Capítulo 25 - MAS

185 40 3
                                    

Kendall da un respingo cuando toco el cristal de su puerta corrediza. Lo cual se me hace divertido, porque estaba tan ensimismada que hasta la mínima brisa pudo haberle generado una reacción.

Está de pie frente a mí, sin embargo, me da la espalda y no está cerca. Solo desvía la atención de su madre hacia mí un par de segundos, para luego cruzarse de brazos y seguir observando.

Un par de segundos. Eso es todo lo que me dedica después de haber irrumpido en la habitación de Ben y haberme sacado de allí.

Vuelvo a hacer sonar el cristal con mis nudillos.

Escucho un suspiro. Ella solo vuelve su cabeza y me mira por sobre su hombro. De nuevo. Y esta vez fue incluso menos tiempo que el par de segundos anterior.

— ¿Por qué tan lejos? —pregunta, sin siquiera verme.

— No pude aparecer más cerca —respondo con la verdad. Para mí esto no es nuevo, pero ella no lo sabe.

— ¿Qué? —por fin me dedica su atención completa y se dirige hacia donde me encuentro parado—. ¿Qué quieres decir?

Se planta a un metro de mí y me mira con las cejas ligeramente unidas. No está para bromas. Qué bueno, porque esto definitivamente no es juego.

— Que no pude aparecer más cerca —repito, y, aunque mi expresión no lo manifieste, y a pesar de la seriedad tan profundamente marcada en el ceño de Kendall, la situación no puede evitar divertirme un poco.

— Sí te escuché.

A eso me refería. Es tan fácil enojar a Ken en momentos como estos. Solo necesitas hacerle creer que está perdiendo tiempo, sea porque repites algo que ella perfectamente entendió o porque te demoras realizando determinada acción a propósito.

— Lo sé.

— ¿Entonces por qué lo rep-? —se interrumpe a sí misma—. ¿Vas a entrar?

— ¿Quieres que entre?

— Estoy pensando que, a lo mejor, no.

Sonrío internamente. Soy consciente de que este no es el momento adecuado para ponerme en este plan, pero es realmente difícil contenerse cuando Kendall está allí, luciendo muy irritable.

— Suerte, entonces —me alejo un paso, dándole a entender que pienso desaparecer en cualquier instante.
Sorprendentemente para mí, funciona. El orgullo de Kendall es pisoteado por ella misma cuando toma mi antebrazo y tira de mí hacia dentro del salón. Por supuesto, las cosas no salen como ella quiere, y ni una sola parte de mí logra atravesar el cristal.

— Oh, demonios, ¿ahora qué pasa?

Veo a Kendall retroceder un rato, probablemente pensando "¿¡Por qué nada me sale bien!?"

— Quizá debas intentar más fuerte —sugiero, con la certeza de que haga lo que haga, al final, no conseguirá nada. Así que, técnicamente, estoy jugando, otra vez.

Pero ella lo hace.

Tira de mí con tanta fuerza que mi cuerpo queda pegado cual pegatina a la puerta. Y, como se da cuenta de que eso no será suficiente, sale (atravesando el cristal sin problemas), se posiciona detrás de mí y apoya sus manos en mi espalda.

— ¿Qué rayos crees que-? ¡Au!

Mi pregunta se ve interrumpida por un quejido de dolor que hubiese sido real de haber estado dentro de un saco de carne lleno de nervios. Kendall me está empujando desde atrás. Pobre ingenua. Tiene tanto que aprender.

— Los fantasmas no sienten dolor —responde simplemente.

— Touché —logro articular, con mi mejilla aplastada cruelmente al vidrio por una fuerza sobrenatural cuyo nombre empieza con K y termina en Endall—. Pero, en serio, ya detente. Esto se ve raro.

FantasmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora