Cansado.

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Para cuando Castiel llegó a casa, todo estaba repleto de ángeles, y Gadreel custodiaba la entrada.

- ¿Qué está pasando?

- Michael llegó hace unos minutos para discutir con Lucifer. – Informó más cooperativo de lo normal, esto parecía realmente serio.

Inmediatamente supo que se trataba de su estúpido plan de traer a Dios de vuelta. Gadreel le dejó pasar, después de todo era su casa también, pero los ángeles en la puerta de la oficina de Lucifer no fueron tan amables. No le dejaron más alternativa que enfrentarlo, cayendo ambos.

- ¡Lucifer, abre la puerta! – Golpeó con fuerza cuando descubrió que estaba cerrada con llave.

Uso toda su fuerza celestial y aquel extra que Satán le había entregado, pero Lucifer no le dejaría entrar.

Desde dentro no se escuchaba nada, el rubio se había encargado de insonorizar los reclamos del ángel. Dos copas de vino reposaban en la mesita a un lado de la ventana, con las vistas del hermoso jardín.

- ¿Qué te parece? – Michael entregó los papeles en los que se especificaban los detalles de su plan. – Sin daños colaterales.

En uno de esos papeles, Lucifer repasó los nombres de sus hijos con su índice, sopesando. Castiel gritaba en su radio ángel y no se atrevía a silenciarlo allí también. Devolvió los papeles a su hermano mayor, ya leídos y releídos.

- Sin daños colaterales.

Ofreció su mano en un apretón, sellando su trato con el primogénito.



Michael se marchó, y Castiel parecía haber desaparecido de la puerta. Satanás dejó su copa de vino y se marchó a su habitación, luego de darle las nuevas órdenes a Gadreel.

Allí le esperaba el morocho, cruzado de brazos y con su peor cara. Lo pasó por alto, y sabiendo lo que se venía, se sirvió Whisky.

- No te importan, ¿cierto? Tus hijos están en peligro y no te interesa si algo les pasa. – Reclamó Cas.

Lucifer lo ignoró, dejándose caer sobre su silla a un costado de la habitación.

- ¡Te estoy hablando, Lucifer! ¡¿Qué te pasa?!

El rubio bufó y cerró los ojos un segundo.

- Estoy cansado. – Sonrió sin gracia ni alegría alguna. – Agotado de tus reclamos, de las peleas, de que todo lo que hago te parezca mal. – No había resentimiento en su voz, solo cansancio.

- ¿Qué...?

- Te di todo, siempre cumpliendo cada estúpido capricho tuyo con tal de que no me dejaras. – Rezongó. - ¿Sabes qué? Vete si quieres irte, quédate si se te da la gana. ¿Quieres irte a ser feliz con la ardilla voladora? Ve. Eres libre. – Escupió esas palabras con desganó. – Basta del "Ángel de Lucifer". Haz lo que quieras. Haces parecer que yo soy quien te controla, pero tú tienes las malditas riendas de la relación siempre, y me cansé.

El vaso cayó sin querer de su lugar en la mesa, y Satán se levantó para irse. El ángel no dijo nada, porque no tenía idea de que decirle.

- Buh-Bye. – Dijo antes de salir de la habitación.

Como un cachorro abandonado, Castiel solo podía mirar la puerta, imaginando que su amor volvía a entrar y le juraba que no hablaba en serio. Sus hombros cayeron con la misma rapidez que sus lágrimas. Lucifer le había dejado, finalmente fue él quien tomó la decisión definitiva después de tantas idas y vueltas.

Pudo ver en sus ojos lo que decía, estaba agotado de esta guerra constante. Siempre tenía al arcángel pegado a él, rehusándose a soltarle y haciendo todo lo posible para que le amara. Ahora la mano del rubio le soltaba, en una libertad que no le gustaba nada, sentía que sin su agarré podría caer al vacío en cualquier instante.



Lucifer tocó dos veces, escuchando a través de la puerta el griterío de los hermanos jugando videojuegos en la habitación. Entró, repartiendo chocolate entre los tres, como siempre.

- ¿Está hecho? – Interrogó Nathan, mientras se balanceaba siguiendo el movimiento del videojuego inconscientemente.

- Mañana se hará.

- ¿Mamá vendrá? – Preguntó Jack, con la barra de chocolate en su boca.

- No lo sé, cariño. No tengo idea que hará tu madre. 

El ángel de Lucifer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora