Capítulo 11

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—¿Cómo está, Dante? —Pregunto cuando el albino me quita las vendas del brazo.

—Mucho mejor, por suerte —informa con una sonrisa mientras cura la herida, que ya apenas me escuece.

—Parece que el truco del agua bendita funciona bien —ríe Dante agarrando vendas para mi brazo, pero le cojo la mano.

—¿Es necesario que lo lleve vendado? —Le pregunto en un susurro.

Dante se queda pensativo por unos instantes, y finalmente deja las vendas a un lado.

—Supongo que si duermes con él al aire no pasará nada —concluye encogiéndose de hombros. —Pero mañana por la mañana tendrás que llevarlo vendado, ¿vale? —Me dice a modo de condición.

—Está bien —accedo finalmente.

Justo cuando Dante y yo salimos de la habitación, alguien pica la puerta del local y la abre a continuación: se trata del repartidor de pizza, quien pregunta por el cazador de ropajes rojos.

La noche se pasa de manera amena y Dante y las chicas alucinan con el hecho de que esté haciendo migas con Nero, ya que, según ellos, el chico es alguien arisco y desconfiado, que no hace lazos con nadie y que trabaja, en la mayoría de los encargos, solo. En resumidas cuentas, Nero es un lobo solitario en toda regla.

Como ya es tarde, Dante no les permite a sus invitados marcharse, sorprendiéndome, y no precisamente poco. Una vez en su habitación, y con un pijama nuevo puesto, Dante me mira de arriba abajo, con la ternura grabada en el rostro.

—¿Ya no te pondrás la ropa que te presté? —Aquella pregunta logra hacerme estremecer, ¿qué pretende decir Dante con eso? Hurgo en mi mente en busca de una buena respuesta, algo desesperada.

—Supongo que ahora que tengo ropa propia no, no quiero dejarte a ti sin nada que ponerte —río algo nerviosa, pero la expresión de Dante me da a entender que no era esa la contestación que el albino buscaba. —¿Por qué lo preguntas?

—Por nada —su voz suena cortante, ¿le ha molestado? —Si te resulta incómodo dormir conmigo, puedo decirle a Nero o a alguna de las chicas que pase la noche contigo —mientras dice eso Dante va en dirección a la puerta de la habitación, pero rápidamente le agarro de la muñeca, frenándole en seco.

—No me molesta ni me resulta incómodo, ¿de dónde te sacas eso? —Le digo mirándole a los ojos con una pequeña sonrisa en el rostro, sintiéndome insignificante a su lado debido a mi escasa estatura.

—Esta mañana lo parecías —más que decirlo, lo ha escupido, como si fuera un reproche.

—Dante... —Le llamo en un suspiro, mas él simplemente se libera de mi agarre y se dirige a la cama.

—Déjalo, ¿quieres? —Me pide despojándose de su camisa.

No puedo evitar quedarme mirando su torso, el cual no está musculado en exceso, ni tampoco sin nada que mostrar. Los cuadrados de su abdomen se marcan lo justo para que sepas que están ahí, al igual que sus pectorales y los músculos de sus brazos. Pero, por encima de todo, lo que más me llama la atención es esa "v" formada por dos finas líneas a los lados de su bajo vientre, que se pierden en la cintura de su pantalón. Otra cosa que logra captar notablemente mi atención son los músculos de sus costados.

—¿Disfrutas las vistas? —No sé cuándo ni cómo, pero Dante se encuentra a escasos centímetros de mi persona. Está tan cerca que la punta de mi nariz prácticamente roza con sus pectorales. Paso saliva, pero antes de que pueda contestar, Dante coge mi mano y la pone en su abdomen al mismo tiempo que rodea mi cintura para pegarme más a él, haciendo que me ponga incluso más roja de lo que ya estaba. —Puedes tocar si así lo deseas —me susurra al oído, poniéndome la piel de gallina.

Cuando por fin logro salir de mi estupor me zafo de sus agarres y le doy una bofetada, furiosa.

—¡¿Crees que soy una cualquiera como todas esas a las que te has pasado por la piedra?! —Exclamo recordando lo que Trish me dijo esa mañana en el baño. Dante me mira con el ceño fruncido y la mejilla cada vez más colorada. Le he hecho enfadar, pero él me ha hecho a mí estar así primero. —¡No voy a ser tu juguete Dante, no vas a divertirte a mi costa!

Sin darle tiempo a Dante a decir nada salgo de la habitación, con las lágrimas rodando por mis mejillas, no sé cómo todo eso de ahí dentro ha podido ocurrir...

—¿Kat? —Escucho la voz de Nero al salir de la habitación, me giro hacia él, y su expresión cambia de golpe al verme, poniéndose en pie e intentando entrar a la habitación del cazador, pero se lo impido. —¿Qué te ha hecho ese bastardo?

—Katie, yo... —Irrumpe Dante en la escena, llevándose un puñetazo de parte de Nero al zafarse el más joven de mi débil agarre.

—¡Maldito! —Gruñe Nero.

—¡¿Chicos?! —Se escucha a Lady de fondo, visiblemente asustada por la actitud de los albinos. —¡Parad ahora mismo!

Pero, como es de esperar, Dante y Nero hacen caso omiso a lo que Lady les dice, así que la morena, con ayuda tanto de Trish como mía, separa a los albinos, que van hechos unos zorros.

—¿Qué ha pasado ahí dentro con Dante? —Pregunta Lady tras llevarme a la cocina.

—Yo... —Me da algo de vergüenza decirle que me quedé empanada mirando a Dante sin camiseta, pero para explicarle todo debo decírselo: —fue todo un malentendido, Dante se quitó la camisa, me quedé mirándole y pensó lo que no era —relato. —Se lanzó y yo recordé lo que Trish me dijo en el baño, y... Le pegué —susurro.

—Madre de Dios, menuda telenovela —ríe Lady. —De todas formas, ¿no te dije yo que no le hicieras ni caso a la rubia? Esa época de Dante ya ha pasado, te lo dije —reprocha señalándome con el dedo, con los ojos clavados en los míos.

Ante la regañina de Lady agacho la cabeza, tiene razón, pero no sé qué diría de haber estado en la habitación con nosotros.

—Debería pedirle perdón —le digo levantándome de donde estoy, en dirección a Dante, que se encuentra tirado en la silla tras el escritorio, con los pies sobre él. —¿Podemos hablar? —Tartamudeo eso último, pero Dante me mira y me dedica una sonrisa.

—Soy yo quién debe disculparse —con eso me deja patidifusa, ¿disculparse? ¿Él? —Interpreté las cosas como no eran, y tu solo te defendiste. Perdóname, por favor —ruega en un susurro.

Al ver así a Dante me enternezco, no me esperaba algo así para nada.

—¡Oh venga, decid algo! —Exclama Trish de lejos, haciéndonos reír.

—Bueno, ahora sí que sí, ¡todos a la cama! —Exclama Dante levantándose de la silla, rumbo a la habitación, conmigo siguiéndole.

—Estás perdonado, Dante —le digo una vez entramos al cuarto.

Al oír eso, y contra todo pronóstico, Dante me estrecha entre sus brazos fuertemente, dejándome anonadada.

—Vayamos a dormir, ¿vale? —Me dice dulcemente, a lo que asiento.  

El Paraíso de Dante {Devil May Cry}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora