Capítulo 4

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Las luces del centro de la ciudad iluminaban el vidrio frontal del auto de Mario. Había encontrado el bar de Marco, un lugar de mala muerte a su parecer. Buscó un lugar cerca de ahí para estacionarse. Bajó del auto y caminó a la entrada del establecimiento en donde se encontraba un matón que lo miró fijamente y se dispuso a hablar.

–Buenas noches, vengo a ver a Marco– Mario no vaciló en sus palabras y sin miedo alguno lo miró a los ojos.

–¿Quién es usted?– El matón que rebasaba a Mario por unos cuantos centímetros cruzó los brazos en forma de defensa.

–Soy un amigo de él, mi nombre es Mario Götze, él sabe quién soy– La firmeza en sus palabras se hicieron notar. El guardia hizo una llamada de apenas unos segundos en donde mencionó que ahí se encontraba alguien que buscaba al “señor”.

El guardia dejó pasar a Mario y este le indicó donde se encontraba la oficina de Marco. El bar estaba lleno de mujerzuelas que a kilómetros se les veía lo vulgar. No negaba que estaban ‘buenas’ pero sinceramente no era lo que buscaba. Si su amigo le daba a escoger una de ellas, probablemente declinaría su propuesta.

Solo dos toques bastaron para que un desaliñado Marco abriera la puerta. Lo recibió con una sonrisa nerviosa y segundos después una chica salió saltando de ahí como si nada hubiera pasado. Cerró la puerta tras de ella e invitó a Mario a tomar asiento.

–Veo que viniste, vaya sorpresa– Dijo Marco mientras se arreglaba un poco la camisa que estaba entreabierta.

–Si creíste que era un cobarde déjame decirte que no lo soy– Soltó Mario sin más.

–Sí, ya me di cuenta campeón– El tono burlesco era notorio.

–Y bien, ¿Qué hay de lo que hablamos?– Mario se caracterizaba por ser un hombre duro y poco sentimental y eso Marco lo sabía de sobra.

Marco se paró de su asiento y rodeó la oficina para abrir la puerta, sin voltear a ver a Mario, simplemente habló.

–Sígueme, te las mostraré.

Mario imitó la acción de su amigo, se paró del asiento y rodeó la oficina, lo siguió por un pasillo que daba a una puerta en uno de los extremos. Marco, sin más preámbulos abrió la puerta y un montón de ojos se posaron sobre ellos.

La voz del rubio fue lo único que retumbó en la habitación. –¡Hagan una fila frente a mí, ya mismo!

Todo fue rápido, Mario solo escucho el taconeo de los zapatos de las chicas y sus rápidos movimientos, en menos de un minuto, todas habían formado una larga fila, y entonces ella  llamó su atención.

Su Inocencia (Mario Götze)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora