Capítulo 3 (SIN PARTES)

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Tercera regla del fútbol americano:
Ningún jugador puede estar en la línea de ataque cuando se inicia la
jugada.

—No puedo casarme contigo porque ya estoy casado.

No es una frase difícil. Es una frase muy sencilla en realidad.
Y muy complicada al mismo tiempo.
—¿Qué has dicho?
D.O desliza el pulgar por encima de los nudillos de la mano que me sujeta y yo me suelto de repente.
Mi cerebro todavía no ha asimilado muy bien lo que acaba de decirme, pero mi cuerpo sabe que no quiero que siga tocándome.
Cierro los dedos y lo miró fijamente a los ojos.
—Ya estoy casado, _____. Lo siento.
Tendría que abofetearlo, sé que tendría que hacerlo. Es lo que se merece.
Pero no quiero hacerlo, y cuando comprendo que él acaba de decirme que está casado con otra mujer y que a mí no me molesta lo suficiente como para pegarle, se me rompe el corazón.
Iba a casarme con él.
Me resbala una lágrima por la mejilla y veo que D.O levanta una mano para secármela, pero se detiene antes de tocarme y se aparta.
—Lo siento, _____ —repite.
—¿Cuándo? ¿Por qué? —le pregunto. Sé que tiene que haber una explicación.
—Hace muchos años. Porque la amaba.
Esa segunda frase me quita el aliento. A mí D.O nunca me ha dicho que me ama, solo dice que me quiere. Tal vez sea una distinción semántica, pero dentro de este coche parado en una calle de Boston de noche tiene todo el sentido del mundo.
—Tú me pediste que me casara contigo —le recuerdo furiosa de repente.
Sí, no me ha roto el corazón, pero me siento como una estúpida, como una boba, como un segundo plato.
Y me ha mentido. Me ha engañado, no solo me ha ocultado que ya está casado, sino también que es capaz de amar, que no es el hombre práctico que decía querer una vida tranquila a mi lado.
—Sí. —Suspira y se pasa las manos por el pelo. Y en ese gesto veo más emoción de la que ha impregnado muchos besos. Patético—. No sabía que Amanda y yo seguíamos casados.
Amanda. Ella se llama Amanda. La mujer capaz de hacer que DOman se despeine se llama Amanda.
—¿Cómo lo has sabido?
D.O me mira y me doy cuenta de que no deja de mover nervioso una rodilla.
—Al pedir los papeles para casarme contigo —me contesta sincero—. Yo creía que estábamos divorciados.
—Y no lo estáis —añado entre dientes.
—No, no lo estamos. 
Lo miro y me sigue pareciendo muy guapo, pero por primera vez me doy cuenta de que me da rabia que no se despeine por mí. Que no mueva nervioso una rodilla de las ganas que tiene por estar conmigo.
—Y crees que eso significa algo —adivino. En ningún momento me ha dicho que quiera divorciarse de esa Amanda, ni que retrasemos la boda hasta entonces—. Y quieres ir a buscarla —digo casi para mí misma.
—Sí.
Un rato después, el coche que ha reanudado la marcha, aminora la velocidad y deduzco que estamos llegando a nuestro destino. Miro por la ventana y reconozco la silueta de mi edificio. Me reconforta; acabo de descubrir que iba a casarme con un hombre al que no amo y que no me ama a mí... Y quiero estar sola.
—Tendré que irme del país durante unos días —me dice de repente—. Yo me ocuparé de comunicárselo a la prensa.
No puedo seguir en ese vehículo ni un segundo más. No puedo respirar.
—Haz lo que quieras.
Noto el vacío que crece en mi interior, carcomiéndome. ¿Qué diablos me pasa? ¿Cómo es posible que haya estado más de un año con un hombre tan maravilloso y que al mismo tiempo me importe tan poco? ¿Acaso soy incapaz de sentir, de enamorarme? ¿Y él? ¿Por qué iba a conformarse conmigo? El nudo que me oprime el pecho se estrecha al comprender algo mucho peor, ¿por qué D.O no se ha enamorado de mí?
Rodeo el tirador del coche y empiezo a abrir la puerta, pero D.O me sujeta por el antebrazo.
—¿_____?
Me giro despacio, pero mantengo el silencio. No quiero ponerme a llorar delante de él. Seguro que me consolaría y entonces todo sería mucho más humillante.
—Lo siento. —Me acaricia el brazo despacio—. Habría intentado hacerte feliz.
—No estés tan seguro —le contesto furiosa y veo que él me mira sorprendido—. No me has pedido que te acompañe ni que pospongamos la boda. —Se me escapa una risa amarga—. Lo habría hecho, ¿sabes? Soy así de idiota.
—Tú no eres idiota, ____.
—Llámalo como quieras, D.O, pero cuando has visto ese mensaje has tardado media hora en romper conmigo y anular la boda. —Sujeto el tirador con fuerza—. Así que no estés tan seguro de que hubieras intentado hacerme feliz. Yo no lo estoy.
—Te mereces a alguien que lo intente.
Eso no, eso sí que no. No voy a tolerar que me tenga lástima.
Lo abofeteo. Me siento mejor.
No espero a que me diga nada más, abro la puerta y salgo corriendo.

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