Cap. 1 (2/3)

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Kai caminó por el vestidor ignorando las distintas conversaciones que mantenían sus compañeros a su alrededor. A la gran mayoría de ellos les quedaban muchos partidos por jugar, pero a él ya no. Todavía no sabía qué iba a hacer, qué iba a tener que hacer, y la incertidumbre lo estaba matando. Era eso o una úlcera.
Entró en la ducha y dejó que el agua caliente borrase de su cuerpo los restos de sangre y de barro que todavía tenía pegados en el rostro y en el cuello. Apoyó las manos en la pared que tenía enfrente y dirigió el chorro de agua hacia la nuca. Se estaba haciendo viejo. Hacía unos meses había cumplido treinta y cinco años y sus huesos empezaban a quejarse. Treinta y cinco años. Joder. Sacudió la cabeza bajo el agua igual que un perro al salir del mar. Dios. Últimamente no podía dejar de pensar en eso, en su edad, enlo que había conseguido en la vida.
Todo.
Nada.
Volvió a sacudir la cabeza y con una mano giró el grifo del agua fría al máximo. El repentino cambio de temperatura le hizo soltar una maldición, pero se quedó inmóvil bajo el chorro. Él nunca había perdido el tiempo pensando en esa clase de cosas y le desconcertaba ver que ahora lo hacía.
Tonterías. 
Echó los hombros hacia atrás un par de veces. Lo único que pasaba era que llevaba demasiados meses sin relajarse. La temporada había sido muy dura y aunque el equipo tenía cuatro capitanes, todos siempre recurrían a él. «Porque eres el más viejo de todos, joder, Kai.» Cogió el jabón y se dispuso a realizar los movimientos mecánicos necesarios para ducharse. Lo único que necesitaba era dormir, descansar un poco y echar un polvo. O unos cuantos. Si D.O no estuviese a punto de casarse con la señorita Frígida, esa misma noche podrían salir y emborracharse hasta que saliese el sol. Kai podía salir solo, o con cualquier otro compañero de equipo, los más jóvenes siempre se apuntaban, pero ninguno entendía su sentido del humor como D.O. Lógico, se conocían desde los diez años, cuando ambos coincidieron en aquel estúpido y elitista campamento de verano.
Y ahora D.O iba a casarse con esa periodista estirada y remilgada que seguro que lo convertiría en un pelele en menos de un año.
Se enjabonó el pelo y se obligó a dejar de pensar en Pantalones de Acero, así era como Kai había bautizado a ____ en su mente, además del montón de nombres con los que se dirigía a ella siempre que coincidían.
Algo que, por desgracia, sucedía con relativa frecuencia. Por suerte o por desgracia el sentimiento era completamente mutuo; a él _______ Lobato Paterson tampoco podía soportarlo, y no hacía ningún esfuerzo por disimularlo, aunque probablemente era un poco más discreta que Kai.
A Kai le molestaba todo de ella, empezando porque fuese tan estirada que incluso se había quitado la última del nombre. El padre de ______ era un médico español que se había trasladado a los Estados Unidos con su única hija cuando enviudó. D.O le contó en una ocasión que se suponía que padre e hija iban a quedarse solo una temporada, pero el doctor Lobato rehízo su vida y se quedaron. En aquel entonces ____ tenía solo diez años, aquel era uno de los pocos detalles que conocía Kai, y que su padre había vuelto a casarse con una enfermera de Boston.
A ella le molestaba que él la llamase por su otro nombre, y él lo hacía solo para hacerla enfadar de verdad. Lo reservaba para ocasiones especiales porque sabía que a la que pronunciaba la última ella lo miraba con los ojos helados y vacíos, y él, aunque sentía cierta satisfacción al hacerla enfadar, se quedaba con una extraña sensación en el estómago.
Probablemente porque D.O siempre le daba un codazo cuando lo hacía.
Quizá la cena no estaba tan mal, se dijo mientras se anudaba de nuevo la toalla alrededor de la cintura al salir de la ducha olvidándose por completo de la horrible prometida de su mejor amigo. Era absurdo que se preocupase por ella, probablemente dejaría de verla cuando estuviese casada con D.O.
Y D.O, a pesar de las bromas que Kai le hacía, seguiría siendo el mismo de siempre. Haber perdido la Super Bowl le estaba afectando más de lo que creía, lo mejor sería que se vistiera y que saliera del estadio cuanto antes.
El restaurante donde iban a celebrar la fiesta (de consolación) era exquisito y seguro que alguna de las animadoras o camareras o periodistas invitadas terminaría yéndose con él. Sí, suspiró satisfecho mientras se rociaba un poco de colonia, comería, bebería y pasaría el resto de la noche en la cama con una mujer atractiva. Aunque eso también empezaba a aburrirlo; había incluso ocasiones en las que el esfuerzo por seducir a una mujer no merecía la pena porque al final sentía como si ellas solo quisiesen acostarse con Huracán Mac y no con el hombre que había detrás del nombre.
¿Cuándo había empezado a importarle que lo utilizasen? Hubo una época en la que eso le habría parecido un halago.
«Porque entonces eras joven y estúpido.»
—Espabila Kai —se dijo a sí mismo entre dientes.
Él no quería declaraciones de amor y tampoco estaba dispuesto a ofrecerlas, pero, para variar, le gustaría que a la mujer que compartiese cama con él le importase mínimamente quién era, y no solo buscara satisfacer el morbo de acostarse con uno de los capitanes de los Patriots.
Era como si lo tratasen como ese cromo que les faltaba para terminar una colección imaginable de sementales de la liga de fútbol profesional.
Lo mejor sería que dejase de darle vueltas al tema. Siempre que perdía un partido se ponía pensativo y si ese partido era el más importante de la temporada podía pasarse horas analizando el porqué de cada jugada. Se abrochó la camisa y se puso la corbata negra alrededor del cuello. Al día siguiente empezaban sus vacaciones y cuando volviesen a comenzar los entrenamientos estaría en plena forma. No iba a dejar que la Super Bowl se le escapase otra vez de entre los dedos.


Para la cena de esa noche, _____ había elegido un vestido negro hasta las rodillas, que dejaba la espalda completamente al descubierto. El vestido tenía un escote barco que la cubría de hombro a hombro y después la tela se deslizaba por los laterales de su cuerpo dejando la columna vertebral al desnudo.
Ella jamás había tenido una prenda tan sensual, tan insinuante, y si esa tarde Pamela no hubiese estado con ella en la tienda de ropa, seguiría sin tenerla. Era demasiado estrecho, demasiado corto, demasiado provocativo, demasiado caro. En una palabra: demasiado. Pero Pamela no descansó hasta que _____ le dio la tarjeta de crédito al dependiente y le dijo que se lo llevaba. Pamela, su amiga y cámara del mismo programa sabía exactamente qué tenía que hacer para convencerla: decirle que jamás se atrevería a ponérselo. Una táctica infalible.
_____ picó el azuelo.
Y Pamela tenía razón, al menos en parte. Jamás se pondría ese vestido tal como le había aconsejado el dependiente, pero con una americana tapándole la espalda y el larguísimo collar de perlas que había heredado de su abuela materna, se convertía en un vestido negro sin más, en un fondo de armario. Y podía ponérselo sin problemas.
______ estuvo más de media hora maquillándose y recogiéndose el pelo.
Cuando terminó se plantó frente al espejo que tenía en el dormitorio y observó el reflejo con detenimiento. Era como si estuviese viendo a otra persona. Estaba muy guapa. No era tan insegura como para no reconocer que estaba atractiva con ese vestido, y se sentía extraña, tenía cosquillas en la espalda y le sudaban las manos.
Un presentimiento.
Esa noche iba a suceder algo importante. Suspiró y sacudió la cabeza.
Siempre que tenía un presentimiento recordaba a su madre diciéndole que los escalofríos solían indicar que algo bueno iba a suceder. Era una historia absurda y ella sabía perfectamente que no era cierta, pero no podía negar que era como si esa noche fuese distinta a las demás. 
Volvió a centrarse en su reflejo e intentó ser objetiva. A una parte de ella le habría gustado ser capaz de ir así al campo de fútbol, seguro que a D.O le gustaría. «Y a todos los hombres que te vean pasar», le dijo una voz en su cabeza. Pero también fue esa voz la que le recordó que entonces perdería el respeto que tanto le había costado ganar. El mundo estaba lleno de mujeres que habían recurrido al físico para llegar adonde querían, y ella no las juzgaba por ello, cada cual utilizaba las armas que quería para conseguir su objetivo. Pero si quería que la tomasen en serio en su profesión, eso era lo último que tenía que hacer.
______ tenía un doctorado en económicas y su tesis había versado sobre el flujo de las finanzas en la globalización de los mercados. Sí, de pequeña la habían llamado empollona, cuatro ojos, pardilla y un sinfín de variaciones de los mismos términos. Hasta que llegó a la adolescencia y entonces los chicos empezaron a darle la razón sin escucharla y las chicas empezaron a ignorarla o a criticarla. Ni su padre ni sus hermanos entendían por qué había decidido entrar en el mundo de la televisión si tanto le molestaba que se fijasen en ella. Pero ella estaba convencida de que podía explicar las noticias de economía de un modo más interesante, más convincente y más útil.
Esa era su máxima aspiración, aunque nunca se lo había contado a nadie aparte de su jefe, Joseph Gillmor, probablemente uno de los últimos periodistas que quedaban en el país. Un año antes, Joe le había dado cinco minutos fijos en las noticias de la noche, la franja horaria más disputada de la televisión, y si todo seguía según lo previsto en de un par de años tendría su propio programa de economía. No sería nada escandaloso y seguro que al principio no tendría demasiada audiencia, pero era un comienzo.
Poco a poco la iban tomando en serio y ____ sabía que si aparecía en la cena de los Patriots colgada del brazo de su prometido como si fuese una Barbie más perdería el respeto que tanto le había costado ganarse.
Bastantes comentarios jocosos había tenido que aguantar con motivo de que su novio fuese jugador de fútbol profesional, y eso que Do Kyung Delany, D.O, era el heredero de una de las familias más influyentes de los Estados Unidos. Su padre, su abuelo y su bisabuelo habían sido congresistas, y todo el mundo daba por hecho que D.O terminaría siéndolo cuando se le pasase la tontería del fútbol.

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