Ángeles y demonios.

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Cas contenía a Kelly entre sus brazos, protegiéndola de los demonios a su alrededor. Ninguno había querido llamar a sus hijos para atraerlos a esa trampa, pero los ángeles ya tenían un plan "B", un sistema que los atraería como voces de sirenas. Crowley estaba al otro lado, traicionado por un grupo de sus propios hombres.

La tierra se estremeció como si cada átomo que la componía supiera de la ira del hijo de Satanás. Segundos después, Nathan y Jack aparecieron frente a sus madres.

- ¡Nathan, no!

Entonces los jóvenes se percataron la simbología bajo sus pies, y la imposibilidad de moverse. Jack notó la tierra partirse y sujeto la mano de su hermano menor, preparándose para caer.

Desaparecieron en cuestión de segundos, cayendo metros y metros de profundidad, dejando atrás una nube de polvo. El agujero se cerró como si no hubiese existido y, Castiel no pudo hacer más que abrazar a Kelly, rogando que sus hijos fuesen lo suficientemente fuertes para salir de allí.

El polvo les hizo toser, y la oscuridad los cegó por completo. Pero aún estaban sujetos de las manos.

- ¿Dónde estamos? – Interrogó el mayor.

- No lo sé. –

Un gruñido y algo arrastrándose hacia ellos se escucharon. Nathan encendió una esfera de luz que se elevó hasta donde esta especie de cueva se lo permitía. Fueron visibles entonces las bestias grises que les arrinconaban contra el muro de tierra.

- Shedims. – Dijo Jack. –

- ¿Qué demonios son estas cosas? – Nathan no tenía esa palabra entre los aprendizajes de su madre, jamás había escuchado de ellos.

- Son soldados de Lucifer. Estamos encerrados en su celda.

Una de esas cosas gruño y mostró sus dientes afilados, acercándose peligrosamente.

- Mantente detrás de mí. – Ordenó el menor de los hermanos.



Lucifer fue el primero en sentir a sus hijos y luego ya no. Aviso a los Winchester por pura costumbre y los tres partieron al lugar en donde los niños se habían desvanecido. Ángeles y demonios complotados contra los hijos de Satanás, era adorable.

Luci bajó con tranquilidad del auto. Analizó el panorama. Al menos no habían dañado a Castiel y Kelly, aunque Nathan no estaría feliz de todas formas.

- Joder. – Observó su reloj imaginario. - ¿Cuánto tiempo crees que les quede de vida, Cassie? – Sonrió despreocupado.

Sam y Dean tampoco estaban muy estresados, apoyados contra el Impala esperando no salir dañados por las rabietas del niño.

- Lucifer, pensé que era tu deseo deshacerte del engendro. – Dijo Naomi.

- ¿Y tú crees que si existirá la mínima posibilidad no estaría muerto ya? – Suspiró. – Lo intente, el niño definitivamente es hijo mío. – Lamento, como si eso fuese algo malo.

- No saldrá de esto. - Aseguró el ángel. – Es una trampa perfecta para nephilim.

- Nathan no es nephilim. No estoy seguro de qué es. –



El blanco en los ojos de Nathan eran un color aterrador, pero el dorado a su lado de Jack no se apagaría. Lucharían juntos si era necesario. Los Shedim eran fuertes, y más de una vez les habían asestado uno que otro golpee, lo que solo lograba enfurecer al menor y convertirlo en una bestia más sanguinaria que ellos.

Eran decenas de miles de esas cosas, pero se encargaron de cada una de ellas. Sentados espalda con espalda, respiraban agitados.

- Ahora tenemos que salir de aquí. – Pronunció entrecortado Jack.

- De eso me encargó yo. – Sentenció el morocho.



Lucifer suspiro estresado, y aunque quisiera mentir, comenzaba a preocuparse por la tardanza de sus hijos.

- Naomi, en serio, retírate de aquí y con suerte saldrás viva. – Intento convencer, solo para pasar el rato. –

La tierra vibró bajo sus pies, como si algo se moviera bajo la superficie. Ok, los niños habían vuelto. Un brazo enfundado en un traje negro resurgió de la tierra, y le siguió el cuerpo entero de Nathan, dando una bocanada de aire de alivio. Jack le alcanzó. Ambos estaban cubiertos de tierra y sangre, que el menor desapareció con un chasquido.

De nuevo su traje impoluto le daba un motivo para sonreír. Camino hasta Naomi ante la miradas expectantes y de sorpresa a su alrededor.

- Eso fue divertido, pero casi mata a mi hermano mayor. – Negó lamentándolo. – Y eso pondría triste a mi madre.

Eran suficientes explicaciones para lo que estaba a punto de hacer. No acostumbraba a usar sus poderes, pero quería experimentar. Un clic de sus dedos y los ángeles y demonios cayeron en un dolor indescriptible retorciéndose en el suelo. Muchos intentaron huir de sus recipientes, pero Nathan no lo permitiría; entonces unos pocos optaron por el suicidio.

- Me gusta cómo piensan. - Sonrió el joven hacia el cadáver de uno de los ángeles que había tomado esa última decisión.

Pero Naomi seguía allí, parada frente a él sin impresionarse de su espectáculo. La seriedad del menor no era algo bonito de ver, porque simplemente te demostraba que existía algo peor que el infierno.

- No me importa extinguir a los ángeles casi por completo, puedo hacer miles de ellos sin problemas. – Explicó. – Pero sé que te duele ver lo que hago, aunque intentes fingir que eres fuerte, mi querida Naomi.

Hizo un paso atrás, alejándose de la líder y dándole espacio para decidir qué hacer.

- Retrocede y te dejaré vivir. – Prometió.

La mujer no se lo pensó demasiado, e intento retirarse. Pero un chasquido explotó su ser en un millón de partículas.

- Mala elección. – Se lamentó el menor. – Mamá dice que un líder jamás deja atrás a sus hombres.

El restó de ángeles y demonios tuvo el mismo final de su líder. Porque la palabra piedad no existía para Nathan. No cuando su madre era herido.

Pero el mundo se vio raro cuando la ira se disipo, como si le costara enfocar su vista. Estaba mareado, demasiado. Sus zapatos estaban sucios de sangre que se escurría de debajo de su pantalón negro. Comenzaba a doler su pierna y eso era extraño. Su madre se acercó, y Nathan cayó como un peso muerto. 

SurrenderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora