1.4 (Cuarto fragmento)

312 38 70
                                    

PARTE 1: 4 (Cuarto fragmento)

Entre más y más minutos pasaban, más situaciones raras aparecían entre aquellos dos; la complicidad entre Francisco y Fabián no eran ideas suyas, estaba completamente convencido que era verdad. Y y a no sabía cómo se sentía con eso.

Fran estaba nervioso, caminando raro y hablando con Fabi de esto y aquello, mientras el otro intentaba motivarlo; él se quedaba callado, porque nunca había sido bueno en eso de expresarse y tirar buena onda a la gente. Sus amigos se miraban mucho, se daban empujoncitos, se hacían caras, se hablaban como si él no estuviese ahí; y tenía sentido, porque claramente lo importante ahí era lo que iba a pasar con Fran y Lidia, así que no tenía que ser estúpido.

Cuando doblaron en la última esquina y Bocha suspiró, sintiendo alivio por casi estar llegando a lo de los Rossi, vieron a lo lejos a Santi afuera de la casa, esperándolos con las manos en los bolsillos de la campera inflable.

—Creo que está tan ansioso como nosotros —murmuró Fabi, mientras se acercaban cada vez más, entonces el petiso se apuró para estar cerca de ellos.

—Che, tenemos un problema —dijo, con un gesto torcido y después lo miró a él con cara rara.

—¿Qué problema? —urgió Fran y Santi volvió a mirarlo, como volviendo en sí.

—Llegaron visitas y creo que se van a quedar un buen rato. Mi tío les estaba poniendo agua para los mates.

—¿Qué? Ugh... —se quejó Francisco y se puso de puntas de pie, para tratar de ver hacia el interior de la casa, aunque estaban un poco lejos.

—¿Amigos? —preguntó Fabi—. ¿Familia?

—Amigas de la Li, que son como sus hermanas. Así que... sí.

—¿Y qué hacemos? —insistió Fran, preocupado, mirando a Santi—. No quiero seguir atrasando esto, creo que me voy a morir de una embolia en casa.

—Yo tampoco quiero esperar, no sabés lo que me costó estar toda la semana viéndola a la cara y no preguntarle nada —afirmó el otro, igual de inquieto—. Vayamos a mi pieza y bajamos cuando las visitas se vayan.

Así fue como los cuatro se fueron a la casa, pero antes de abrir, Santi los miró, como si les fuese a decir algo, pero después hizo una expresión rara y solo abrió la puerta. Les llegó una estridencia de risas y voces raras mientras su amigo entraba y los esperaba del otro lado de la puerta. Gastón sintió tanta hambre que la panza le dolió.

—Permiso —pidió Fabi, que pasó primero, se limpió los pies en la alfombra y se movió a un costado para dejarles lugar a ellos, después Fran lo imitó y a lo último él.

—¿Santi? —preguntó Lidia, sirviendo cosas a la mesa, donde estaban sus tres amigas—. Hola chicos.

—Hola —saludaron, entonces todas las mujeres les miraron y les respondieron el saludo; por alguna razón, Bocha sintió que él se llevó casi todas las miradas.

Había dos mujeres de un lado y otra del otro: la que estaba sola se notaba que era alta, tenía el pelo rapado a los lados y después bien largo atado en una colita alta, con un flequillo corto bien rollinga y un piercing en el medio de la nariz; la otra era una mujer mayor y gorda, maquillada con colores estridentes, el pelo teñido de rubio y las tetas visiblemente operadas, y la última, era una señora más vieja que la otra, escuálida y casi sin arreglar, con anteojos de pasta negros, el pelo pajoso y castaño (seguramente teñido) y con unas cejas sin depilar. Eran un trío rarísimo.

—Bueno, bueno... —murmuró la mujer escuálida con una voz gruesa de fumadora empedernida—. Cuánta sangre joven de pronto.

—Alma —se quejó la mujer gorda, haciéndole mala cara; su voz también era gruesa, pero no tanto como la de su amiga, aunque sí más estridente—. Después te quejás cuando Santi no te quiere hablar. Lo avergonzás.

Si no tuviera corazón (BORRADOR-COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora