VI

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Capítulo 6: Es como un largo eco

-Hola... -la palabra y el sonido de la primera tecla del piano, se acoplaron a la lluvia que caía a raudales fuera, creando un juego impaciente y angustioso en mi estómago-. Me he vuelto a equivocar...antes de empezar...

Tragué saliva, mientras levantaba los ojos con lentitud, a observar la partitura que me miraba con amargura desde el mismo lugar de siempre.

Hace cuanto de la última vez
Me he olvidado de contar
No me mires así
Lo que tienes que decir,
Lo he escuchado ya

De vez en cuando miraba discretamente por el salón, queriendo espantar el miedo de su presencia.

Da el último sorbo al café
Levántate
Ya no hay nada más que hablar
Sabes, nunca he sabido ganar
Me he sentido tan pequeña
Sabes, te he gritado siempre en braille todas...

Detuve mis dedos y volví a tragar saliva. Ahora solo se podía escuchar la fuerte tormenta.

Me estoy quemando.

Unas eufóricas palmadas retumbaron en mi cabeza, pero a su vez, el sufrimiento también. Y no supe muy bien a qué dirigirme y darle la mano.

-Papá estaría muy orgulloso de ti, cariño -la suave voz de mi madre acaricio la habitación-. Solo desprendes arte.

-Eso lo dices porque eres mi madre -respondí yo, girando todo mi cuerpo hacia ella, apreciándola al detalle.

Vi como su boca dejaba en pausa su movimiento, dándome a entender que ya había descubierto que algo no iba bien.

-Puedes decirlo, no pasa nada -empujé yo-. No pasa nada porque digas que soy un cero a la izquierda.

-¿Qué? -mi madre pareció salir de su trance y avanzó hacia mí-. Natalia, yo nunca pensaría algo así de ti.

-Me voy a la habitación -me levanté con brusquedad de la butaca.

Mamá dijo algo más, pero no quise oír.





Treinta y cinco días habían pasado desde el último agridulce encuentro con Valeria. Sinceramente, me esforzaba por no pensar en ella, pero a casi todo el mundo le cuesta olvidar algo o a alguien. Y para mi estaba siendo difícil, ya que recuerdo con claridad como ese día podía escuchar mi respiración alta y fuerte, como las manos me sudaban y como los gritos se almacenaron en algún lugar de la fría habitación.

-¡Te quiero! -me dijo y me repitió-. ¡Natalia, no lo hagas! -dijo y repitió también. Y aunque esto no lo dijera aquel día, era inevitable que no se prolongara como un eco en mi cabeza: ¡Eres una puta zorra! ¡Vas a morirte sola! ¡Eres una asquerosa! ¡Estás horrible, horrible! ¡Voy a ser la burla de la oficina por tu culpa!

Valeria me había dejado jodida.

Después de buscar mis cosas -con vigilancia policial- en el piso que compartía con Valeria, no quise ser un problema para Mimi, así que volví como una fracasada a casa de mi madre, con dos maletas llenas de ropa y otras cuantas sobre la espalda, cargadas de pesadumbre.

No te preocupes por mi - AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora