Capítulo 27

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Mario fue a sentarse a una de las bancas que había siempre en las salas de espera de los hospitales.

Se sentía la peor persona del mundo. No había más culpables que él. Nadie se odiaba más que él mismo en esos momentos.

Había encontrado a Gabriela en la cama entre las sábanas revueltas. Estaba desnuda, totalmente expuesta. Por más que intentó despertarla ella simplemente no reaccionaba. Tenía pulso, pero estaba inconsciente.

Lo peor de todo fue que cuando quiso quitar las sábanas, se dio cuenta que tenían manchas de lo que al parecer era sangre.

No lo pensó dos veces y le colocó una bata que la cubriera y la llevó al hospital en donde estaba Lennart. Nadie más que él era el indicado para atenderla.

Había manejado muy por encima del límite de velocidad, pero eso no importaba, solo deseaba llegar al hospital con Gabriela cuanto antes.

Las horas habían transcurrido lentamente, o al menos para su perspectiva. ¿Cuánto tiempo más tenía que pasar para tener una simple noticia?

No se consideraba una persona apegada al catolicismo o a alguna religión, sin embargo, pedía a Dios que todo con Gabriela estuviera bien.

Se estaba terminando las uñas, ya había marcado un camino entre el pasillo de la sala y hasta las ganas de gritar lo estaban invadiendo.

–Mario.

La voz de Lennart lo paralizó. Tenía tanto esperando por él, que ahora no sabía qué hacer.

–¿Sí?

–Acompáñame a mi consultorio. Tenemos que hablar.

De todos los años que llevaban conociéndose, nunca había escuchado a su amigo tan apagado.

Lennart cerró la puerta con seguro. Nadie podía interrumpirlos ni escucharlos.

–¿Qué ha ocurrido?

Mario sintió la garganta rasposa. Eso mismo quería saber él ¿Qué mierda había ocurrido?

–No lo sé. Yo había ido a Rosenheim por asuntos del trabajo y ella se quedó en casa. Habíamos acordado hablar durante varios momentos en el día, pero ella no contestaba a mis llamadas, me preocupé y boté el asunto que debía arreglar allá. Fue toda una travesía volver a Munich, solo para ver esta barbaridad.

Lennart no lo miraba fijamente. Tenía una pluma entre los dedos y jugaba con ella.

–Abusaron de ella, Mario.

Las palabras le cayeron como bloques sobre la cabeza.

<<No>>

–No estoy muy seguro de lo que digo, pero lo que pasó no fue acto de una sola persona. Seguramente fueron entre dos o tres.

–Lennart…

–Mario, Gabriela fue abusada de una manera terrible. No solo las marcas en su cuerpo lo muestran. Mientras la examinábamos sufrió una crisis, no dejaba de gritar y lloraba incontrolablemente.

–No entiendo –Mario no quería seguir escuchando.

–¡Gabriela ni siquiera es una mujer! ¡Debiste decírmelo! ¿Tienes una idea del dolor que le han provocado? ¡Un abuso sexual a su edad no es cualquier cosa! ¡La han lastimado! –Trató de calmarse y disminuir su volumen–. Tanto sufrimiento para una niña es un pecado.

Lennart salió del consultorio. Conocía a Mario y sabía que tenía que dejarlo solo para que asimilara lo que estaba pasando.

Mario sintió su nariz hormiguear y sus ojos se inundaron.

Nunca lloraba. Para él un hombre que lo hacía era un débil, pero no podía evitarlo.

Quería matar a quien se le pusiera enfrente. Necesitaba desquitar su coraje como fuera. Nunca debió de haberla dejado sola, era un completo idiota.

Se mordió el labio casi hasta sangrarse. Su furia no le ayudaba en lo absoluto. Pero las cosas no se iban a quedar así, tenía que encontrar al o a los responsables.

Alguien se había atrevido a lastimar a Gabriela. Se habían atrevido a tocar a su mujer.

Pero él había hecho lo mismo alguna vez. Él también había abusado de ella sin importarle lo que sentía.

Y ahora, se había arrepentido de robar su inocencia.

Su Inocencia (Mario Götze)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora