1

4.9K 263 40
                                    

Caminé a un paso considerablemente rápido para no llegar tarde a la preparatoria. Tenía literatura a primera hora, y el profesor acostumbraba ser un maniaco con la puntualidad de sus alumnos.

Atravesé las grandes puertas del edificio, y recorrí los pasillos evitando chocarme con alguien. Pasé por mi taquilla para recoger los pocos libros que me faltaban, y me dirigí hacia la clase que me correspondía. Tras subir  escaleras a toda velocidad, y correr algunos metros, llegué finalmente.

Al entrar, distinguí que la mayoría de los presentes se hallaban sentados, esperando la llegada del señor Anderson. Algunos me echaron miradas extrañas y otros se limitaron a bajar la cabeza tristemente. Decidí sentarme al fondo de la clase, junto a la pequeña ventana que ofrecía las vistas de un lluvioso paisaje y mostrar indiferencia frente a los diversos murmullos que invadían la sala.

Las semanas posteriores a la muerte de mi hermano se convirtieron en las peores de mi vida. Se resumieron en miradas de lástima, sollozos interminables provenientes de mis padres, y palabras supuestamente reconfortantes.

Lo cierto es que ninguna de esas personas sabía en que consistía perder a un ser querido, y yo tampoco quería admitirlo.

Me limité a seguir con mi vida sin pensar en el asunto, y volver a la preparatoria para distraerme con los estudios. Me alejé completamente de mis amigos, después de comprobar lo mucho que "lo sentían", y me pasaba las noches sin dormir, con miedo a tener algún tipo de pesadilla relacionada con Aiden.

Tras catorce días de pura tortura, el instituto se había convertido en mi única distracción.

Después de varios minutos mirando hacia el exterior e intentando hacerme la sorda frente a algunos comentarios, el profesor Anderson entró apresurado. Posó su enorme mochila sobre el escritorio, y cogió una vieja tiza para escribir en el cuadro: A tres metros sobre el cielo, Federico Moccia.

Nos quedamos todos callados, mirándolo con incredulidad. Sería la primera vez que hablaríamos de un romance adolescente y eso nos dejó algo atónitos.

Nuestro profesor nos sonrió juntando ambas manos, y contempló nuestras expresiones faciales.

-Hoy hablaremos de esta famosa novela juvenil. Supongo que muchos de ustedes ya la leyeron.

Nadie dijo nada. Tan solo escuchamos las increíbles opiniones que él tenía sobre el libro. Por mi parte, anotaba rápidamente todo lo que decía, entusiasmada.

-Y ahora me gustaría saber que piensan sobre la muerte de... - quiso decir.

Ese momento fue interrumpido por unos fuertes golpes en la puerta. El señor Anderson se dirigió enfurecido hacia ella, y la abrió rápidamente. Pero, su cara se volvió completamente pálida al ver el extraño individuo que se hallaba en el pasillo.

Un chico de ojos azules y cabello negro apareció en nuestro campo de visión. Tenía distintos tatuajes que hacían resaltar su musculoso cuerpo, y llevaba una expresión de indiferencia absoluta.

Algunas chicas le sonrieron como bobas, y los murmullos invadieron de nuevo la sala.

-¿Puedo pasar? - preguntó con impaciencia.

Mi profesor asintió en silencio y se apartó, dándole el espacio suficiente para entrar. El chico se quedó plantado frente a todos nosotros sin saber que hacer, y miró al profesor esperando alguna sugerencia.

-Puede sentarse ahí. - dijo apuntando el lugar frente al mío.

El chico se dirigió hacia él con seguridad, y me miró antes de sentarse. No pude evitar quedarme atónita frente a la situación. Acababa de entrar un completo dios griego a mi clase de literatura, y el señor Aderson le había dejado entrar, teniendo en cuenta su impuntualidad y la interrupción del aula.

ARIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora