XVI

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Capítulo 16: De vértigo constante

Mis manos y mi nerviosismo se refugiaban sobre mi rostro.

—Nos han encarcelado —chillé—. Natalia, lo siento, lo siento... Lo sien... —mi voz se torció, rota y perdida. Lo había jodido todo.

Los sentimientos, como cañonazos, iban desde los dedos de mis pies hasta mi coronilla. Sentí que iba morirme de la pena, la rabia, el miedo, el estupor, de la soledad. Hasta que unos brazos me abarcaron los estremecimientos, me sujetaron ante la caída y detuvieron lo que podría ser un duro golpe.

—Ha sido una pesadilla, Alba —dijo Natalia sobre mis sollozos—. Ha sido una pesadilla, bonita. Solo una pesadilla.

Como pude estiré los brazos, para reforzarla a mi, para que no se la llevaran. Para que se quedará un poquito más de tiempo conmigo.

—Alba, estoy aquí. Estamos aquí. No llores más, por favor.

—Lo... lo sien... to.

Natalia me tumbó con ella sobre una cómoda textura, regalando suaves caricias a mi espalda. Yo temblaba, de pánico y zozobra.

—Mírame Alba —Natalia separó su cabeza de mi cuerpo y el frío golpeó mi húmedo rostro—, abre los ojos, comprueba que estoy aquí.

Negué.

—Por favor.

Me costó ceder, pero abrí poco a poco los ojos, percibiendo la tenue luz de la lámpara. Natalia estaba frente a mi, con las mejillas también húmedas y la mirada rota.

—¿Ves? Estoy aquí, soy real, soy yo.

Mi cuerpo se mantenía rígida, guardándome en lo más profundo de los ojos de la morena. Y me estremecí cuando puso una de sus manos sobre una de mis mejillas, y me la presionó, en un gesto de tranquilidad.

—No te castigues, Alba. No vale la pena.

Lo siento.

Lo siento mucho.

No nos movimos de allí hasta que la luz del día me recordó que estábamos atrapadas en aquella casa y no en ningún otro lado.









Por la mañana, el café me reanimó, pero aún se preservaban en mis ojos los rastros de una larga noche entristecida. La sala se encontraba con el mismo desorden de ayer. Había algunos álbumes esparcidos en la mesa del centro de sala, y tazas de la chocolatada, vacías y separadas.

Natalia dormía muy pacíficamente, como un bebé. Se había quedado dormida en el sofá, muerta de sueño por la intensidad de las horas pasadas. Daba la sensación de que dormida era una chica feliz y que nunca nadie le había hecho daño, que la maldad del mundo aún no la había rozado siquiera.

Tuve la impresión de que no me había portado bien con ella.

De haber sido demasiado brusca.

—Debes de... —al escuchar su voz, di un saltito, a lo que ella rió soñolienta—. Perdón —hizo un pequeño mutis, mirándome por el rabillo de su ojo—. A esta distancia pareces un ángel.

No te preocupes por mi - AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora