Capítulo 8

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Gabriela trataba de pasar saliva sin que sonara tan dramático pues estaba segura que con el silencio del lugar se podían oír hasta sus pensamientos.

Mario caminó hacia las escaleras que los conducirían a la planta alta de la casa. Con paciencia subió los escalones que los llevaban a un pasillo con 4 puertas.

–Ésta de aquí será nuestra habitación.

<<Nuestra habitación>>

Los pensamientos de Gabriela comenzaron a trabajar a mil por hora. ¿Compartiría habitación con él? No podía creerlo. No quería. Debía escapar de ese lugar de alguna manera.

Pero era demasiado tarde…

Mario la tomó del brazo y la adentró junto con él al interior de la habitación. La jaló con tal brusquedad que, si él no la hubiera seguido sosteniendo habría caído directamente al suelo.

–¿Por qué estas nerviosa, preciosa?

Gabriela lo miró directamente a los ojos. Eran cafés, claros, tal vez. Pero la habitación estaba poco iluminada y no podía decirlo con certeza.

El miedo la invadió más cuando aquel hombre que la sostenía la tomó por detrás de las rodillas y la alzó en el aire a la altura de su pecho. Pero no tardó tanto en bajarla, y cuando lo hizo se dio cuenta que la había dejado sobre la cama, posicionándose él encima de ella e impidiéndole moverse.

Gabriela, presa del miedo, había empezado a golpear el pecho de Mario, quien pronto acercó su rostro al de ella y la tomó de las muñecas.

–No estoy jugando contigo– La voz de Mario sonaba irritada. Hablaba enserio, no vacilaba en nada de lo que hacía.

De pronto, como un acto fugaz, Gabriela sintió los labios de Mario en su cuello. Sus ojos se abrieron de par en par, podría ser una sensación placentera pero no en esas circunstancias.

Un gemido ahogado salió de la garganta de Mario cuando dejó su cuello y decidió enderezarse. Gabriela sintió alivio al verlo, pero su miedo volvió cuando lo vio quitarse la playera y dejar su abdomen trabajado expuesto.

Con más fuerza de la que había usado antes, Mario volvió a tomar sus muñecas y la obligó a enderezarse frente a él.

–Quítate la blusa.

No podía creer lo que oía. Él corazón comenzó a latirle rápido. En primer lugar aquello ni siquiera era una blusa, era un top de tirantes que muy apenas le cubría algo. Y en segundo lugar, si lo hacía estaba obedeciendo sus órdenes, lo que significaba que estaba dispuesta a hacer lo que él dijera.

–¿Qué no me oíste? Dije que te quitaras la blusa.

Mario, al no ver reacción alguna de Gabriela, tomó la orilla del top y prácticamente se lo arrancó por encima, dejándola solamente en brassier de la parte superior del cuerpo.

–Vaya, vaya, vaya. Marco tenía razón, tengo de dónde agarrar– Dijo sonriendo, y admirando sus atributos, lo que le provocó escalofríos a Gabriela. –Claro que tú también tienes de donde– Mario tomó las pequeñas manos de la chica y las puso sobre su pecho.

Eso era mucho. Ella no quería que la tocara, y mucho menos tocarlo a él.

Gabriela comenzó a removerse alarmada. Esa situación la incomodaba demasiado. Mario lo notó, pero a él solo le causaba gracia ver como actuaba, como si fuera una virgen recatada. Él se paró de la cama solo para admirarla.

Ella se veía hermosa con el cabello revuelto y las mejillas sonrojadas. Lo estaba observando con mucho miedo, podía verlo en su mirada. Pero él ya no podía detenerse. Desde que iban camino a casa, las punzadas en su miembro le estaban avisando que la necesitaba cuanto antes y ya se había contenido mucho.

Se descalzó y bajó el zipper de su pantalón, lo desabrochó y comenzó a despojarse de él, quedando solamente en boxers.

Gabriela estaba tan apenada que se había tapado con una sábana. No quería ver como él, prácticamente se desnudaba. Estaba rezando para que todo eso terminara y él le dijera que no haría nada o mejor aún que se podía ir. Pero sus esperanzas se vinieron abajo cuando Mario le quitó la sábana que la cubría, parándola de la cama. Pero la volvió a tumbar en ella para jalarle los shorts y descubrir que bajo ellos, llevaba unos panties de ositos.

Mario soltó una sonora carcajada, que solo hizo a Gabriela sentirse más humillada de lo que ya se sentía.

–Que tierna te ves con esos calzones de ositos puestos, pero no te queda hacerte la inocente conmigo. Yo sé que quieres esto tanto o más que yo.

Mario la acorraló contra una de las paredes del cuarto. Se apegó a ella y se frotó contra su cuerpo.

Ya no podía más. Las lágrimas en los ojos de Gabriela no tardaron en aparecer. No tenía palabras para describir la repulsión que sentía. Aquel hombre la estaba tratando como la más vil de las mujerzuelas.

Mario la cargó y la aventó en la cama, subiéndose sobre ella y por primera vez la beso. Tal como él lo presentía, los labios de Gabriela eran suaves y dulces. Mientras que ella estaba estática, jamás había besado a alguien y aquello era nuevo para ella. Sin embargo, era una sensación buena pero cayó en cuenta que quien la besaba era Mario.

La boca de él bajó hasta el valle de sus pechos. Gabriela se sobresaltó y de inmediato quiso detenerlo, pero él no pensaba dejarla. Ella había comenzado a llorar de nuevo y empezaba a patalear sobre la cama y debajo de él.

Pero todo se tornó silencioso después de un estruendo de piel contra piel. Gabriela sintió su mejilla derecha arder y no hizo más que tapar su cara con ambas manos.

–Te dije muy claramente que no estaba jugando.

Mario estaba furioso. Su paciencia había llegado al límite y con ello su amabilidad con Gabriela.

Como pudo le quitó el brassier y tomó los pechos de ella entre sus manos. Los besó y después se metió cada uno a la boca. Quitó sus panties y ahora sí estaba como él quería, completamente desnuda.

Gabriela tenía los ojos rojos ya de tanto llorar y se limitó a desviar la mirada de Mario quien sonreía triunfante hacia ella.

Lentamente, él bajó sus boxers y abrió el cajón de una de las mesitas de noche. Sacó un preservativo y lo colocó sobre su pene erecto. Se posicionó en medio de las piernas de ella con la punta de su miembro frente a la entrada de su feminidad, no sin antes besarla a la fuerza y mirarla directamente a los ojos.

–No es nada que no hayas hecho antes, preciosa.

Mario, de una sola embestida, entró en ella.

Gabriela soltó un grito desgarrador. El dolor la estaba invadiendo y las lágrimas salían por sí solas de sus ojos.

No podía creerlo. Mario estaba desconcertado. Gabriela era virgen.

Su Inocencia (Mario Götze)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora