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-¡Oh, claro! - respondí sarcásticamente - Y siendo tan amable, también me podrías pagar la comida, traérmela a la mesa, y llevarme a casa en tu exquisita carroza cuando acabe el día.

Reprimió una sonora carcajada, y me miró divertido.

-No creí que fueras tan exigente. Pero lo tendré en cuenta para la próxima vez. - respondió con picardía.

-No lo tomes como algo personal, pero no habrá una próxima vez.

-Bueno, teniendo en cuenta que nadie se fijaria en ti siendo tan gruñona, deberías reconsiderar mi oferta.

Alcé ambas cejas, y rodé mis ojos. Sabía que ese chico tan solo buscaba algo de atención. No podía alterarme por algo tan simple. No debía hacerlo.

Decidí mantener mi boca cerrada, y girar sobre mi eje para posponer mi comida para más tarde.

Cuando por fin creí que podría respirar con tranquilidad, una fuerte mano envolvió mi delgado brazo. El chico de ojos azules me miró sin entender, y aflojó su agarre al instante.

-¿Adonde vas? - preguntó rápidamente.

-Lejos de ti.

Sonrió de nuevo, y me penetró con su gloriosa mirada.

-¿Te pongo incómoda? - dijo guiñandome un ojo.

-Sí. Del estómago.

Me deshice completamente de su agarre para girarme de nuevo y desaparecer.

La pequeña e irritable campana indicando el principio de las clases, resonó por toda la preparatoria. Corrí rápidamente a mi casillero para recoger algunos libros, y me encaminé hacia el aula que me correspondía.

Al entrar, observé como distintos alumnos ya habían tomado asiento. Me dirigí hacia mi pequeña mesa junto a la ventana, y esperé la gloriosa entrada del profesor de literatura. La verdad, es que no presté atención en ningún momento. Cuando el señor Anderson posó su diminuta mochila sobre la mesa y empezó a explicar algunas teorías sobre el libro que estábamos estudiando, ni siquiera me limité a escuchar. No estaba para rodeos. No estaba para clases aburridas. Necesitaba adivinar la contraseña del portátil de Aiden y la preparatoria, no era el lugar perfecto para hacerlo.

Por lo tanto, cuando no pude aguantar ni un segundo más, pasé una correa de la mochila por mi hombro derecho, y me levanté sin hacer mucho ruido. El profesor dejó de hablar súbitamente y observó cada uno de mis movimientos.

-¿Adónde cree que va, señorita Smith? - preguntó con autoridad.

-No me siento bien, profesor. Necesito ir a enfermería.

-¿Y porque debería creerle? No ha prestado atención en toda la hora.

En el momento en el que iba a responder, alguien intervino por mí.

-Créale, señor. Hace unos minutos me dijo que quería vomitar. - dijo el chicos de ojos azules.

Me giré fulminándole con la mirada y él me sonrió con orgullo.

-Puedo acompañarla si quiere. Me aseguraré de que llegue sana y salva. - continuó.

-No necesito ningún guardaespaldas.

-Pero sí un príncipe que te escolte en carroza hasta casa ¿no? - puntualizó el chico irónicamente, retomando la conversación de la cafetería.

Toda la clase estalló a carcajadas, aunque no tuvieran ni idea de a que se refería. Algunas chicas me miraron rodando los ojos, y otras susurraban cosas como: "es un cría" o "tan solo quiere llamar la atención".

ARIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora