Capitulo 24- Cuidados Intensivos

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Capitulo 24

Cuidados intensivos

El aliento le volvió al cuerpo como a alguien a quien le arrebatan su alma y esta regresa. Aun nada estaba claro porque nada podía estarlo pero su situación mental había pasado de ser oscura a ser gris en un fugaz recuerdo muy esclarecedor. Sinceramente ella pensaba que nunca había podido haber hecho aquello pero al parecer lo había hecho con mucha premeditación y con mucha precisión. Desde cualquier lugar en el que estuvieran aquellos niños quería decirles cuanto lo sentía o cuanto los perdonaba por el accidente de la cornisa o quizás querría decirles que lo que les paso no fue culpa de ellos si no cosas que el destino o quizás que el eclipse quiera. Sentía que había vivido todos los años recientes de su vida encerrada en una mentira como si su fuego se hubiera remplazado por otro. Como si su verdadera personalidad feroz y calculadora hubiera estado adormecida por un bloqueo. 

Se había dado cuenta de que tenía taquicardia en cuanto despertó y no se sorprendió cuando el doctor entro a su habitación y le tomo la presión y con sus brazos trajo una banqueta en la cual se sentó a observarla en silencio.

Y así transcurrieron los siguientes tres días. Era una constante rutina en la cual todo el día empezaba con el doctor tomándole la presión y chequeando los exámenes que le practicaban cuando estaba dormida y si dictaminaba que estaba bien ordenaba a la cocina por su micrófono que le hicieran pudin o quizás que le dieran un pedazo de pastel. Luego el mismo se tomaba el trabajo de peinarle el cabello y de maquillarla para mejorar el aspecto que las intervenciones habían dejado en su cara mientras ella desayunaba como siempre. Quizás más tarde el venia y se sentaba en su banqueta y le preguntaba cómo se sentía o como estaba de ánimo (Quizás tenían miedo que producto de las intervenciones psicológicas cayera en una depresión o que sufriera de bipolaridad) y luego la invitaba a ver en el televisor algún canal de cocina o quizás un reality acerca de gente que juzgaba de manera arrogante como se vestían las modelos.  Y continuaban con una ronda de preguntas y de exámenes cognitivos para ver si había deterioro cerebral. Todo muy bien hasta que llego el día que hizo la primera pregunta que significaría el principio del fin.

-¿Puedes traerme un reloj?- Susan tenía que saber la hora porqué si no se desconcertaba o tenía la sensación de descontrol.

-No Susan, puedo bajar la luna y las estrellas pero no un reloj- su médico tiro el tubito de plástico que manipulaba antes de responderle. Parecía que aquella pregunta lo estresaba hasta la medula.

Así pasaron cuatro días hasta que otra pequeña guerra se inicio. Todo comenzó cuando ella pregunto cuando la dejarían levantarse de aquella cama.

-No, note podemos sacar de aquí y no me preguntes porque- dijo cortante el doctor.

Aquellos pequeños enfrentamientos podían mucho en su relación que cada vez era más curiosa. Eran como pequeñas cadenas que cada vez hacían que el espacio de confianza entre ellos se deteriorara más. Todo iba muy bien hasta que pasaron siete días.

Ese día estaban viendo un reality sobre el futuro de una obesa reina de belleza y hablando con el doctor acerca de ello y de cómo las compañías de televisión exprimen cada idea o situación traumática para obtener oro que en este caso era rating.  El estaba acostado con ella en la camilla y ambos tenían en sus manos vasos de plástico con jugo de arándano. Cada tanto el doctor se acomodaba sus anteojos y la miraba con delicadeza pendiente a cada detalle de su cara. El no lo decía pero ella notaba que él sentía una especie de atracción que rozaba el amor de padre con el amor de una pareja. ¿Sentiría lo mismo?

Cualquier psicólogo que la mirara diría que padece del Síndrome de Estocolmo. Pero ella le diría que es el Síndrome del amor al mejor estilo quinceañera enamorada de su profesor de anatomía o quizás de su psicólogo.

Aves De RapiñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora