Capítulo 17

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–¿¡Por qué me ocultó que no iba a sentir la mano!?

Estaba furioso. Después de que la anestesia desapareció y el dolor no lo había dejado dormir en toda la noche, Mario se dio cuenta que su mano ‘hormigueaba’ y no podía moverla en su totalidad.

–Señor, no se ponga así, tal vez solo será por unos días, además se puede lastimar –Gabriela trataba de calmarlo.

–¿¡Cómo quieres que no me enoje si no siento la maldita mano!?

Ella caminó hasta su lado y lo tomó del brazo para que se detuviera. Estaba tirando todo lo que había en la habitación y debía parar.

–Señor, ya no se haga más daño, necesita reposar, el doctor se lo dijo.

Una punzada en su pecho lo hizo detenerse. La dulce voz de Gabriela le causó un escalofrio en la espalda y una erección inmediata.

¿Qué rayos le pasaba? ¿Acaso era la necesidad de estar con ella después de muchos días?

Con su mano libre, la tomó de los hombros y la besó casi salvajemente, las piernas de Gabriela flaquearon en el momento que sintió sus labios arder por el beso.

Mario la empujó hasta la cama y se subió sobre ella poniendo todo su peso en el codo derecho. Como pudo, le quitó el camisón que llevaba puesto y la dejó en ropa interior.

Él, que solo tenía puesto un pantalón para dormir, lo bajó junto con sus boxers para quedar rápidamente desnudo. Arrancó el sostén de Gabriela y lanzó lejos sus bragas, estaba tan necesitado de ella, que ni siquiera se tomó la molestia de usar un preservativo y entró en ella de un solo golpe.

Estaba frenético por ella. Sintió sus uñas en la espalda, sabía que le estaba haciendo daño, pero no quería parar.

Momentos después, Mario tenía a Gabriela encima de él, recostada en su pecho y seguía dentro de ella.

Y cuando intentó pararse, él la jaló.

–No, quédate así, conmigo.

Para la semana siguiente, el adormecimiento en la mano de Mario había desaparecido y comenzaba a recuperar la sensación en ella.

Desde aquella mañana, no había ocurrido nada entre ambos y él se había mantenido distante con ella.

No podía evitar sentir un hueco en el pecho cada que la veía por la mañana, además estaba seguro que se le pasaría en unos días y solo era la sensación de haberla tratado tan mal en aquella ocasión.

Él estaba terminando algunas llamadas en la sala, mientras que Gabriela lo esperaba en la cocina para cenar.

Ella lo miraba por detrás.

¿Cómo había ido a parar hasta ese lugar? ¿Por qué diablos no intentaba huir?

De pronto se encontró sonrojada, pensando en él y su forma hipnotizante de besar. Era guapo, y vaya que si lo era, pero sabía que él no la veía más que una simple diversión.

–¿Quieres seguir distraída o cenamos?

Gabriela parpadeó. Estaba siendo muy tonta si pensaba que él podría quererla. Mario había cambiado su forma de ser y era un poco menos duro, pero a su parecer, definitivamente no sentía afecto alguno por ella.

–Enseguida le sirvo un plato.

Ambos cenaban pacíficamente. Mario le comentaba acerca de cómo había empezado su empresa.

Su abuelo paterno le había heredado una fortuna, junto con algunas acciones en una pequeña compañía, que con el tiempo y habilidad la convirtió en suya.

Se sentía feliz hablando de su trabajo, no se consideraba un ‘workaholic’, pero le gustaba lo que hacía.

–Mañana iremos a pasear a Miesbach –Mario habló de repente.

–¿Miesbach? –Cuestionó con curiosidad Gabriela.

–Está a 45 minutos de aquí, despertaremos temprano, así que recoge todo y vayamos a dormir.

Al menos esa noche sí dormiría.

Su Inocencia (Mario Götze)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora