capitulo 10- Cuatro Paredes Y Un Techo

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Capitulo 10

Cuatro paredes y un techo

El sudor le caía como pequeñas perlas diminutas. Frente a ella estaba el leñador. ¿Cómo hubiera creído que era una buena persona? Si ahora la estaba violando. Por lo menos toda la noche lo hizo mientras gemía y se movía dentro de ella como una culebra dentro de una canaleta. Cada embestida la destruía un poco más y la hacía soltar mas lagrimas. Él lo gritaba y se vanagloriaba en su potencia masculina al embestirla. Pero lo más asquerosos eran las fotos.

El tomo muchas. En mucha poses y con muchas caras. Hasta tomo una al lado de su cara mientras le caían lagrimas:

-¡sonríe maldita prostituta!- grito el leñador y le metió una cachetada limpia en su rostro.

Sonrió. Forzosamente.

Todo eso siguió por varias noches hasta que ya solo miraba al techo y se ponía a contar las paredes. El leñador lo disfrutaba como el primer día y ella temía que si se aburría la mutile. Por lo que a veces gritaba mientras la penetraba y hacia caras de actriz de película porno barata.

En su mente daba todo vueltas.

No había quien la ayude y sería mejor ganarse la confianza de aquel pervertido si quería sobrevivir otra noche. Ya lo tenía todo cavado.

Al parecer sus manos estaban atadas con una simple soga de color rojo que sería muy fácil de roer con los dientes. El problema yacía en que el leñador no se iba a ningún lado en ningún momento y el único momento en el que su concentración y su sagacidad parecían flanquear era en el acto sexual. Su única opción era un ataque directo que le diera tiempo de soltarse y el momento ideal ya llegaría.

Día tras día la misma rutina. No sabía cuántas horas llevaba atada ni cuantas veces la había violado. Ella solo se dedicaba a mirar el techo. Ahogando sus gritos y llorando en silencio.

Todo esto paso sucesivamente durante varias semanas hasta que reconoció un patrón muy simple.

Todos los días a las cuatro salía un pájaro que cantaba “cu-cu-cu” del reloj antiguo del baño y siempre a esa misma hora el venia con un vaso de agua y unas pastillas rojas que le paralizaban los músculos.

Eso.

Por ahí debía empezar, debía recuperar el control de sus extremidades y luego debía llevar a cabo el resto del plan.

                                            *************

Llevo días ponerlo en marcha, pero al final lo logro.

Como todo día normal la había violado, la había alimentado y esperaba al ruidito del enfermizo pájaro del reloj para llevarle sus calmantes. El ruido no se hizo esperar y más veloz como un rayo el leñador se acerco a ella y le hizo abrir la boca y deposito la píldora del tamaño de un maní en su boca y le dio de beber.

Pero no se la trago sino que hizo todo lo posible para sostenerla con su lengua y ocultarla entre su lengua y su paladar. Así estuvo varias horas hasta que el leñador se decidió a jugar un poco con su víctima. Pero ella ya había estado horas royendo la soga por la parte que no se veía y ya sentía sus piernas y sus brazos.

Se desnudo y esta vez ella no miro al techo sino que lo miro directamente a la cara. Directo a la cara del mal y de la perversión. Con saltos él se subió a la cama y con sus brazos le abrió las caderas no sin antes acariciar sus pechos ante la mirada atónita de ella. Cuando ya era momento de penetrarla él se rio y escupió al lado de la cama.

Pero ya era muy tarde. Estaba casi desatada y tenía plena conciencia y control de sus piernas. Solo era cuestión de que se introduzca dentro de ella y estaría perdida. Entonces recordó una frase que daba vuelta en su mente:

-sabes que todo aquel que tiene una razón para vivir puede soportar cualquier forma de hacerlo- ella lo dijo con voz grave, decidida y graciosa. Hasta casi poética.

Sus piernas se impulsaron al terminar la frase y fueron a dar contra la cabeza del leñador quien la maldijo y cayo inmóvil al piso. Como un buzo que descubre oro en el fondo del mar ella alzo sus manos triunfales y de un salto se levanto de la cama. Pasó al lado de él y le escupió la píldora roja sobre su desnuda espalda.

Recordó a la extraña y como último gesto de que su confianza estaba depositada en ella aunque ya no estuviera en este mundo procedió a llenar una jeringa con el liquido ámbar y a inyectárselo en las venas al leñador.

Estaba acabado, tal dosis le pararía el corazón, no sin antes hacerlo rogar por piedad en el mundo de las pesadillas.

Y con decisión se miro al espejo del baño y se dio cuenta de algo.

Ya no era indefensa.

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