Capítulo 56

22 3 1
                                    

El dolor abraza cada uno de mis nervios, o lo que quede de ellos. Otra vez. Mancilla mis músculos, me extrae el aliento, me hace perder el equilibrio, el poco control que mantengo sobre mi misma. Y nuevamente me dejo llevar por él. El dolor está bien, me repito, el dolor es bueno.

No sé cuántas veces llevo intentándolo, pero desde hace 3, creo haber aprendido la secuencia casi a la perfección: Me abro paso trabajosamente dentro de mi cuerpo, empujando hasta penetrar sus barreras -que se muestran más reticentes conforme lo sigo intentando-, aun sea esa la parte más sencilla. Un segundo después, tengo que soportar una especie de agonía inconcebible... Su agonía inconcebible: Las agujas en los brazos, la garganta a punto de reventar, la extrema incomodidad en la espalda, sus heridas producto de estar sobre ella todo el tiempo, la incapacidad de mover una sola articulación... Y, al final, el aterrador sonido que mis sentidos interpretan como una eterna e inmutable línea recta, aquella que representa la culminación de otro intento fallido.

Piiiiii.

Las memorias desfilan una vez más por mi cabeza; las recorrí todas y cada una en cuestión de milisegundos. Un instante después, soy expulsada violentamente de quien se supone debe contenerme. Un brillo cegador perturba mi vista y la oscuridad vuelve a recibirme. Junto al suelo. Mis ojos pueden tardar en adaptarse, pero no mi capacidad extrasensorial. Así que, ahí están ellos. Los puedo percibir, figuras que aumentan en número y me observan en silencio. No estoy segura de sus intenciones, son variadas, pero la mayoría parece sentir lo mismo: lástima.

¿En qué momento me llené de espectadores?

Me incorporo, con la energía tan por los suelos como yo hace un momento. Cada paso me supone un nuevo mareo, no puedo permitirme caminar siquiera en línea recta, por lo que me doy tumbos en dirección a la Kendall en la camilla.

— Por favor —le susurro, a modo de súplica. Acerco mi rostro al suyo y cierro los ojos, tratando de aspirar el mayor aire posible en dos respiraciones profundas—. Esta vez, sí. Por favor.

Me sumerjo en su consciencia, después de batallar contra sus murallas nuevamente. Y el dolor, por sí solo, es capaz de arrancarme un alarido que jamás nadie oirá.

Piii.

Más imágenes. Otro flash. Mi brazo y mi cadera vuelven a impactar contra el suelo, mi cabeza rebota contra él de una forma casi ridícula. Trato de controlar mi respiración errática, cada vez es más difícil. Entre jadeos, mis manos buscan apoyarse en las frías baldosas debajo de ellas, pero mis brazos no pueden mantenerse y vuelvo a caer en una posición tan patética que me arrancaría una risa o dos de tener fuerzas suficientes.

Lo intento nuevamente. Mi sentido del equilibrio sigue bastante perturbado, tropiezo varias veces de regreso a la camilla. Pero no importa. Tengo que regresar. Así que eso me dispongo a hacer.

Piiii.

Esta vez caigo de espaldas.

Nuevamente.

Piii.

No.

Otra vez.

Piii.

Nada.

De nuevo.

Piii.

Tengo que regresar.

Piii.







Las lágrimas se acumulan detrás de mis pestañas. La habitación ha perdido todo color, todo sentido, es como si estuviera aquí y no estuviera al mismo tiempo. Oscuridad y luz coexisten en mi campo de visión como pequeños flashes que aparecen y se desvanecen en todos lados a cada instante. Ni siquiera puedo plantearme levantar mi rostro. Enfocar un solo objeto es una tarea imposible.

FantasmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora