Capitulo 13- Los niños de la cornisa

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Capitulo 13

Los niños de la cornisa

Todo se calmo, no se oía ni siquiera los ruidos de los pájaros. La belleza de los atardeceres no se comparaba a la de un eclipse. Su familia seguro lo estaría viendo desde el jardín de su hogar, todos acompañados por los vecinos de las casas más cercanas. Sus padres no eran aquellos que se preocuparan por el paradero de su hija porque de cualquier manera ella siempre volvía.

El sol cada vez se iluminaba más y volvía a la normalidad al igual que todo el pueblo. Las mujeres retiraban los manteles que cubrían las mesas de los patios traseros, los hombre se sentaban en los sillones a leer o a ver televisión, los niños volvían a los parques a hamacarse y a perseguirse por los anchos prados de manera despreocupada.

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A metros podía ver a unos niños corriendo tras un globo blanco. Su hermana se acercaba a ella y la tiraba de las manos hasta posicionarla en el centro del círculo de niños pequeños.

-¿Quién es ella Sarah?- pregunto uno de los niños.

-Ella es Susan, mi hermana- dijo su hermana.

-¿Y porque nunca la habíamos visto?- pregunto otro de los infantes quienes parecían muy despiertos para su edad.

-Ella siempre vivió en el campo con mi abuela- sintió que su hermana estaba mintiendo porque su voz había titubeado.

-¿Y porque vivió toda su vida con tu abuela?- seguían preguntando los niños escépticos.

-Bueno, creo que deberíamos dejar de desperdiciar tiempo valioso en un interrogatorio- su hermana parecía impacientarse.

Al final todos los niños aceptaron que ella se una a su círculo de juego. De hecho había sido una tarde muy divertida. Aquellos niños eran puras risas, tenían mucha energía para correr y saltar, nunca faltaba alguno que se caía y se raspaba sus pequeñas rodillas.

Todo era muy bueno. Desde que había llegado de casa de la abuela esto era lo mejor que le había sucedido.

Pero toda rosa tiene espinas. Y estas eran muy grandes.

                                                  *************

Se había tropezado. Quizás había tropezado con las cintas de sus zapatos.

Los niños prorrumpieron en carcajadas las cuales ella no entendía. ¿Qué pasaba? ¿De qué se reían?. Como una gota de lluvia sintió como un líquido húmedo descendía por sus piernas. Rápidamente lo entendió. Sentía mucha vergüenza y se echo a llorar mientras los niños se reían y su hermana estaba petrificada del miedo quizás por la confusión.

Se levanto como pudo. Sus rodillas y su cara estaban raspadas. Los niños eran muy crueles y ella ya lo había comprobado. Se seguían riendo mientras la corrían por el prado que conducía al barrio.

Los niños no la paraban de seguir aun cuando cada vez se alejaba más del pueblo. Ella trataba de escabullirse pero ellos eran inteligentes y no se dejaban engañar por el laberintico bosque que rodeaba los acantilados que lindaban con el parque.

No le importaba nada. Solo quería correr y perderlos.

Se golpeo contra unas ramas hasta caerse del otro lado de los arbustos. Ya no estaba más en el bosque sino en uno de los acantilados que ofrecían una vista panorámica del lago Kawasaki.

El viento golpeaba fuertemente contra su cara y las olas golpeaban las rocosas paredes del acantilado. Una parte en su interior clamaba por venganza pero su conciencia decía “Que no debía volver a suceder”. Pero ¿Qué no debía volver a suceder? ¿Qué era aquello tan temido?

Los niños parecían acercarse cada vez más al acantilado y ella estaba atrapada. Con pequeños pasos retrocedió hasta la cornisa. No tenía miedo de caerse. Sabía que sus pies eran estables. Tenía miedo de la humillación y del escarnio público.

Los arbustos crujieron y de ellos asomaron varios niños con sus manos manchadas de tierra, con sus ojos amenazantes, sus bocas que susurraban puras burlas, sus cabellos dorados, negros y los cabellos color miel de las niñas que empezaron a gritar:
-Monstruo, monstruo, monstruo, monstruo- todos le gritaban eso mientras cada vez la cercaban cada vez mas y le apuntaban con sus dedos.

No había ningún adulto que detuviera aquella humillación, porque no paraban de reírse y de ridiculizarla. Cada vez retrocedía más. La grava y la tierra hacia ruido cada vez que la pisaba y parecía cada vez más endeble a medida que uno se acercaba a la punta de la cornisa.

Hizo un paso, otro paso y otro paso pero el cuarto fue el final. Donde piso el piso de desmorono y la hizo tropezar.

Ya no estaba en la cornisa sino que estaba sostenida de las paredes del acantilado. Sus manos estaban agarradas de una piedra que sobresalía mientras los niños que se habían reído ahora solo la observaban.

¿Por qué no pedían ayuda?

Algunos lloraron otros gritaron pero uno a uno se fueron del lugar dejándola allí.

Y la roca tarde o temprano cedió.

Estaba cayendo. A lo lejos oía el sonido del tren del pueblo que abandonaba su andén para dirigirse a la ciudad. ¿Por qué había vuelto a aquel pueblo?

Cuando se estrello contra el suelo lo único que oyó fue su grito

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