Atestado de papeles, dinero y tabaco se encontraba el escritorio de Isaac Cox. El hombre reposaba su cabeza en ambos brazos y no podía dejar de pensar en cómo aquellos dos habían conseguido huir de la casa antes de que él y sus hombres pudieran eliminarlos finalmente. Se preguntaba cómo es que conociendo a la perfección a Rush Holland aquel maldito había sido capaz de escapar sin un solo rasguño, una puñalada o aún mejor: un disparo en el medio de su cabeza.
La tarea que le había dado su jefe comenzaba a dificultarse más de lo esperado y aquello lo ponía con los nervios de punta. No podía volver a fallar si quería seguir con vida. Había tenido las oportunidades necesarias y aún más para matarlos pero aun así había fallado. No era aceptable, de ninguna manera.
El pequeño mango de su afilado cuchillo descansaba en la palma de su mano. Asiéndolo con fuerza hace poco más de veinte minutos había conseguido una herida digna de al menos cuatro o cinco puntos. Más no le interesaba. Él era fuerte, había sufrido heridas peores que aquella y no se dejaba doblegar por una simple lastimadura. Pues no era más que eso. Una herida de guerra como prefería llamarlas él, una cicatriz que recordaría su error por el resto de su vida.
Levantó la mirada hacia la pequeña fotografía que descansaba en su escritorio y le entraron ganas de llorar, aunque él nunca lo hacía. Su pequeña Madie de tan solo tres años estaría asqueada cuando se enterase del trabajo de su padre. Pero era todo lo que él conocía y no podía hacer nada contra eso. Su vida entera se había reducido a eso. Perseguir, secuestrar y matar. Ese era él. Un monstruo incapaz de ver a los ojos de su niña por temor a que lo descubra. Un hombre con la herida abierta de un amor perdido.
La puerta de su despacho se abrió de sopetón y reprimió el impulso de gritar. Él odiaba que entrasen sin avisar a su oficina.
— ¿Acaso eres imbécil? — Aquella profunda voz que aunque él no fuese capaz de admitir le causa un profundo terror, invadió la habitación por completo.
—Jefe— Musitó un tanto asustado. Así era como le encantaba verlo a él, asustado, perdido y sobre todo vulnerable. Desde donde se encontraba, él podía notar los ojos inyectados en sangre de Isaac.
—Explícame cómo demonios aquellos dos malditos siguen con vida— Gruñó. Y estaba enojado. Fastidiado y era una clara amenaza para quien estuviera cerca.
Irguiéndose sobre su escritorio reunió valor para contestar.
—No lo sé. Llegamos a la casa, aquel lugar donde usted nos dijo que estarían— Tragó saliva audiblemente —Revolvimos todo, los buscamos en cada habitación pero allí no había nadie, señor.
Una risa amarga resonó en la garganta del líder de aquella banda. Más no en la de Isaac.
—Es que tú eres un idiota, Cox. Antes no eras así— Lo miró con una extraña expresión de duda.
—Lo siento señor, no volverá a pasar— Se apresuró a contestar.
— ¿Es que acaso no te basto que matemos a Rosalie? ¿También tengo que matar a la pequeña? Porque si es así, dímelo y me encargo ya mismo— Comentó despreocupadamente. El rostro de Isaac palideció cuando el Jefe llevó su mano hacia el bolsillo de su saco negro donde probablemente tendría su teléfono celular.
— ¡No! — Se levantó rápidamente de su asiento. Soltó la navaja y la arrojó sobre el escritorio. Los ojos de aquel hombre que le causaban tanto miedo viajaron hacia el montón de papeles que comenzaban a mancharse con la sangre de su empleado más fiel. —Solo necesito una oportunidad más y le juro que Annabelle y Rush estarán enterrados muchos metros por debajo de la tierra, lo juro señor.
Max Holland no se mostró compasivo.
Disfrutaba de ver a sus empleados asustados. Disfrutaba viendo el temor que causaba en las personas que conocían lo que él era capaz de hacer. Y aunque Isaac había sido de mucha utilidad a lo largo de los años, demostró ser débil. Incapaz de cumplir una simple misión como lo era matar al menor de sus hermanos y su ex cuñada. Y él no podía permitirse errores, no más de los que ya había permitido.
Isaac vio cómo su jefe se acercaba con paso tranquilo hacia su escritorio y tomaba el pequeño cuchillo entre sus grandes manos. Nada bueno podría salir de aquello y él lo sabía. Solo esperaba que aquel temible y despiadado hombre no desatara su furia contra su pequeña hija.
— ¿Señor? — Lo llamó Isaac al ver que Max Holland seguía examinando la sangre en la afilada cuchilla que él había adquirido a los trece años.
Max levantó la vista y Isaac supo que aquel era su fin. Los ojos de Maximilian parecían arder en llamas. La vena de su cuello parecía a punto de estallar. Estaba furioso.
—Eres un maldito incompetente, Isaac Cox y ya no eres requerido en este negocio.
Y antes de que pudiera darse cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir, Max dio dos grandes zancadas hacia él y con una sola, pero mortal, estocada había hundido su propio cuchillo justo donde se encontraba su corazón.
Lo último que los ojos de Isaac vieron fue la sonrisa burlona de Max Holland quitando todo rastro de vida fuera de su cuerpo.
Capítulo corto cortisimo, lo sé y lo lamento. Es que como dije antes solo quedan dos capítulos y el Epílogo. En unas horas subo un capítulo más para ir dando un corte a la primera temporada de Trouble.
Estaba pensando en comenzar a subir la 2da parte de la historia el 16 de octubre. Así que si no hay demasiados inconvenientes, ese día subiré el primer capítulo.
Espero les guste. Y perdón por la demora *siempre digo lo mismo, lo sé*
Buen jueves para todos!
![](https://img.wattpad.com/cover/12397939-288-k649261.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Trouble
RomanceEthan era todo lo que Annabelle creía amar. Ambos eran inseparables. De eso, hasta que Ethan muere por un disparo en el pecho. Las causas eran desconocidas, el asesino había escapado sin dejar ninguna pista. Annabelle todo lo que tenía era un corazó...