Capítulo 3.

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—Te voy a matar. —Dijo Guido apenas abrió la puerta de la oficina de Pato— Pensé que este caso iba a ser de una vieja.

—Bueno así es. —Dijo colgando el teléfono y poniéndose de pie.

—No, no es así. Esa mujer es preciosa, no está vieja y está loca.

—No te entiendo, Guido.

—Fui al restaurante, hice todo lo que me dijiste que hiciera, sólo que hubo un pequeño detalle que no coincidió. La mujer que se sentó frente a mí, no tiene más de veinticinco años y es hermosa... y además de todo tuve que pagar yo.

—¿Y desde cuándo te molestan las mujeres así? En cualquier otra situación lo habrías hecho, ¿Qué es diferente ahora?

—Te dije que no quería tener que ver con ellas, además su caso va a tomar más tiempo que una semana.

—¿Cómo que "además"? —Preguntó entrecerrando los ojos.— Por si no te acordas no podemos relacionarnos profesionalmente con nuestros clientes.

—No voy a relacionarme con ella.

—Eso espero, porque sería anti-ético.

—Podes estar tranquilo.

—Excelente. Justo antes de que entraras la señora...

—Señorita. No llevaba anillo. —Puntualizó.

—... la señorita me llamó para decirme que tenía algunas cosas que tal vez podrían servir.

—¿Y eso quiere decir...?

—Que tenes que volver a verla.

—Espero que sea en un horario más decente.

—Mmm no, a la misma hora, nueve de la mañana.

Suspiro cansado.— ¿En qué restaurante?

—En ninguno, esta vez la vas a ver en su casa.

Definitivamente este había sido el fin de semana más largo de su vida. Había odiado cada maldito segundo. Parecía que pasaba una eternidad entre cada hora. Nunca hubiera pensado que estaría tan... tan... entusiasmado con la idea de volver a ver a Lara, pero la verdad es que lo anhelaba más a cada segundo que pasaba.

Ahora, por fin, cuando estaba en su auto buscando la dirección de Lara, no quería parecer ansioso, pero se moría de ganas de pisar el acelerador a fondo.

Por fin dio con la dirección. Tenía que admitir que le emocionaba la idea de estar en la casa de ella, era una forma de conocerla mejor... un momento, para que quería conocerla mejor, en menos de quince días nunca más la volvería a ver. Con paso firme pero tranquilo, bajo del auto y se dirigió a la puerta.

Tocó el timbre, esperó un poco, pero la puerta siguió cerrada. Volvió a tocar, nada. Esperó más tiempo, pero ahora golpeó la puerta.

—Ya voy. —Escuchó la voz femenina amortiguada desde el interior. Un minuto más tarde la puerta se abrió y Guido se encontró con una Lara particularmente desarreglada.

Él no dijo nada, se limitó a mirarla. Iba descalza, decidió que tenía unos pies encantadores y unas pantorrillas increíbles, su mirada siguió subiendo. Al parecer no iba muy vestida, pues sólo llevaba una bata color fucsia, ceñida a la cintura y a sus senos. Siguió subiendo. Su cuello delgado, frágil y perfecto. No tenía ni una pisca de maquillaje, aún así no podía decir que se veía mal. Y estaba completamente despeinada, obviamente antes de abrir la puerta había tratado de peinarse con los dedos pero no lo había conseguido. A penas se había levantado de la cama... y pensándolo bien, tenía el mismo aspecto de una mujer que acababa de salir de la cama después de haber pasado una apasionante noche con un hombre.

Opuestos | Guido Sardelli Donde viven las historias. Descúbrelo ahora