Capítulo 28

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No le gustaba ver a Gabriela así. Ella, siempre tan viva y llena de energía, se encontraba sedada y completamente demacrada.

Sus mejillas habían perdido ese rubor que lo volvía loco, sus ojeras parecían huecos oscuros y su rostro tenía un par de rasguños.

¿Quién se había atrevido a maltratarla de tal forma? ¿Quién había tenido el corazón para hacerle tanto daño?

–Mario, despierta

Lennart sacudía ligeramente a su amigo. No había querido regresar a casa y prefirió quedarse en las incómodas sillas del hospital.

–¿Len? –Preguntó confundido.

–Mario, deberías ir a descansar un poco. Luces mal. Además, ¿no tienes trabajo?

–He avisado que no iré por unos días.

–No puedes permanecer aquí para siempre. Gabriela se pondrá bien y regresarán a su vida normal.

–Lo sé, pero hasta que ese día no llegue permaneceré aquí.

Una enfermera interrumpió su plática para informarle a Lennart que Gabriela había despertado.

–Dr. Keil, la señorita del cuarto 19 ha despertado.

–Gracias, iré a verla.

Lennart iba a retirarse sin decirle nada a Mario, pero éste lo detuvo.

–Espera.

–¿Dime?

–¿Puedo pasar a verla?

–Aún no, debo revisarla primero.

La habitación estaba iluminada completamente.

Mario caminaba silenciosamente. Gabriela estaba volteada al lado contrario de la puerta, por lo que no mostraba la cara.

–Gaby –La llamó.

Ella no respondió.

–Gabriela, por favor, soy yo, Mario.

Rodeó la cama y la miró. Tenía los ojos cerrados. Tocó su rostro y ella lo vio.

–¡Váyase! ¡Váyase! ¡Déjeme sola! ¡Váyase! –Gabriela estaba gritando como nunca lo había hecho.

–Amor, soy yo, tranquila.

Mario intentó acercarse a ella pero simplemente lo rechazó.

–¡No quiero verlo! ¡Váyase! ¡No me toque!

Una enfermera entró corriendo al cuarto. Sus ojos se abrieron al ver lo alterada que se encontraba Gabriela.

–¡Dr. Keil!

Lennart entró de la misma forma en como lo había hecho la enfermera. Tomó a Gabriela de ambos brazos y le ordenó que le inyectara un nuevo sedante.

–¿Qué le ha ocurrido? ¿Por qué ha reaccionado de esa forma? –La angustia y las ganas de llorar de Mario aumentaba.

–No soy el indicado para decírtelo, pero cuando una persona ha sufrido un mal episodio en su vida, sufre una especie de trauma. Te recomiendo que cuando egrese de aquí la lleves con un especialista.

–¿Un psicólogo?

–Puedo recomendarte uno de mi total confianza.

Mario asintió, pero lo que más le importaba en esos momentos era que Gabriela recuperara su tranquilidad.

Gabriela, una vez que salió del hospital, simplemente no pudo poner un pie en la casa. Había rompido a llorar en el momento que Mario había estacionado el auto fuera de su hogar.

Los dos se encontraban en una habitación de hotel. Cada quien, en su lado de la cama, se daban la espalda.

A pesar de que solo unos cuantos centímetros los separaban, estaban completamente distantes. Gabriela se tragaba los sollozos. Estaba quebrada y se sentía completamente herida.

Las palabras de Lukas y Gustav la habían destrozado. Le habían repetido hasta el cansancio que Mario no era sincero con ella, que solamente la utilizaba y no la quería.

–Gabriela –Tragó duro–. Sé que estás despierta, mírame.

Ella se dio la vuelta. Su mirada estaba perdida junto con su alma.

–Te quiero –Pronunció suavemente.

–Señor, déjeme ir. Yo no soy la mujer que usted busca.

Mario casi brincó de la cama. Lo que le faltaba en esos momentos, que Gabriela le pidiera irse.

–¡No! ¡No me importa lo que digas! –Se revolvió el cabello por la desesperación–. ¡Mierda! ¿Qué no te das cuenta que lo único que quiero es verte feliz de nuevo?

Gabriela sintió su corazón latir fuertemente. Lo escuchaba sincero. Se tapó la cara y se ocultó entre sus piernas.

–¡Mírame, te lo estoy ordenando! –Mario la tomó de las manos–. ¿Qué rayos ocurrió esa noche? ¡Necesito saberlo! ¡Necesito saber que pasó! ¡Tu silencio solo empeora las cosas!

Su fino rostro estaba húmedo por las lágrimas. Nunca antes había visto tal furia en Mario.

–Señor… –Suspiró.

–¡No vuelvas a llamarme señor! –Gritó–. Soy Mario, Gabriela.

<<Mario>>

–Mario –Repitió suavemente.

Él sonrió y se hincó frente a ella. –Así, es, soy Mario. Ahora, dime, ¿qué ocurrió esa noche? No evadas mis preguntas y respóndeme.

Gabriela sintió un nudo en la garganta, ni la saliva le pasaba. Iba a hablar, pero no estaba segura de lo que fuera a pasar.

–Lukas y Gustav entraron a la casa.

No bastaron más palabras para que Mario saliera corriendo de la habitación con solamente las llaves de su auto en la mano.

Esos bastardos pagarían completamente lo que le hicieron a su Gabriela.

Su Inocencia (Mario Götze)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora