Mentiras.

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Dejo de pensar. Hacia su trabajo y cerraba la boca. Todo parecía estar bien comportándose así, pero algo en su corazón le decía lo contrario. Pero, ¿Por qué no creer en las promesas de Lucifer? ¿Por qué no pensar que esa felicidad podía ser realmente eterna?

Sonrió mientras caminaba hacia el salón para ver a Lucifer, pero se detuvo justo en la puerta. Observó hacia el fondo del pasillo a su derecha, y cambio su recorrido hacia allá. Podía sentirlo, por mucho que intentara ocultarse, era como una campana en medio del silencio. Dean.

Abrió la puerta y no parecía haber nadie en aquella sala. Ventanas rotas, cortinas que bailaban al ritmo de la brisa, tierra sobre algunos muebles abandonados y percudidos.

- Dean, sé que estas aquí.

El cazador lo dudo unos segundos, pero su hermano y él terminaron por salir de su escondite, Gabriel también estaba con ellos para ocultarlos. No le sorprendía que su hermano mayor jugara el truco de hacerse el muertito, siempre engañando a la gente.

- ¿Qué hacen aquí? ¿Suicidio? – Increpó el ángel.

- Pues si tuviésemos a un Castiel con suficiente valor para enfrentarse a su noviecito, no estaríamos aquí. – Acusó Gabe.

Los humanos se hartaron de la pequeña disputa de miradas, interviniendo.

- Nos llevaremos a la bruja. – Dijo Dean, demasiado seguro de que Cas no los delataría. – Contigo o sin ti.

- No pueden llevarse a Rowena, solo ella puede mantener al recipiente de Lucifer estable. –

- ¿Por qué crees que la queremos? – Dijo Sam.

Castiel volvía a estar en este dilema. Observó hacia la puerta, como si sintiera los deseos de su pareja, poco antes de que Lucifer le llamará. La voz del arcángel estremeció a todo el mundo.

- ¿Está aquí? – Chilló Gabe en susurros. – Se supone que estaría fuera.

- ¿Crees que va a alguna parte sin mí? –

El ángel tenía un punto.

- Escuchen. – La mente de Cas intentaba buscar una solución lo más satisfactoria posible. – Lo mantendré entretenido dentro del salón, aléjense de la bruja y salgan de aquí. – Esta vez se acercó a Sam, demasiado para la comodidad del más alto. – Si a Lucifer se le acaba el tiempo en ese recipiente, mataré a todo aquel a quien ames y te traeré a rastras. – Amenazó.

Le importaba una mierda si Gabriel se interponía, le importaba una mierda si todos intentaban ser amables con él; su pareja estaba en peligro y no iba a permitirlo. Gabriel lo vio, vio esa desesperación mezclada con sed de sangre. Cas había cambiado mucho desde la última vez que lo vio.

El ángel lanzó una mirada amenazante final y se retiró.

Sentado en el trono improvisado, a tres escalones del suelo que pisaba Castiel, Lucifer jugaba con un cuchillo de demonio.

- Tardaste. – Acusó, sin realmente estar enojado, pero le extrañaba el comportamiento.

- Solucionaba un problema, nada importante. – Mintió, y Satán lo sabía, no era la primera vez.

- Ven acá, dulzura.

Cas se acercó, siendo obligado a sentarse en el regazó del rubio.

- ¿Hay algo que va mal? ¿Quizás no te sientes cómodo con algo?

- Estoy preocupado por tu recipiente, no sabemos cuánto más soporte. – Dijo el ángel, mientras recibía besos en su cuello.

Era verdad, absoluta verdad en sus palabras. Pero no era eso lo que causaba la pequeña pero perceptible distancia que Castiel mantenía. No era ello lo que encendía las alarmas en satanás.

El ángel de Lucifer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora