Rojo, dorado y blanco.

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Dean casi se corta con el cuchillo que escondía bajo la almohada del susto. Sam cayó de su cama, con el cabello despeinado lloviendo por su rostro. Las alarmas del bunker sonaban con todas sus fuerzas. El rojo les recibió en el pasillo, colmando todo el lugar. El mapa destellaba en puntos en un lugar en específico.

Lucifer se estiró, desperezándose. Castiel acababa de irse, pero su celular no dejaba de sonar. Dean dijo algo de necesitar un aventón. Se puso su ropa y apareció en el bunker.

- ¿Quién soy? ¿Súperman? No trabajo 24hs para el mundo. – Se quejó.

- Puedes parar a tus cosas. – Se quejó Dean.

- Si pudiera controlarlas, ¿No crees que no sería necesario enterrarlos en el maldito centro de la tierra? – Respondió.

Sam ya había llamado a Castiel, quien acordó que se verían en el lugar.



En las profundidades de una cueva, en medio de un espeso bosque no muy alejado de la civilización, criaturas se abrían paso.

- Shedims. – Dijo Lucifer, con pereza.

En medio de la madrugada, habiendo dormido muy poco y recuperándose de una buena sesión de pasión con su ángel, Satanás no estaba para enfrentar estas cosas.

- Son cosa de niños. – Quitó importancia Nathan a su derecha.

- Casi te matan la última vez. – Se burló su padre. – Evita que te muerdan hoy.

- No peleen. – Intervino Jack, a la izquierda de Luci.

El resto le esperaban unos pasos más atrás, simplemente cubriendo que ninguno escapara de las garras de Lucifer y sus hijos. Sam, Dean, Cas y Crowley tenían claro que solo serían un retén temporal y que eran más que blancos fáciles para esas cosas. Luci se volteó a ver al ángel, guiñándole un ojo.

- Concéntrate. – Llamó su atención Nath, solo para que dejara de ver a su madre.

El grupo de Shedims que se acercaba, se detuvo a metros de los seres celestiales. Mostrando sus feroces dientes y garras, gruñendo a ratos.

- Creí que nos deshicimos de todos. – Lamentó Jack.

- Digamos que me emocione creando estas cosas. – Se excusó Lucifer.

- Al menos crea algo que puedas controlar. – Se burló su hijo menor, ganándose una mirada asesina de su padre.

Luci acomodó las vértebras de su cuello a cada lado y sonrió con malicia.

- Comencemos con la pequeña masacre.

- Esto va a ser muy divertido. – Copió el morocho la sonrisa aterradora de su padre.

El rojo, dorado y blanco de sus miradas nunca había combinado tan bien. Nathan se divertía con su sanguinaria forma de matar y destrozar con sus propias manos. Jack prefería combinar sus habilidades de nephilim con el combate al estilo cazador. Por otro lado, Lucifer era una mezcolanza de sus hijos, habilidades angelicales más fuerza bruta.

- Cas, ¿Te han dicho que tienes una familia de psicóticos? – Interrogó Dean, estupefacto de la rapidez con la que los tres se adentraban en el grupo, dejando cadáveres a su paso.

- No hace falta que me lo digan. – Suspiró Cas, acostumbrado a la sangre. – Lo tengo claro.

A la hora que esas cosas seguían saliendo, todos estaban cansados. Dean se había sentado, afilando un cuchillo; su hermano jugaba con un mechón de su cabello, Cas balanceaba de lado a lado su espada, y Crowley bebía licor sentado contra un árbol.

Jack y Lucifer también estaban cansándose, eran demasiados de esos malditos. Aunque ya no parecían salir más de las profundidades, el grupo que quedaba era enorme. En cuanto a Nathan... se sentía como un niño en una dulcería. Aseguró a su padre y hermano que estaría bien solo.

El amanecer apareció entre el verde follaje, y Nath caminaba hacia su madre con cara de pocos amigos. A su alrededor, los cadáveres de cientos de miles le estorbaban el paso.

- ¿Qué pasa, cariño? – Por un segundo, Cas pensó que volvía a sentirse mal, siendo envenenado de nuevo.

- Mi traje se ensució. – Rezongó. –

Efectivamente, el negro mate ahora era bordo y pegajoso. Lucifer pasó a su lado, golpeando con suavidad la cabeza del menor, devolviendo la pulcritud a su traje.

- Ya vámonos que quiero dormir.

El grupo de cazadores, demonio, ángel, arcángel, nephilim y... Nathan, estaba de acuerdo con esa propuesta. 

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