Bunker. Parte 4.

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- ¡Parque! – Gritaron Jack, Dean y Lucifer listos para salir.

Nathan y Sam rogaron que no les hicieran pasar vergüenza frente a la gente. Cada uno llevaba su mochila, con solo algunas cosas, porque Nath aseguró que se haría cargo de la comida.

Eran un par de cuadras que caminar, pero los tres rubios parecían más felices que cachorros de disfrutar su tarde en un parque. Los morochos iban adelante, liderando.

De pronto, antes de cruzar una calle, Nathan puso una mano en pecho de Sam para frenarlo antes de que bajara la acera. El cazador se giró hacia el chico que miraba el final de la calle, como esperando algo.

Un golpe tremendo se escuchó en la esquina. Un auto rojo chocó con otro negro más pequeño. Y uno de ellos terminó empujando a un auto parado en el semáforo de la calle que los Winchester deseaban cruzar. Al otro lado, un pequeño de tres o cuatro años había cruzado la calle y corría hacia ellos. Solo estaba a metros de ser atropellado por el auto empujado.

El tiempo se detuvo o más bien, se ralentizó. El grupo de cazadores y seres angelicales podían observar hasta el aleteó de las aves en cámara lenta, las cosas caían con la lentitud de una pluma y la gente en sí se movía lentamente.

Nathan avanzó hacia el niño, que también era consciente del extraño efecto, por lo que se había paralizado en medio de la calle. El morocho alzó al pequeño, llevándolo a un lado de su madre.

- Los ángeles cuidan de ti. – Susurró al niño.

Un chasquido y todo volvió a la normalidad, aunque el auto término estampándose contra otros estacionados. Ningún herido. La madre sin comprender que había pasado, agradeció a Nathan. El hijo de Castiel hizo una señal hacia su grupo para que cruzaran ahora que era seguro.

- ¿Cómo sabias que eso iba a pasar? – Interrogó Sam, mientras las sirenas se acercaban al lugar de los hechos.

- A veces, solo sé cosas. – Sonrió. – No puedo evitarlo.

- Pequeño, acabas de detener el tiempo espacio para salvar a un niño. – Intervino Lucifer, con algo de orgullo en su voz. – No hables como si fuese nada.

- Mamá dice que hay que proteger a los niños, son seres libres de pecado e inocentes. – Explicó.

- Si hubiese sido un adulto, ¿No harías nada? – Indagó Dean.

- Depende de cuan manchada estuviese su alma. – Sopesó. – Mamá dice que Destino se enfada si interfieres demasiado.

El grupo se quedó con confusión plasmada en su rostro, mientras Nathan seguía su camino como si nada.

El parque estaba medianamente lleno, pero lograron encontrar un buen lugar para preparar el picnic. Jack, Nath y Luci jugaban con una pelota sacada de quien sabe dónde, y los hermanos disfrutaban de cerveza y pies recién horneados, cortesía de Nathan.

- Dios, amo a ese chico. – Dijo Dean, mientras engullía más pie.

- Estábamos hablando de que era un peligro hace unos días. – Objetó Sam.

- Me casare con Cas para despertar todas las mañanas con pie como este. – Ignoró a su hermano.

- Tendrás competencia. – Se burló el menor. –

- No seas aguafiestas, Sammy.

Lucifer regresó donde los Winchester, agotado. Tomó una cerveza y algo de pie para acompañar, Dean lo observó receloso. Los chicos se habían quedado jugando a lanzarle una pelota de tenis a un perro que dos chicas, muy enamoradas de ellos, le prestaron.

- Debimos haber invitado a Cas. – Lamentó Sam.

- Lo hice, pero dijo que no podía. – Dijo Luci.

- ¿Por qué?

- Crowley no lo deja salir de la casa, dice que Cas y el niño necesitan estar separadas más de tres segundos. – Relato, con un tic de celos en su ojo.

Cuando la noche llegó, las estrellas salieron a demostrar cuanto podían brillar. Jack y Nath quedaron agotados, y Lucifer presto sus brazos para que durmieran. Con el rubio a su derecha y el pelinegro a su izquierda, Satán se relajó en medio del pasto.

- Bonita noche, ¿Eh? – Dijo Dean, con toda la razón del mundo.

- Si alguien me hubiese dicho que mi vida se tornaría en esto, hubiera mascado los barrotes hasta salir de esa maldita jaula por mi cuenta. –

- Y si nos hubiesen dicho que estaríamos tomando unas cervezas con Satanás y sus dos hijos todopoderosos, hijos también de nuestro mejor amigo ángel, que vive con el rey del infierno; me habría vuelto loco antes. – Rio Sam. 

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