No te preocupes por mi - Albalia

XII

Capítulo 12: Por un momento crucé al otro lado.

-ALBA'S POV-

El telón se abre.

Solo puede oírse la fricción de la tela de mi vestido y los pasos lentos golpear el chirriante parqué.

Cuando quiero darme cuenta, ya estoy situada en el centro del escenario, cegada por los focos que se reparten por todo el lugar.

-¡Alba, aquí! -se oye ferozmente. Es el primer grito que da pie a todo-. ¡Alba, aquí!

¡Alba!

¡Alba, aquí!

¡Alba!

Los gritos se concentran en la platea y no distingo quiénes vociferan mi nombre a causa de la deslumbrante luz.

Intento mirar, pero fallo.

¡Alba!

¡Aquí, aquí!

¡Alba!

Cierro los ojos con fuerza.

Las personas empiezan a reducir sus tronantes alaridos y todo pasa a ser un susurro grupal.

Finalmente, estalla el silencio en toda la sala.

-¿Fuiste tú? -pregunta uno-. ¿Lo mataste tú?

La luz cegadora pasa a ser una caricia en mi rostro y consigo abrir los ojos, poco a poco.

-¿Qué te llevó a matarlo?

Parpadeo repetidas veces, hasta que me doy cuenta de que un grupo de gente me mira pasmada, con cámaras, grabadoras y micrófonos en sus manos. Sus ojos están expectantes, esperan la respuesta adecuada.

-¿Qué te hizo ser una asesina? -abro los ojos con espanto y doy un paso hacia atrás-. ¿Qué fue lo que te llevó a matarlo?

Sigo caminando hacia atrás.

En ello, mis piernas se enredan y tropiezo por culpa del largo vestido.

Las personas se van haciendo más cercanas y más grandes.

Todo el mundo espera una respuesta.

Y la palabra asesina rebota una y otra vez por la sala.

-¡Es usted una asesina, Alba Reche!

-¡Sí, una asesina!

Quiero huir de las garras de aquellos seres, pero no puedo retroceder más.

No hay salida.

No hay nada.

Grito.

Grito muy fuerte.

Un grito rudo, chirriante, tronante.

Un grito.

Me levanté sobresaltada,

por tercera vez en la noche.

¡ASESINA!

Me acomodé en el molesto colchón, cubriendo mi cuerpo con la limpia sábana que Joan me había regalado por navidad. Un regalo de amigo invisible, que con nuestra alta imaginación, realizábamos cada año. Abracé mi cuerpo a la fina manta, brindándome algo de calor, mientras esperaba no cerrar más los ojos.