Desconfía.

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Era incómodo. En el aire solo se respiraba incomodidad. La cena con más tensión que el universo experimento. Sin quitar que era totalmente atípica. A cada punta de la mesa, Lucifer y Nathan se miraban desafiantes. Crowley había ocupado la derecha del joven, junto a Kelly y Jack; mientras que Castiel estaba sentado a la Izquierda de su hijo, sucedido por Sam y Dean.

La comida era difícil de pasar. El sonido de los cubiertos era todo lo que se escuchaba, y algunos temían que otro sonido diferente terminara por detonar la bomba. Pero Nathan no tenía miedo a ello.

- Así que el Padre de América vino a salvar el día, ¿Eh? – Sonrió con sorna. – Adorable.

- Debí quedarme en casa y bailar sobre tu tumba después. – Se lamentó Lucifer.

- Tranquilo, yo seré quien te entierre a ti. Solo espera a que tenga la oportunidad.

- ¡Oww! No puedes hacer nada con mami presente. – Se burló haciendo un mohín.

- Y tú te escondes tras mi madre porque le tienes miedo a un niño. ¿En serio, Lucifer?

Gracias a Chuck, Castiel intervino en esta pequeña guerra de palabras que terminaría con destruir media casa.

- Suficiente de burlas y sarcasmo, coman que se enfría la cena.

Ambos asintieron, pero aún seguían mirándose con odio.

- Una mirada más y van a dormir afuera. – Amenazó la voz tranquila del ángel, que servía más puré a Jack, demasiado cerca de Luci para latranquilidad del arcángel.

Lucifer y Nathan dejaron la pelea para otro momento, esa voz dulce era más aterradora que cualquier grito.



Simulando una araña, los danzantes dedos de Lucifer escalaron desde los brazos cruzados de Cas hasta su cuello. El ángel tenia, literalmente, a Satanás acechándolo por la espalda.

- Entonces... ¿Compartimos cuarto esta noche? – Susurro mientras relamía sus labios.

- Puedes quedarte en mi cuarto tu solo, yo no lo necesito dormir, Lucifer. – Cortó todas sus aspiraciones. – Y aléjate de mí.

- Vamos, Cassie.

- Dijo que te alejaras. – Apareció Nathan a espaldas de su padre. – Obedece, bodoque.

Satán estuvo a punto de decir algo, pero se tragó sus palabras, teniendo a Cas tan cerca.

- Madre, ¿Puedes quedarte en mi cuarto? – Esa maldita inocencia fingida lo lograba todo.

- Claro, cariño.


Sam y Dean compartirían cuarto, así que Castiel preparo la habitación para ellos.

- Hay toallas en el closet y mantas también. – Aclaró el ángel.

- Creo que Crowley lo hizo bien consiguiendo esta casa. – Aduló Sam. – Siento no haber estado para ti, Cas.

Entonces, el rubio también presto atención a la conversación.

- Entiendo su posición, lo que no comprendo aun es el porqué no respetar la mía. –

El ángel no pretendía encontrar una respuesta a sus dudas, era simplemente una aclaración de lo que pensaba. Durante su embarazo, cuando se encontraba solo con su bebé tratando de mantenerlo a salvo, se preguntaba con la mirada a los cielos por qué siempre acababa así, perdido y luchando contra el mundo. Evitaba los rencores porque su hijo no necesitaba más razones para odiar, pero recordaba el dolor y era algo que estaba fuera de su control.

- Descansen. – Deseo antes de marcharse.

La puerta se cerró y Sam se dejó caer contra el colchón, tapándose el rostro con una almohada.

- Estamos jodidos. – Se escuchó su voz amortiguada. –

- No dramatices. – Saltó Dean, buscando ropa para cambiarse después de la ducha. – Hemos tenidos diferencias con Cas antes, y no fue gran cosa.

El Winchester menor lanzó la almohada contra su hermano, en desacuerdo.

- Pero ahora no son sus hermanos, el cielo, el infierno, Crowley... es su hijo, Dean –



Crowley camino, ya enfundado en su pijama y bata, hacia su habitación con una buena bebida en mano. No creyó encontrarse en el pasillo con Cas y su mejor cara de póker.

- ¿Qué paso, soldadito de plomo? ¿No ibas a dormir con Nathan?

- Ya se durmió.

- Ok. – Miró a ambos lados, como buscando una razón. – ¿Entonces qué haces?

- Solo... procurar que todo ese bien.

- Oh. – Termino por entender todo. – No confías en ellos.

Estaba avergonzado, no por proteger a su hijo, sino por desconfiar de aquellos a los que había sentido como sus hermanos, y al que creyó que era el amor de su vida.

- Entiendo. – Asintió el demonio. - ¿Te hago compañía? – Sonrió, apoyándose en la pared.

- Gracias.

No se arrepentía de confiar en su antiguo enemigo, ni de olvidar sus desencuentro. A veces la vida da tantas vueltas, que el demonio al que odiabas termina siendo tu confidente y protector; mientras los que se supone eran tu familia, te abandonan. 

SurrenderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora