Capítulo 36

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Odio no poder dormir. Dormir era uno de mis más grandes placeres. Soñar, más que cualquier otra cosa; pero dado que los sueños son inherentes al sueño, no me queda más que resignarme a la nostalgia producida por la cruda negación de la vida a mi vía de escape más efectiva. Quiero decir, no es necesario ser Houdini para escabullirte de tu realidad un momento, basta con dormir, abrir esa puertecilla escondida en lo más inhóspito de la conciencia que te dirige a una escena –o historia– tan aleatoria como sólo un sueño puede permitirse serlo.

En otras palabras, odio no poder dormir porque me da más tiempo para reflexionar sobre mi vida y la de los demás. Eso es.

Me apoyo en la pared al lado de la ventana que da a la calle. Es domingo, tan domingo, que incluso el clima (brillante y soleado) exuda domingo. Las nubes parecen algodones gigantes, y me pregunto si, ahora que no peso nada, podré ser capaz de montar en una y saber qué se siente.

Suspiro, volteando a ver a la Kendall en la camilla, como acostumbro a hacer cada vez que estoy en esta habitación. Noah no puede estar aquí jamás de los jamases, eso lo tengo claro. Eso significaría mi fin, nuestro fin. Siento que le he mentido tanto, que ya no hay más salida que seguir mintiendo. Y Mas.. Bueno, no estoy segura de cómo su energía afecta el ambiente (por lo que me va explicado) pero no creo que haya inconveniente. La única vez que estuvo aquí, se mantuvo en la puerta, y creo que eso se debe a que él es consciente de sus límites. Es mejor dejarlo así. Hablando de él, apenas le comenté que Ben lo buscaba para despedirse, se marchó. Lo que me llevó a recordar que yo no lo había hecho. Por lo que lo seguí. Fui la primera de los dos en decir adiós (obviamente no dije solo 'adiós', hubiese sido muy raro; se me entiende). Era obvio que tenía que dejarlos solos, así que aquí estoy. Decepcionada por no poder dormir y  pensativa después de toda la información que Mas soltó horas atrás. Juego distraídamente con las mangas de mi vestido. A veces ni siquiera sé por qué me sorprende que se vaya tan a los extremos. O no revela nada en absoluto, o suelta bombas de información que cambian significativamente la perspectiva de una persona.

Aún soy capaz de recordar al detalle su expresión mientras hablaba de sí, de su vida y después de ella: mirada evasiva, cejas juntas, mandíbula tensa. Posiblemente haya sido la primera vez que se lo narra a alguien.

— Mi niñez fue... como fue —decía—, no la mejor, pudo haber sido peor. Sé lo que estás pensando, no lo digas. De hecho, mejor no digas nada hasta que termine. Como sea, viví en esas familias donde papá pega a mamá, mamá al hijo y el hijo, a la almohada. Sabes a lo que me refiero. Mi padre tenía... cierta inclinación a la bebida. Cada vez que tomaba demasiado, llegaba a casa muy violento, y ... Te haces una idea de a quién buscaba primero para armar pleito.

» Yo iba a la escuela, como todos, pero no tenía buenas notas; y mis compañeros no eran agradables conmigo, ya sabes. Tuve que aprender a defenderme a las malas. Así fue como un día me metí en una pelea con el hijo de la directora. Supongo que eso marcó todo. Llamaron a mi padre, y él llegó a casa vociferando que lo humillaron, que lo condicionaron y que tuvo que hacer malabares para que su reputación no se vaya a la mierda por mi culpa. Estaba exagerando, obviamente, sé que solo buscaba una de excusa para irse al bar de nuevo. Cuando llegó esa madrugada, yo era su blanco. Sólo eché llave a mi habitación y me cubrí todo el cuerpo con la cobija, pero no pude dormir, esa noche los gritos de dolor de mamá eran más fuertes de lo que jamás había escuchado. Y así todas las noches a partir de aquella: él llegaba borracho, me buscaba, preguntaba, si madre no le decía lo que quería oír, la molía a golpes —me miró de reojo, leyéndome el pensamiento—. Sin embargo, si te soy sincero, mi madre no era mucho mejor. Siempre creí que yo no le importaba, ¿sabes? Sentía que era un estorbo, y, si no fue así, ella se esforzó en que parezca lo contrario. Ese día, la primera vez que mi padre me marcó como siguiente saco de boxeo, pensé que ella me delataría al instante, agradeciendo al cielo el que ella se haya librado de la golpiza; pero, cuando no lo hizo, sentí... No lo sé, esa conexión que deben tener los hijos con sus madres... Y creí, yo creí que me defendía porque me quería. Eso fue suficiente para que, una de esas noches, me interpusiera entre ambos en plena sesión de golpes. El problema era que... yo no sabía que ese sujeto no tenía planeada solo una sesión de golpes. Vi el cuchillo cuando ya estaba clavado profundamente en mi abdomen. Se podría decir que salvé a mi madre, era obvio que aquel ataque no era para mí. Así fue como morí.

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