Capítulo 11

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Decimoprimera regla del fútbol americano:

Intercepción: cuando un jugador defensivo atrapa un pase del quarterback rival antes de que el balón toque el suelo o salga del campo se consigue una intercepción y ese equipo obtiene automáticamente la posesión del balón.
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«Ni hablar.»
Casi cuatro horas después de recibir mi mensaje esa es la respuesta de Kai.
«Ni hablar.»
¿Qué diablos quiere decir? ¿Ni hablar, no pienso aceptar tus disculpas? ¿Ni hablar, esto no es un adiós? ¿O ni hablar, esto sí que volverá a repetirse? ¿Kai ha elegido esas palabras adrede para volverme más loca?
Paso los dedos por la pantalla, justo por encima del número. Quiero llamarlo y el verdadero motivo es que quiero oír su voz, aunque sé que no voy a hacerlo.
Porque no quiero enfrentarme a lo que ha sucedido.
Todavía puedo sentirlo moviéndose dentro de mí, sigo sintiendo su torso pegado al mío. Sus dedos sujetándome el rostro.
Su frente apoyada en la mía cuando ha susurrado mi nombre al terminar.
No voy a llamarlo.
Dejo de nuevo el móvil encima de la encimera del baño —sí, es patético, desde que le he mandado ese mensaje no he podido separarme del maldito aparato— y sigo desnudándome.
He decidido darme un baño, la bañera está llena de agua y de burbujas, he puesto uno de mis álbumes preferidos de música de fondo y tengo una novela esperándome encima del taburete.
Meto la punta del pie derecho en el agua. Está perfecta.
Suena el móvil y ni siquiera me planteo no contestar, sino que me giro tan rápido que casi me caigo al suelo.
—¿Diga?
—¿_____, estás bien? Te noto acelerada.
—No, estoy bien, Parker.
No sabía que tuviese mi número de móvil.
—Espero que no te moleste, pero he sacado tu número de teléfono de los archivos de la cadena —me explica él adivinando mi pregunta.
—Vaya, Parker, conque incumpliendo la ley —flirteo para ver si soy capaz.
Parker se ríe.
—Es un asunto de vital importancia. Estoy seguro de que el jurado lo entenderá y me declararán inocente.
—Ah, vaya, ¿de qué se trata?
—Tengo entradas para la opera este viernes.
—¿Las entradas de la ópera son tu asunto de vital importancia?
—Sí, claro. Me las ha regalado uno de los socios de la cadena y tengo que ir acompañado o intentará casarme con una de sus hijas.
—Pobre Parker —me río.
—Ten piedad de mí, _____.
Puedo ver a Parker en su despacho o tal vez en su lujoso apartamento (en el que nunca he estado), sonriendo y repasando mentalmente la lista de nombres de mujeres que tiene en su agenda. Sé que si le digo que no llamará a otra. Y no me molesta. Y que si le digo que sí el viernes me tratará como si fuese la mujer más guapa del mundo. Parker no sacudirá los cimientos de mi mundo.
—¿______?
—Lo siento —carraspeo—. Sí, de acuerdo. Te acompañaré a la ópera y te protegeré de las hijas casaderas.
—Eres la mejor, _____. Pasaré a buscarte a las seis.
Parker se despide y yo me meto en la bañera. Ya no consigue relajarme como había planeado. A pesar de que acabo de aceptar salir con otro hombre, es el rostro de Kai el que no desaparece de mi mente.
Ni siquiera se desvanece cuando me meto debajo del agua.
Pasan los días sin noticias de Kai. No ha vuelto a aparecer por la cadena ni por mi piso, y tampoco ha vuelto a llamarme ni me ha dejado ningún mensaje.
No lo echo de menos, no puedo, no paro de pensar en él.
Sigo sin saber qué diablos significa ese «Ni hablar», pero supongo que ya no importa. Él se habrá olvidado del mensaje, de mí y de lo que sucedió en su casa.
Y yo voy a hacer lo mismo.
Seguro que la cita de hoy me ayudará a conseguirlo.
He elegido un vestido rojo para esta noche; no es nuevo, lo llevé hace unos meses a una gala benéfica a la que tuve que asistir con D.O. Lo he elegido porque me favorece y porque recuerdo que esa noche Kai me miró más furioso de lo que era habitual en él.
Sí, lo sé, aunque intento evitarlo aparece en todos mis pensamientos. ¿Cómo es posible que esté metido tan dentro de mi vida?
Suena el timbre de la puerta y me apresuro a abrir. Parker está impresionante, lleva esmoquin y parece sacado de una película de James Bond, y a mi estómago o a mi corazón le da exactamente igual.
—Estás preciosa —me dice él agachándose para darme un beso en la mejilla.
—Gracias, tú también.
Cojo el bolso y salimos del apartamento. Parker tiene un coche esperándonos. Es uno de los vehículos negros que utilizan los directivos de la cadena para la que ambos trabajamos y eso me lleva a pensar que quizá
Parker tiene más poder del que creo.
El trayecto hasta la ópera es agradable, Parker me da conversación y entre pregunta y pregunta añade algún que otro piropo.
Incluso me hace reír dos veces.
Llegamos a nuestro destino y cuando el chófer detiene el vehículo, Parker desciende para abrirme la puerta y ayudarme a salir. La ópera está preciosa, hay una alfombra roja en la entrada y del balcón principal cuelgan distintas banderas de terciopelo con el nombre bordado de la fundación que ha organizado el evento.
Estamos en la entrada charlando con unos amigos de Parker que él acaba de presentarme cuando un escalofrío me recorre la espalda y siento que unos ojos me recorren la piel.
Puedo sentir el lugar exacto donde se posan y su fuego me hace temblar. No tengo que girarme para saber quién es, pero tampoco puedo evitarlo.
Muevo ligeramente la cabeza hacia la derecha y me quedo sin aliento al ver a Kai completamente inmóvil a pocos metros de distancia.
Lleva traje negro, camisa blanca y va mal afeitado. No deja de mirarme.
Le tiembla el músculo de la mandíbula y veo que flexiona los dedos de la mano derecha.
Los ojos le brillan como nunca y en sus profundidades me parece ver rabia. Y dolor.
Separo los labios para llamarlo, siento el impulso de explicarle que Parker trabaja conmigo y que no significa nada, pero la vulnerabilidad que he creído ver en él desaparece y su rostro se endurece. Yo lamento la pérdida de inmediato y siento, absurdamente, que me escuecen los ojos.
Tengo que hablar con él, me humedezco el labio inferior en busca de mi voz y justo entonces la mano de Parker me rodea por la cintura.
La rabia que aparece en los iris de Kai me duele y cierro los ojos para no verla.
Cuando vuelvo a abrirlos él ha desaparecido. Me giro hacia Parker con la esperanza de haberme imaginado todo el incidente, pero veo la espalda de Kai entrando en la ópera acompañado de Mike, el entrenador de los Patriots, y su esposa Margaret.
Todo el mundo dice que la ópera es maravillosa, que la soprano está tocada por los ángeles y que los músicos son incomparables.
Yo no oigo ni una nota, no puedo dejar de pensar en los ojos de Kai y en cómo me han mirado en la entrada.
Y en cómo se niegan a mirarme desde entonces.
Kai está sentado en el palco justo enfrente del nuestro. Yo puedo verlo perfectamente y él, el muy cretino obstinado, mantiene todo el rato el rostro fijo en el escenario. Está tan rígido que podría romper una tabla de madera con el cuello.
Hay instantes en los que creo sentir de nuevo su mirada, como cuando Parker me ha puesto una mano en el muslo. Pero cuando he levantado la vista para buscarlo Kai seguía completamente hipnotizado con el escenario.
Los aplausos se intensifican y se encienden progresivamente las luces.
Media parte.
Gracias a Dios.
—Si me disculpas —le digo a Parker—, tengo que ir al servicio. No tardaré.
Él me sonríe y se pone en pie solícito. Me explica que mientras yo voy al baño él irá a buscarnos unas copas de champán.
Le sonrío y prácticamente salgo corriendo, tengo que echarme agua en la cara y recomponerme un poco.
Veo la luz que señala los aseos y me dirijo hacia ella, y solo estoy a unos metros cuando alguien me sujeta por la cintura y tira de mí hacia unas cortinas.
En menos de un segundo me encuentro con la espalda pegada a la pared de un palco vacío y con Kai encima de mí.
Él sigue sujetándome por la cintura con una mano, la otra la apoya al lado de mi rostro.
—¿Puede saberse qué diablos estás haciendo? —me pregunta con los labios a escasos centímetros de los míos.
Levanto las manos y las apoyo en su torso. Creo que iba a empujarlo, pero no estoy segura.
—Eso mismo iba a preguntarte yo a ti. Aquí puede vernos cualquiera.
—Este palco está siempre vacío. No nos ve nadie —afirma, pero entonces entrecierra los ojos y añade—. ¿Por qué te preocupa que nos vea alguien?
—Apártate —le digo negándome a contestarle.
—No. Le has dejado que te tocase la cintura. —Noto que aprieta los dedos que tiene allí—. Y el muslo. —Aparta la mano y con una destreza que no encaja con su enorme físico la desliza por debajo de mi falda hasta colocarla posesivamente sobre el muslo que antes ha rozado Parker.
—Apártate, Mac.
—Abre los ojos y dímelo otra vez.
¿He cerrado los ojos?
Los abro y veo el rostro de Kai. Tiene la mandíbula apretada y una fina capa de sudor le cubre la frente. Le tiembla el pulso en la sien.
Está enfadado y dolido.
Y asustado.
—Lo del otro día fue un...
Él no me deja terminar, agacha la cabeza y me besa en los labios. Los coloca despacio sobre los míos y los separa levemente. Durante un segundo solo respira y su aliento se mete dentro de mí y me hace temblar. Después su lengua me acaricia el labio inferior una y otra vez, hasta que un gemido se desliza entre nosotros y nuestras bocas se funden sin pedirnos permiso.
—No podemos hacer esto, Kai —susurro yo cuando él se aparta para respirar.
—¿Por qué?
—Hasta hace un mes nos odiábamos.
—Yo nunca te he odiado —me mira a los ojos de tal manera que me resulta imposible dudar de él.
No puedo respirar.
—Esto no tiene sentido —le digo ahora.
Él vuelve a agacharse y me da otro beso para demostrarme que la que carece de sentido soy yo.
—No puedo hacer esto, Kai. Vete, por favor —añado y noto que me tiembla el labio.
Él se aparta y me mira preocupado. Sé que quiere abrazarme y veo que le duele contenerse.
Se va sin decirme nada.
Cuando vuelvo al palco, Parker me está esperando con dos copas de champán. Intento seguirle la conversación, pero mis ojos insisten en volver al palco de Kai. Se oye la campanilla que anuncia el fin de la pausa y todo el mundo ocupa de nuevo sus asientos. Todo el mundo excepto Kai.

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