Treinta y seis.

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—Entonces, ¿qué tal la entrevista? —pregunta Samantha en medio de la comida.

—Ya te lo he dicho, me han cogido para dar clases de zumba y danza del vientre —le repito por tercera vez a Sam desde que llegué del gimnasio. Hasta el día que me mudé aquí yo estaba apuntada a un gimnasio de mi ciudad y había estado casi cuatro años apuntada bailando zumba allí y otras diversas actividades asíque algo se me ha quedado. Y en cuanto a la danza del vientre... la verdad no soy una experta pero a mi tía le encanta y se le da realmente bien y practicamente he estado bailando con ella desde que aprendí a andar.

—Esque es super genial, cuando tenga trabajo me voy a apuntar —dice mientras mastica.

—Pues la verdad esque las instalaciones están bastante bien, me recuerda al gimnasio al que iba en Madrid, sólo que este es el doble de grande —digo y a continuación me meto un trozo de pollo en la boca. Definitivamente, tenemos que comprar más veces en esa pollería.

Ella asiente varias veces exageradamente y se levanta a dejar su plato y el mío al fregadero, "cortesía de la casa" me dice cuando me arrebata el plato de las manos y doy por supuesto que entonces sí que sí hoy me toca hacer la colada a mí.

Cojo un canasto para depositar ahí la ropa sucia que hay en la caja azul de la terraza donde dejamos la ropa para luego llevarla a la lavadora. Quizá lo único malo que encuentre en Estados Unidos esque no te dejen tener lavadora propia en tu casa. El agua es gratis pero tienes que ir a las lavanderías. Lo sé, los de las lavanderías también necesitan dinero para vivir. Lo bueno de este edificio esque tiene su sala de lavandería propia, aunque igualmente tengas que pagar por utilizarla. Da igual, es un camino que me ahorro.

—¿Me llevo las llaves o me abres? —grito un poco desde la entrada.

Al no obtener respuesta cojo las llaves suponiendo que ya se ha metido en la ducha y cierro la puerta de la entrada.

Bajo hasta la planta baja y me voy a la sala de lavandería donde hay muy poca gente esta vez. El último día que me tocó a mí había demasiada gente, aunque supongo que es porque es como una lavandería pública, no sólo la utilizamos los propietarios (o en nuestro caso semipropietarios) del edificio, sino gente de fuera, aunque sigue estando en mi edificio y sigo ahorrándome pasos. Vaga de caca.

Escojo una lavadora cualquiera e introduzo los dos dólares que cuesta. No sé si ponerme a esperar en los bancos o irme a la sala de estar o volver al piso, en estas ocasiones nunca sé. Decido irme a uno de los bancos. Me paro a observar las tantas revoluciones que realiza la lavadora. Por un momento incluso me marea, pero soy interrumpida por una mano que se situa delante de lo que estoy mirando. Giro mi cabeza en dirección al dueño de esa mano y ahí me encuentro a Adrián. No voy a decir que es la persona que menos me pensaría encontrar aquí, puesto que él vive aquí, pero sí la persona de la que menos me esperaría que hiciera el vacile de ponerme la mano delante cuando estoy en babia.

—¿Qué tal, bebé? —pregunta éste. ¿Cómo que bebé? ¿De qué va ahora?

—¿Bebé? —giro para quedarme en frente de él.

—¿No te gusta? —dice acercándos a mí hasta quedar a pocos centímetros. Aumento la distancia deslizándome en el banco en dirección contraria y niego con la cabeza.

—Ya no estamos juntos —le intento aclarar por si se pensaba lo contrario.

Él se ríe irónicamente y me da incluso miedo pero me hago la valiente.

—Técnicamente seguimos juntos, nunca me dejaste —contesta orgulloso. He de reconocer que está en todo lo cierto, la última vez que nos vimos solo le dije que se fuera, ni rompí ni nada. Sin embargo sigue siendo la relación más corta de mi vida.

More Than A Travel (Nash Grier)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora