Capítulo 30: Envase de Oro parte 1

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El demonio nos pidió que fuéramos con él.

Salimos del bar, subiendo en un auto lujoso—propiedad del íncubo—. Gingel subió en este y sin pensarlo mucho hice lo mismo. En la parte del copiloto venía otra persona a la cual no le puse atención. El demonio manejó con violencia, saliendo del circuito y del límite de la ciudad. Habló algo con Gingel, pero mis pensamientos estaban en otro lado, así que tampoco puse atención. No podía dejar de pensar en cómo sacaría a Nievke de ese lugar y en aquel sueño. Todo había sido una realidad...

Las luces del alumbrado público daban vueltas y de nueva cuenta me sentí mareado. Sentía que me asfixiaba, que no contaba con el oxígeno necesario para poder continuar respirando.

La nieve cayó, pero eso no impidió que Waigher subiera la velocidad.

Arribamos a un restaurante a las afueras de la ciudad. Dicho lugar era el típico al que se iba cuando estabas emprendiendo un viaje.

Bajamos del transporte. El frío calaba horriblemente, lastimando mis fosas nasales. Odiaba tanto el frío.

Entramos al viejo local de paso, observando a los pocos comensales dentro. La mayoría eran personas mayores. Waigher caminó hasta tomar asiento. El otro sujeto lo siguió, sentándose a su lado. La mesa que escogió el íncubo estaba próxima a una gran ventana. Me di cuenta que el acompañante anónimo era el esclavo de Waigher, el mismo chico con el que se acostaba cada noche. Usaba lentes oscuros. Pobre, se le perdió el sol. Gingel se sentó frente al demonio y yo al lado del ángel.

La mesera—una mujer de unos 40 años—llegó, dejando el menú.

—¿Por qué jodidos estamos aquí? —pregunté, viendo todo a mi alrededor.

—Aquí hablaremos de tu asunto.

—¿Aquí? —repetí incómodo.

—Es un lugar seguro—emitió Gingel, leyendo el menú—. Mejor que un lugar en la ciudad infestado de demonios.

—Hmmm... ¿Y a este para que lo trajiste?

Volví a preguntar, mirando al esclavo del demonio. La mesera volvió a llegar. Era bueno que Waigher estuviera usando su aspecto de humano sino ya la hubiera asustado. El íncubo pidió una malteada y Gingel un café. Yo, como siempre, no pedí nada.

—Ya lo sabrás, no comas ansias.

—Ok, como quieras. ¿A quién esperamos ahora?

Debes aprender a ser paciente—se presentó Andrel.

—¿Tú también? —resoplé sin comprender nada.

—El gran Andrel. Es un gusto que puedas hablar.

No está de más decir que tu bar es muy corriente para mí, Waigher.

—Lo es, cierto. Debes ser cuidadosa si no quieres perder tus tan queridas alas, aunque al paso que vas...

—Basta, no estamos aquí para eso—reprimió Gingel.

Esto era una pesadilla.

La mesera llegó con los pedidos—ella no podía ver a Andrel—, regresando a su puesto de trabajo. Esperamos un poco más hasta que dos hombres entraron en el restaurante. No eran de por aquí cerca, mucho menos de la ciudad.

Ambos eran muy altos y de tez blanca y cabello rubio. Me di cuenta que el brillo que los rodeaba no era normal. No se parecía para nada al destello de Andrel. Su brillo era un dorado muy intenso que si lo mirabas por largos minutos tiempo te daba paz, tranquilidad y también podía dejarte ciego tras mucha exposición.

-Envase de Oro- #1 El tiempo de la crisálida© /COMPLETA✓✓✓/ +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora