Capítulo 11.

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Lara se removió en su cama con un gatito desperezándose. Si lo que estaba viviendo era un sueño la verdad es que no quería despertarse jamás.

Cuando por fin abrió los ojos, descubrió que estaba sola en la cama, y se incorporó rápidamente. Llamó a Guido dos veces pero no obtuvo respuesta.

Se levantó de la cama. No sabía cómo reaccionar; ¿eso era algo de esperarse o no? Decidió no estresarse, esperaría a que él le diera una explicación, así que comenzó su día metiéndose a bañar.

Sin embargo, mientras hacía su rutina de belleza, pensó que tal vez la explicación no llegaría nunca. Le había dicho que no podían tener una relación seria, y ella había aceptado. Tal vez para él era completamente normal dejar a una mujer en la cama a mitad de la noche, aunque ciertamente, ella no estaba acostumbrada a que hicieran eso.

Se miró al espejo por última vez, antes de irse a ver si por fin su hermano y Micaela se habían reconciliado; y por el reflejo del espejo vio una notita que estaba sobre la almohada, Lara fue por ella y la leyó, su explicación había llegado más rápido de lo que esperaba.

Mientras la leía una sonrisa se dibujó en sus labios. Y cuando terminó de leerla fue directo a su closet a cambiarse por la ropa que usualmente vestía al momento de pintar, y corrió a su estudio. No estaba equivocada después de todo, con la correcta estimulación la inspiración llegaba rápido.

[...]

Guido llegó a su oficina saludando a todo el mundo con gran alegría. No le había gustado para nada la idea de dejar a Lara sola en la cama, pero tenía que ir con Pato al gimnasio si quería guardar las apariencias, así que con todo el pesar del mundo se tuvo que ir.

Pero aún así estaba feliz. A pesar de que antes su vida podría haberse considerado perfecta, no había estado tan contento desde hacía mucho tiempo. Se sentía como un estudiante enamorado, contando los segundos para volver a verla.

Alguien tocó a su puerta, interrumpiendo sus fantasías con Lara.

—Adelante. —Dijo.

Y Cuti apareció frente a él un instante después.

—Hola, Guido, ¿cómo estás?

—La verdad, estoy de maravilla, gracias. ¿Y vos?

—Bien —Se limitó a contestar.— Me alegra que estés bien, ayer no te note muy feliz.

—Bueno, las cosas cambian —Dijo con una sonrisa.— ¿Ya hablaste con tu nuevo cliente?

—Sí, ya lo hice.

—¿Y? —Preguntó Guido esperando saber cuál sería el trabajo de Gastón.

—Es uno de esos señores ricos que se creen muy inteligentes, pero que son unos tontos con las mujeres. Cree que su esposa, mucho más joven que él debo decir, lo engaña. Y se quiere divorciar de ella sin darle un centavo.

—¿Qué le dijiste? —Preguntó. La felicidad iba en aumento, sabiendo que ese tipo de casos eran de lo más tardados y que mantendría a Gastón bien ocupado, y lo más importante de todo alejado de Lara.

—Que esperara. Que no podíamos acusar a su esposa de adulterio sin pruebas. Le dije que esperaríamos un mes, para conseguir pruebas necesarias y legales para demostrar el engaño, y que si no puede esperar se busque otra razón para anular el matrimonio.

—¿Cuánto tiempo llevan casados?

—Un mes. —Contestó Gastón con una sonrisa burlona.— El hombre será un maestro para los negocios, pero definitivamente las hormonas gobiernan por encima de sus neuronas.— Ambos se rieron de su comentario, después cambió de tema abruptamente.— Hermano, te quiero pedir un favor, ayúdame con la pelirroja.

Opuestos | Guido Sardelli Donde viven las historias. Descúbrelo ahora