Capítulo 7.

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Guido estaba descubriendo un nuevo rasgo de su personalidad: era masoquista. O era eso, o estaba loco. Pero estaba seguro de que era la primera opción, sino ¿por qué demonios había invitado a Lara a quedarse a su casa? ¿Para qué la necesitaba ahí?

Para nada, ella no tenía nada que ver con él. Él no tenía porque hacerse responsable de ella, no tenía ni siquiera porque preocuparse por ella en cuanto abandonara su oficina. Pero ahí estaba, entre la puerta y Lara para evitar que se fuera, lo cual lo llevaba a la única conclusión lógica, sin poner en duda su cordura: era masoquista.

—¿Estás seguro de que queres que me quede? —Preguntó indecisa ella. Después de lo que había pasado entre ellos no sentía como la persona más bienvenida en esa casa.

—¿Para qué te vas? Tu hermano está ocupado con tu amiga, como ya dijiste. ¿Qué vas a hacer? ¿Esperar afuera de tu casa toda la noche hasta que vuelva?

—Es una opción...

—Definitivamente no. No voy a dejar que te quedes ahí sola a la mitad de la noche para que cualquier estúpido venga y se aproveche de vos, preferiría que te quedes acá.

—No tenes porque hacerte cargo de mí. —No era un reproche, no lo dijo en mal tono, simplemente lo dijo porque era la verdad, sin embargo no quería hacer sentir mal a Guido.

—Sí, ya sé, pero quiero hacerme cargo de vos... no podría vivir sabiendo que algo malo te pasó y yo lo pude haber evitado. —Se apresuró a aclarar.

Lara sonrió ante su encantadora explicación.— Está bien, me quedo... si me insistis tanto... pero mi ropa...

—No te preocupes por eso.

Media hora después, el vestido de Lara ya estaba mojado, pero limpio, y ella usaba de nuevo su bata. Pero ahora Guido tenía un problema aún mayor: sólo había una cama.

La sensación de que tal vez le gustaba el sufrimiento lo volvió a invadir... bueno todavía era muy temprano, sólo eran las diez de la noche, no había porque estresarse y comenzar a pensar en donde iban a dormir.

—¿Queres algo más, Lara?

Ella lo miró. Estaba sentado enfrente de ella, con las piernas abiertas, los codos apoyados sobre las rodillas, las mangas de su camisa estaban arremangadas, y la abertura del cuello le permitía ver una parte de su pecho. Definitivamente si quería algo más, mejor dicho necesitaba algo más, pero no estaba dispuesta a pasar esa noche célibe, y tampoco esperaba que Guido lo hiciera.

Iba a tomarse las cosas con calma, no quería hacer tan evidente la necesidad que tenía de acostarse con él, podría hacer que se relajara, que se olvidara del pequeño arrebató de pasión que habían sufrido los dos momentos antes y volver el ambiente más amistoso.

También iba a ser lo mejor para ella olvidarse un poco de lo que pudo haber pasado. Tan solo recordar sentir el miembro de Guido tan grande y duro contra ella la excitaba. Respiro profundamente, vio que él arqueaba las cejas y supo que había tardado demasiado tiempo en contestar.

—No, nada. Así estoy bien. —Eso es una gran mentira, se dijo en silencio.

Y la plática siguió de lo más amena. Lara y Guido lo admitieron, cada quien de forma personal, que congeniaban de maravilla con el otro. Y poco a poco los dos se fueron relajando.

Platicaron sobre todo: algunas experiencias de la infancia, como llegaron a elegir la carrera que ejercían, y lo que al parecer los había unido pero a los dos les importaba un cuerno: el caso de las pinturas robadas de Lara.

Se quedaron platicando hasta un poco más tarde de media noche. Y ella sabía que tenía que actuar rápido, y sin quererlo Guido le dio la perfecta arma cuando le preguntó:

Opuestos | Guido Sardelli Donde viven las historias. Descúbrelo ahora