de dichas puertas, y, desde donde estoy no puedo avistar esa zona en absoluto. En un parpadeo, aparezco detrás de Mas, que recobraba el aliento pegado a la pared.

Se incorpora velozmente –pues estaba de cuclillas– y yo arremeto contra él. Él atina a cubrirse con sus antebrazos mientras mis manos buscaban cualquier espacio en el que puedan ser libres de hacer cosquillas. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Golpearlo? Ni en sueños. No soy de ese tipo. En dado momento, intenta tomar mis manos para detenerme, pero me adelanto y lo empujo, apañándomelas para trabar una de sus piernas y tumbarlo al suelo. Antes de caer, vuelve a esfumarse.

Mis sentidos se agudizan mientras todo mi cuerpo se prepara para atacar en cualquier dirección al más mínimo movimiento que perciba. Vuelvo frenéticamente mi cabeza a ambos lados. Mi vista se clava en la puerta, donde, por debajo, una extraña niebla negruzca y opaca empieza a entrar. Intento descifrar qué es, mas un objeto grande y contundente me golpea en la parte posterior de la cabeza, tumbándome hacia delante. Caigo de rodillas, apoyándome en mis manos clavadas al suelo.

— ¿Una almohada? –digo, rodando para esquivar otro almohadazo— ¿En serio?

Aparezco al lado de la cama y tomo otra almohada. En lo que estoy agarrando dicho objeto, un golpe aún más violento me hace caer hacia la cama. Vuelvo a rodar, me arrodillo sobre las mantas y le devuelvo a Mas los golpes. Una batalla sangrienta y feroz, sin conocimiento de la conmiseración. Las cosas empiezan a volar por el aire, arrojándose ellas mismas al otro lado de la habitación. Los estantes tiemblan y las cosas sobre ellas repiquetean, aterrorizadas de estar lo suficientemente al borde como para caer. La bonita araña de cristal que decora el techo juega con la intensidad de la luz que proyecta. Es decir, la habitación es un caos, un completo desastre. Y sé que no todo ello es obra de Más.

Por un momento, se le cae el arma de las manos. Aprovechando, me impulso hacia delante para empujarlo con toda la fuerza que mi almohada –ahora– desplumada puede reunir, pero él se agacha y me tira hacia atrás con todo su peso. Busco desaparecer, mas rápidamente se hace de uno de mis brazos y me retiene.

Mi pecho sube y baja veloz y vehementemente con cada respiración. El esfuerzo físico incrementa el ritmo de mi palpitar, y los jadeos de dos personas exhaustas después de protagonizar la pelea de almohadas más extraordinaria y más ridícula de la historia de peleas de almohadas inundan la estancia. La iluminación acaba por ceder y apagarse del todo, los objetos vuelven a estar quietos y el desastre se deshace de su ilusión poco a poco.

Sumidos en la oscuridad propia de la madrugada, y privados del sentido de la vista, el tacto intensifica su trabajo en el organismo, y, de repente, ambos somos muy conscientes de nosotros.

Y puedo describirlo.

Debido a que me había empujado él con su hombro impactando mi abdomen, ahora él se encontraba sobre mí, su torso cubriendo el mío y su frente apoyada en la cama, al lado de mi pecho. Una de sus rodillas se hincaba en el colchón, la otra apenas se apoyaba, pues su pie aún tocaba el suelo.  Dado que yo estaba arrodillada, tengo mis piernas recogidas a ambos lados, mis rodillas aún dobladas. Su mano derecha sujeta fuertemente mi antebrazo izquierdo, mientras mi otra mano está por encima de mi cabeza, mi brazo levemente estirado en diagonal.

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