XIX

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Capítulo 19: Me alejaba como el ruido de una ambulancia entre la gente.

3 años después

—NARRADOR OMNISCIENTE—

Dejó el hotel a primera hora de la mañana, cuando todo era cálido y tranquilo. La ciudad se alumbraba poco a poco y ella caminaba rápido, queriendo ganar al amanecer; como explorando la inmensidad, a través de las calles que de un momento a otro, parecían hacerse más estrechas.

La mujer centraba todos sus pensamientos en la necesidad que tenía de regresar a aquella habitación, cruzar el hall del hotel, coger el ascensor y volverse a encerrar con su tesoro más valioso.

Cuando terminó su recorrido, se fumó tranquilamente el primer cigarrillo, observando toda la paz que brindaba el mundo a esas horas. El cigarrillo y el café eran su segundo y tercer vicio más preciado. La serenidad duró hasta que Marta llegó al establecimiento, una chica que acaparaba los ojos de cualquiera, hasta de la misma Natalia Lacunza.

—A las siete y media, como siempre —dijo Marta, sacándole una media sonrisa—. Me gustan las chicas de palabra.

—A mi también —las dos rieron y atestaron el territorio con sus atractivas carcajadas. Marta abrió la cafetería y las dos se vieron envueltas por la oscuridad. La luz llegó solo segundos después—. ¿Cómo fue la fiesta de ayer?

—La fiesta más aburrida de la historia —la señorita Sango puso una mueca que volvió a llamar la atención de Natalia—. Hiciste bien en no ir.

—Lo sé.

Marta se giró a inspeccionar a detalle las pintas que llevaba su compañía: unas gafas de sol, el pelo embarullado, los labios recién embadurnados de cacao, una sonrisa atractiva y la misma ropa de la mañana anterior. Tuvo ganas de sacarle una foto, una que mostrara como era realmente la mujer. Estaba segura de que si lo presentaba a un concurso, obtendría el primer premio.

—¿Lo pasaste bien anoche? —preguntó—. Tienes pinta de no haber dormido una mierda.

—Estás en lo cierto, por eso vengo por mi chute de adrenalina —Marta sonrió—. Las mujeres van a matarme.

—Supongo que seré yo la mujer responsable de revivirte.

—Y eso te encanta.

A Marta le agradaba la manera de ser de Natalia: coqueta y tonta. Negó con la cabeza y se dirigió a la cocina. Cuando volvió, Natalia ya estaba sentada en un taburete, con los codos apoyados en la barra, a la espera.

—¿Y cómo se llama la mujer de anoche? —Natalia esbozó una sonrisa. Marta era la única persona con la que podía hablar de esos temas—. ¿La conozco?

La máquina de café tronó y empezó a rellenar el envase de plástico. El olor a café relajó los músculos de Natalia.

—Olivia —se encogió de hombros—. Una chica del pasado que vino a preguntar cómo me iba y acabó sobre mi piano.

La malagueña imaginó desnuda a la mujer de la que hablaba Natalia, con los ojos verdes, el cuerpo pálido y el culo sobre el piano. Sería un modo extraño de imaginar a alguien, pero Marta quería saber si provocaba algo en ella. Nada. Absolutamente nada. De pronto, entró un nuevo cliente a pedir un bocadillo, y Natalia cogió su vaso repleto de café y se puso de pie.

No te preocupes por mi - AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora