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Una dulce y cálida ráfaga de viento recorrió toda mi espalda delicadamente en el camino hacia la preparatoria. Mi coleta bailaba al ritmo de mis pasos apresurados mientras hacía un tremendo esfuerzo para no llegar tarde a propósito. Tras llegar junto a mi coche en el parking del instituto, me aseguré de que no le había pasado nada durante la noche. Afortunadamente, no tenía ningún indicio que delatara algún rasguño que hubiera causado otro vehículo ni nada por el estilo. Entré en el edificio rápidamente y pasé por el baño antes de entrar a clase. Estaba vacío, igual que los pasillos. Me miré en el espejo y cerré los ojos para concentrarme. He de admitir que lo que había vivido en la noche anterior me había afectado más de lo que esperaba. Sabía perfectamente que si hablaba iba a acabar muerta. Pero también sabía que era posible que Axel ya se hallara bajo tierra por haberme salvado la vida.

Mojé mi cara ligeramente intentando guardar la calma, y salí de allí como si nada.

No podía enseñar lo asustada que estaba. Era perfectamente posible que todos empezaran a preguntar cosas, las cuales no sabría responder, y no me encontraba lo suficientemente bien como para poder improvisar disimuladamente.

Dicho así, entré en clase asegurándome de que el profesor no había llegado todavía, y me senté en el fondo de la clase como de costumbre.

Saqué un libro de mi mochila, ya que era lo único que llevaba encima al no haber pasado por la taquilla y me dispuse a leer tranquilamente.

Me sumergi tanto en la historia y en la piel del personaje principal que no me di cuenta de que ya habían pasado más de 20 minutos cuando el director entró apresuradamente.

-El profesor Sánchez me ha pedido que os informe que no vendrá en el día de hoy. Podéis hacer lo que os plazca hasta vuestra siguiente hora de clase. - sonrió ligeramente y juntó sus manos tras su espalda. - Pasad un buen día.

Me miró antes de abandonar la sala y sentí un nudo formándose en mi garganta. Gracias a él, me era permitido pasar los exámenes tras la muerte de Aiden. Ningún profesor apostó por mí en aquel momento. Todos decían que no estaba lista para tal cosa, y que necesitaba reposar y asimilar la "gran tragedia". Sin embargo, él aclaró que estaba en mi deber elegir si me sentía lista para hacer los exámenes o no. Supongo que en el fondo, él sabía que necesitaba los estudios para pensar en otras cosas.

Una vez fuera de mi campo de vista, recogí rápidamente mis cosas y salí de aquel agobiante edificio. Necesitaba despejarme. Necesitaba respirar aire.

Me dirigí hacia el gran campo de fútbol americano que se encontraba tras la preparatoria, donde a esas horas, los jugadores entrenaban sin parar.

Me senté en las gradas que daban hacia el campo y observé cada uno de los miembros del equipo de nuestro instituto. La mayoría de ellos eran altos, fuertes, y solían tener una sonrisa encantadora.

Ryan, el capitán, anteriormente el mejor amigo de mi hermano, dirigía el juego dando indicaciones. Todos le hacían caso, sin protestas ni caras de desacuerdo. Eran un verdadero equipo. Se decía que formaban una familia juntos los unos de los otros.

En ese preciso momento entendí porque Aiden aspiraba ser un jugador de fútbol americano. Le permitía no sentirse tan solo en medio de tanta hipocresía y delincuencia. Podía huir de sus problemas, y ser feliz durante unas horas.

Para mí mala suerte, a lo lejos identifiqué a Mike, que me miraba con una media sonrisa de tristeza. No vi ningún tipo de rencor en su mirada. Él sabía perfectamente que mis palabras habían sido dichas tan solo para alejarlo de mí. Sabía que estaba dispuesta a cualquier cosa para protegerlo.

Nuestros ojos se separaron cuando el capitán le pidió que estuviera más concentrado y tirara las pelotas de un lado a otro para practicar los lanzamientos.

ARIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora