Capítulo 27

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Mis dedos trazan su camino desde una de las sienes hasta la mejilla de la Kendall en la camilla, casi con cariño. En algún momento tendré que tratar de nuevo. Mentiría si dijese que no estoy asustada. Mis dedos tiemblan de solo pensar que volveré a atravesar la claustrofóbica sensación de estar atrapada en un cuerpo que ya no conozco. Ya no me conozco. El dolor y la incomodidad física extrema que sentí la primera y única vez que lo intenté serán mucho peor esta vez. El miedo es mayor esta vez.

Y no me malinterpretes,  quiero regresar; pero, a la vez, temo dar el paso que se requiere para llegar a ello. Así que ahora solo puedo limitarme a acariciar mi rostro, que ya no parece tan magullado, como un recuerdo constante de mi cobardía. Además,  aún tengo tiempo,  ¿no? Usaré algo de ello para envalentonarme y volver a intentarlo después.

Mis ojos se desvían de la Kendall durmiente y se dirigen a mamá, que lo primero que hizo apenas terminó su catastrófico experimento fue correr hacia el hospital. Correr en sentido figurado,  obviamente, el hospital está a no menos de una hora a pie desde mi casa, veinte minutos en transporte público.

Su rostro relajado, sus ojos plácidamente cerrados, duerme sentada en el sofá azul frente a mi cama. Azul. Amo ese color. Tiene una cobija encima, pero eso no significa que parezca del todo cómoda pasando el resto de la noche en esa posición.

Madre. La persona a la que mas amo y lastimo sin querer. Esta batalla cuerpo-alma parece más suya que mía. Sin duda, le está pesando más,  la está sintiendo más.  Y todo es mi culpa. 

Me acerco a retirar un mechón fino de cabello de su cara, mas mis dedos no hacen mas que transpasarla, como si estuviese hecha de aire.

¿Por qué? ¿Por qué, si la tengo frente a mí...  por qué, si puedo verla, la extraño como nunca en mi vida? ¿Por qué está este hoyo negro lleno de vacío instaurado en mi pecho? ¿Por qué siento que cada paso que doy en su búsqueda, no hago más que alejarme de ella?

Las yemas de mis dedos se arrastran agónicamente a lo largo de su mejilla, con el miedo constante de que quizá mamá desaparezca en cuanto deje de tocarla.

Una lágrima se desliza desde la esquina externa de su ojo. Intento secarla con mi pulgar. No funciona. Intento detener las que siguen, entonces. No funciona.

La imagen me es tan desgarradora que opto por salir a tomar aire. La impotencia me es abrumadora, me asfixia. No quiero volver a llorar, quebrarme cual niña de mamá que siempre fui; por lo que salgo a esclarecer mis pensamientos. De alguna manera extraña,  la brisa nocturna tiene un efecto tranquilizador en mí. 

Es un pasillo largo y ancho. Las únicas ventanas que tiene son las que dan a las habitaciones, pero incluso ellas tienen cortinas. La única brisa que puedo encontrar aquí es la del aire acondicionado.

Atravieso el silencio y la tenue iluminación. En un lugar donde todos luchan por sus vidas, hasta los focos están cansados de pelear.

Mi saco rojo había vuelto a aparecer de la nada, y no sé si soy yo quien lo invoca o, de alguna forma que desconozco, ha desarrollado por cuenta propia una especie de inteligencia artificial y solo aparece cuando lo necesito. No me sorprendería ni la una, ni la otra.

Estoy completamente sola. Aunque, en realidad,  ya haya dejado de sentirme verdaderamente sola desde hace días.  Levanto mis mangas, dejando al descubierto el brazalete azul trenzado, el amuleto que no dejó ni un segundo el contacto con mi piel. 

Ay, Mas, Tom, Thomas, Tommy. ¿Qué más has estado ocultando todo este tiempo? 

¿"Hasta que lo descubras por ti misma"?

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