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Tras buscar la mejor mesa y sentarnos en las sillas que la envolvían, un gentil camarero nos atendió. Ambos pedimos café y cruasanes para empezar aquella bella mañana de un domingo de otoño y conversamos tranquilamente como dos personas amigas, quien se interesaban la una por la otra. Dejamos al Clan de lado, dejamos a los asesinatos y todo lo malo que envolvía nuestras vidas fuera de esa conversación. Simplemente, nos dedicamos a explicar anécdotas graciosas de nuestra infancia, aunque yo fuera consciente de que no debía incluir a mi hermano en ellas.

-... y entonces, Milo y yo acabamos perdidos en medio del bosque, sin saber como volver a casa. - finalizó Axel con una gran sonrisa.

No pude evitar reír con fuerza tras esa explicación y necesité parar de comer para no atragantarme.

-Erais unos pequeños diablillos. - comenté divertida.

-Algunas cosas nunca cambian. - puntualizó bebiendo un poco de su café sin dejar de penetrarme con su deliciosa mirada. 

No pude evitar humedecer mis labios como acto reflejo, por lo que él dirigió sus ojos hacia mi boca. Acercó su dedo a mi labio inferior y lo acarició con delicadeza.

-Creo que tienes un poco de chocolate. - susurró haciéndome entender que tan solo era una excusa para acercarse a mí.

-Quizás debas limpiarlo mejor.

Sin pensarlo dos veces, junté mis labios a los suyos y lo besé. Claramente, estaba empezando a ser un jodido vicio hacerlo. Se sentía increíble. Incluso las mariposas en mi estómago eran agradables. Todo de él lo era, aunque tuviera una faceta algo difícil.

Se separó de mí tras algunos segundos de pequeños roces de lengua y sonrió pícaramente.

-Creo que ya no queda nada. - murmuró.

Reí de nuevo ante su comentario y me centré en la comida que se hallaba sobre mi plato. Mientras acabamos nuestro desayuno, Axel volvió a contarme otra de sus aventuras junto a su hermano rubio, por lo que me permitió carcajearme unos instantes más. He de confesar, que desde la muerte de Aiden, no había pasado un tan buen momento. Uno en el que había decidido no pensar en absolutamente nada más, y volvía a ser la niña divertida de siempre.

-Te ves perfecta cuando sonríes. - dijo Axel con sinceridad acabando su cruasán.

No pude evitar sonrojarme un poco y sentir un montón de sensaciones por todo mi cuerpo.

Joder. Ese chico me hacía perder literalmente la cabeza.

-No sueles hacerlo mucho. - constató. - ¿Hay alguna explicación?

-La vida me ha dado mil vueltas. - dije con un aire misterioso, evitando mostrar lo incómoda que me encontraba.

-Me muero por saber cuales han sido las causas de tu malhumor. - insistió.

-Quizás lo sepas algún día. - puntualizé acabando mi desayuno.

El chico decidió entrecerrar sus ojos mostrando su clara curiosidad y no seguir preguntando sobre mi supuesto "malhumor".

Finalmente, tras haber acabado de comer, ambos pagamos nuestra parte y salimos de la preciosa cafetería en la que el chico me había traído. Subimos nuevamente en mi coche, y dejé que esa vez, él mismo conduciera.

-¿Te parece si pasamos por mi casa para que pueda cambiarme de ropa? - propuso el chico.

Asentí como respuesta y tras pocos minutos de trayecto, llegamos sin ningún problema delante del edificio, al cual habíamos llevado a Sarah el día en el que había recibido una bala en el muslo. Subimos las escaleras tranquilamente y entramos en el agradable apartamento del chico. Esa vez, pude observar todo mi alrededor más detalladamente. Las paredes eran blancas, el techo alto, y el suelo cubierto de un bonito parquet. Los muebles se hallaban bien posicionados, cada uno con su propio espacio, y algunas plantas cubrían algún que otro espacio vacío. El sofá que ocupaba una parte del salón, era cómodo y de color café. No dudé en sentarme en él mientras Axel se dirigía hacia su habitación para cambiarse de ropa e investigué con la mirada todo lo que tenía a mí lado.

ARIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora