Capítulo 13 - MAS

476 81 6
                                    

Mi reflejo no es algo que quiera ver.

Sin embargo, me saluda, me devuelve la mirada; se cuela por el umbral de mi conciencia y lo percibo sin querer. El foco vendría a ser Benjamin, por supuesto. Él está del otro lado de la ventana, su pequeño y frágil cuerpo conectado insensiblemente a todo tipo de aparatos. Es estremecedor. Su madre ha salido a hablar con algunos doctores, revisar documentos que hay que firmar antes de despedirse de manera definitiva.

Podría hablar un poco sobre Benjamin. Podría. Mas no es algo que me plazca en demasía. Está asustado, es obvio. Todos lo estamos cuando vemos la cara de la muerte.

Supongo que lo que se debe saber de él, su historia, es que nació con el corazón ligeramente volteado. La punta de sus dedos y sus labios están teñidos de morado. Eso es lo único diferente en él.

Supongo que lo que se debe saber de él, su personalidad, es que nació para sonreír y para hacer sonreír al resto, nació para brillar y hacer brillar al resto, nació para soñar y para hacer soñar al resto. Sus bromas, su inocencia, su franqueza. Eso es lo que lo hace especial.

O hacía.

Yo acompañé a Ben el día del nacimiento de su hermana. Para entonces yo aparentaba ser un adolescente de 15 años. Él nunca pudo verme, pero sabía cuándo estaba cerca. No había necesidad del contacto visual. Él necesitaba hablar con la nada, yo me convertí en su nada. Él necesitaba contar su día a día a un diario, yo me convertí en uno. Compartimos un trozo de su vida por un largo tiempo. Es un chico increíble. Recuerdo que solo escuchaba, podía oír todo lo que decía desde que llegaba de la escuela hasta que dormía -usualmente con un libro en las manos-. Entonces me acercaba, tomaba el libro y lo cerraba, y lo depositaba en su velador. Al día siguiente, él no se asustaba porque se había acostumbrado a que sucedan este tipo de cosas, se había acostumbrado a mí. Y me hablaba. Me decía 'quien quiera que deje mi libro en mi velador, ¿puedes quedarte un rato y escucharme?'. Era gracioso, porque fingía mirarme aunque sólo terminase viendo a la nada.

Un día, él me preguntó mi nombre, sin estar seguro de recibir una respuesta. No sabía cómo hacérselo llegar. Y dudaba en dárselo. Sería abrir una pequeña puerta en la mente del niño, sería añadir problemas a su corta vida. Pero, días después, no me tomó mucho intentar coger un bolígrafo y escribir en la esquina del libro que estaba leyendo la noche anterior. Lastimosamente solo llegaron a verse las tres últimas letras, pero para él fue suficiente.

Pasé de ser 'el que recogía su libro' a ser Mas.

Podía hablarme durante horas. Siempre sonriendo, a pesar de que le dolía el cuerpo un día sí y otro no. Siempre sonriendo, a pesar de tener que privarse de jugar con sus compañeros o hacer educación física. Siempre sonriendo, a pesar de que los llantos de su madre se escuchaban desde su habitación. Siempre sonriendo, a pesar de saber que sus días estaban contados. Y siempre sonriendo, a pesar de darse cuenta que cada vez estaba peor.

Mi vida de mierda quedaba corta al lado de lo que él tuvo que atravesar desde bebé.

Quizá me quedé a su lado porque me demostró, de alguna forma extraña, que hay algo de luz incluso en la oscuridad más profunda, que se puede tomar oxígeno de incluso el pantano más fangoso.  Y él sonríe, no para tranquilizar a su madre, sino porque es realmente feliz. Su alegría es inspiradora. Él es inspirador.

Él no tenía ningún don, ninguna habilidad más allá de lo cognoscible. Él era un niño cualquiera. Y me percibió como lo haría una persona cualquiera.

Cuando me acerco a algún lugar, el ambiente cambia ligeramente, es casi imperceptible, pero la tensión y la ansiedad incrementan. Si permanezco, las plantas empiezan a marchitarse muy lentamente; los animales me aborrecen. A donde quiera que vaya, la mala suerte me persigue. Me persigue a mí, pero las víctimas están a mi al rededor. Hago daño a las personas sin querer. Soy tóxico.

FantasmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora