Capítulo 17: Tarjeta dorada

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Dejé el tema en paz. Notaba a Nievke incómoda cuando se hablaba sobre su catatonia, por lo que no insistí con lo mismo.

Tras pasar más semáforos, detuve el auto frente a una tienda de dos pisos.

—¿Qué hay aquí? —miró por la ventana.

—Ya lo verás.

Accedimos al local el cual vendía armas. La tienda era grande y contaba con una gran colección de armamento. Tenía red de seguridad privada. Siempre había uno que otro vivo que intentaba robar la tienda, pero la seguridad era tan buena que nadie lo ha logrado aún. Dentro cinco personas hacían sus compras.

Nos aproximamos al mostrador.

—Hola, buenas tardes. ¿En qué le puedo ayudar? —saludó un chico. Tenía la cara llena de acné. Saqué una tarjeta negra de mi billetera.

—Yo los atiendo, Birk—dijo otra empleada de cabello negro al ver la tarjeta especial—. Por aquí, por favor.

Sonrió gentil. La chica alta y de cuerpo curvilíneo salió del mostrador, abriendo otra puerta que contaba con código de seguridad. La seguimos, hasta una sala más privada. Una vez dentro activó el circuito cerrado.

El cuarto estaba decorado con espejos y varios mostradores con una gran variedad de armas cortas en exhibición. En la pared principal colgaban las armas largas y algunos otros armamentos tales como espadas y lanzas—sí, aun se seguían usando. Debido a su material eran más idóneas para la caza de demonios, aunque personalmente no me gustaban tanto—. En el techo pendía un candelabro de cristal. En medio había una pequeña sala donde uno se podía sentar y a un lado tenían el mini bar.

Aquí solo entraban cazadores, exorcistas y explotadores que contaran con permiso para comprar armas de uso "mágico"—la tarjeta negra la daba el jefe de cada grupo—.

—Ya me preguntaba cuando ibas a venir—dijo la chica, acomodándose su largo cabello.

—¿Tanto me extrañabas?

—Ya sabes la respuesta—guiñó—. Aunque sé que no viniste a verme a mí. Eso es muy grosero de tu parte.

—No tengo excusa.

—Renhia van Hilmmerd, el mismísimo verdugo carmesí. Es un gusto tenerte de vuelta. Eres el único que puede hacer feliz a Frenya.

Salió un hombre de otra puerta que daba al almacén.

—Zassugan—saludé al chico de aspecto hippie. Tenía el cabello largo, rubio y era de cuerpo regordete. Usaba lentes gruesos y siempre andaba con ropa holgada. Adoraba usar sandalias, no importaba la estación del año.

—Vaya, ¿qué te pasó? —miró a mi mano llena de agujas.

—Lo cotidiano.

—Vienes con alguien nuevo—miró ahora a Nievke—. ¿Dónde dejaste a Ignes? No me digas que encontraste a alguien más.

—No. Ignes está en descanso ahora.

—Ya decía yo. Esta jovencita no tiene la pinta de ser cazadora, además, ¿por qué desear ser uno?

—La mayoría es por necesidad, Zassugan ¿o ya lo olvidaste? —comenté. Zassugan vivió en la calle como muchos de nosotros. Trabajó para los alforjas debido a una deuda que tenía con ellos mismos durante bastante años hasta que se encontró con un señor que resultó ser su abuelo—algo salido de las telenovelas, lo sé—, quien estaba a cargo de la creación de instrumentos mortales contra seres demoniacos—se dice que el viejo también creó armas contra seres angelicales, pero la iglesia se dio cuenta y lo mandaron a matar—. Al morir le heredó todo a Zassugan y así, salió de los alforjas, pagando la deuda. El chico se hizo independiente y neutro entre ambos bandos, además de muy rico.

-Envase de Oro- #1 El tiempo de la crisálida© /COMPLETA✓✓✓/ +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora