2.2 (Primer fragmento)

284 44 22
                                    

PARTE 2: 2 (Primer fragmento)

Gastón se puso a mirar el humo que salía de la punta del cigarrillo, se contorneaba sinuosamente elevándose hasta desaparecer, mientras él intentaba hacer memoria.

Desde los seis años o quizás un poco más, había empezado a recibir regalos de una de las nenas del otro curso; ella se los daba en el segundo recreo y él no entendía muy bien por qué, pero creía que estaba mal decirle que no quería esas cosas. Sus amigos se reían y lo cargaban, llamándolos novios. Bocha fruncía las cejas y los mandaba a callar, sintiendo cosas extrañas en su estómago.

Después, de la nada, empezaron a ser dos nenas que le regalaban dibujos y golosinas; y con el tiempo se sumó otra. Los varones se reían y lo cargaban, y él no entendía bien el asunto, ni siquiera esa vez que dos de ellas se pelearon en el recreo y se agarraron de los pelos. Los varones se reían y lo codeaban, diciendo que mirara lo que hacía; pero él no había hecho nada.

Después la cosa se puso peor. A veces recibía tantas golosinas de tres o cuatro distintas nenas que le daba una parte a su hermana o sus compañeros, porque estaba cansado. Después, empezaron a darles cartitas que le declaraban lo mucho que les gustaba, y ahí la cosa se terminó yendo de sus manos.

Empezó a rechazarlas a todas, porque no quería ser novio de nadie, y empezaron a hacerle celos con una o con la otra, solo que en esa edad no sabía que eso eran celos. Y todos en su curso se empezaron a reír y lo empezaron a cargar, le empezaron a poner apodos que no le gustaban y se terminó peleando con todo el mundo. Desde entonces, ya no tuvo amigos en la escuela y tener cara de orto fue algo de todos los días.

No quería saber nada de cartas ni regalos o que le dijeran lo lindo que les parecía. Nunca le gustó. Nunca lo entendió. Entonces se empezó a desquitar con todo el mundo y recibió otro apodo de mierda.

Y ahora era un grandote pelotudo y seguía sin entender qué tanto tenía que le gustaba a la gente. Vivía sucio, con ropa vieja y desgastada que sacaba de bolsas de basura o de tercera mano, con su clásica cara de orto y el pelo larguísimo por cortárselo una vez por año. A veces vivía moretoneado y siempre insultaba a todo aquel que se le ocurriera preguntar; era torpe para hablar, tardaba milenios en hacer una cuenta y dos milenios más en leer; odiaba estar en grupos grandes de amigos, él solo tenía cuatro y no quería más. Ni siquiera podían decir que porque era bonito porque estaba cada vez más escuálido, perdiendo el poco estado físico que había podido hacer jugando al fútbol. ¿Entonces qué? ¿Qué mierda le veían?

¿Su cara? Era la misma cara de mierda que David y cada vez que lo miraba sentía que era una premonición de lo que estaba por venir: una cara demacrada con los ojos perdidos en la nada y los dientes hecho un asco. Un futuro de mierda.

¿Por qué le gustaba a Fabián? Se rascó con fuerza la nuca y le dio una calada al cigarrillo. Pensó en sacar el teléfono y preguntarle, pero después se dijo que eso era una pelotudez, porque lo que menos quería en ese momento era hablar con él.

Trató de hacer caso omiso al asunto, porque definitivamente no iba a llegar a ningún lado, y trató de seguir con sus cosas.

David había empezado a desaparecer otra vez y todavía no estaba seguro de cómo se sentía con eso. Sus hermanos estaban retraídos y paranoicos cada vez que estaban solos, con justa razón, entonces él trató de ponerse en modo mandón y los apuró a hacer como que nada pasaba, como si David no existiese. Pero existía. Lo recordaban cada vez que volvía.

Fausto le volvió a llamar y Bocha se fue a trabajar a su casa, a terminar lo que le había quedado pendiente. Estar ahí preocupado solo en dejar el jardín bien fue muy gratificante, porque solo importaba eso: laburar bien.

Si no tuviera corazón (BORRADOR-COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora