Despierten.

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Lucifer recupero su trono, aquella iglesia le serviría  por el poco tiempo que le quedaba. Su recipiente cada vez empeoraba más y necesitaría conseguir una nueva víctima pronto, o perdería nuevamente contra su hermano mayor. Sin embargo, nada aquietaba su furia, y todos sus súbditos evitaban cruzárselo, sabiendo que terminarían muy mal. Pero no existía realmente motivo para preocuparse, pues toda esa ira seria dirigida a una insignificante prisionera.

Las puertas se abrieron, pero Anna deseo que se quedaran cerradas como nunca antes. Dos demonios la arrastraron afuera, a los pies de Lucifer.

- ¡Oh! Pequeña Anna. ¿Sabes? A personitas como tú, las que se meten con mis cosas, me gusta darles un trato especial.

La pelirroja quiso alejarse, pero un golpe del demonio a su derecha se lo impidió.

- No debes estar  asustada. – La sonrisa de Luci decía lo contrario a sus palabras. – Sera bonito, casi poético. Serás participe de un pequeño regalo que quiero darle a Cassie, va a ser divertido.

Una señal y entre gritos, Anna fue arrastrada hacia afuera, al lugar señalado por Lucifer y su plan.



Castiel era un ser vacío. No había dicho nada desde que escaparon de Lucifer. Gabriel había intentado todo para animarlo a que esto era lo correcto, pero por muy correcto que fuese no dejaba de doler. Una parte de su vida estaba con el arcángel que dejo atrás y no sería fácil de recuperar.

- Cas, estaremos bien. Es solo cuestión de tiempo. – Buscó confortarlo.

El azul de sus ojos era gris apagado ahora, y se negó a contestarle a su hermano.

Los Winchester interrumpieron el momento de hermanos, entrando a la casa con Crowley siguiéndoles.

- Se los digo en serio, esto es grave de... -

El demonio calló cuando vio al ángel, ya conocía a Gabriel pero no a su hermano menor que tenía demasiada mala fama en cielo e infierno.

- Crowley, él es Castiel. – Hizo las presentaciones Sam.

- Esperaba algo más aterrador después de todo lo que se habla de ti. – Opinó el demonio.

Pero la mirada que se volteó hacia él si era aterradora. A Castiel no le gustaban los demonios, aunque estaba enamorado del creador de ellos. No iba a negar que algún que otro se había vuelto su amigo, defendiéndolo hasta la muerte en algunas ocasiones y lo agradecía muchísimo. Pero la mayoría de ellos eran desleales, desalmados y no sabían lo que significaba el desinterés.

En el tiempo en que Crowley se infiltró, pasando información de Satán a los cazadores, nunca había visto a Cas. Lucifer no permitía que nadie se le acercara demasiado, más que sus hombres de confianza, con los que el ángel solía ir a cumplir órdenes.

El ángel de Lucifer era una leyenda. Solo sabían que cuando las cosas estaban calmas, Castiel estaba en casa; cuando el lugar temblaba por los arrebatos de Satanás, algo le había pasado al ángel.

- ¿Noticias sobre Luci? – Interrogó Gabe.

- Está intentando liberar algo y no sabemos qué. – Resumió Dean las palabras de Crowley.

- Eso es tan concreto. – El sarcasmo evidente en el tono del arcángel. - ¿Al menos tienen un lugar?



El tercer demonio cayó al pozo en medio de aquel bosque solitario. Lucifer estaba solo con Anna. La pelirroja temblaba bajo su agarre, sabiendo que ella era la próxima.

- ¿Últimas palabras?

La chica intentó decir algo bajo su bozal, sonaba como una súplica.

- Muy emotivo. – Se burló Lucifer, mientras fingía limpiarse una lagrima.

La espada de ángel relució a la luz de la luna, abriéndose paso hasta la gracia de Anna. El arcángel la dejo gotear un par de segundos hacia los cuerpos de los demonios, y luego la empujó entera. El sonido de su agonía poco antes de arder hasta la muerte, era verdadera música.

Solo faltaba una pequeña cosa a todo aquello que había juntado para revivir eso que creyó perdido para siempre.

- Lucifer. – Llamó Gabriel a sus espaldas.

El nombrado blanqueó los ojos, girándose hacia su insoportable hermano menor.

- ¿En serio, Gabe? ¿Eres así de importuno? –

Por supuesto, no paso por alto al resto, en especial al ángel. Castiel estaba más atrás, rehusándose a luchar en esta batalla, siendo un simple observador, sin saber que sería otro protagonista.

Lucifer volvió a sus asuntos, y por más que los demás intentaron intervenir, existía una barrera invisible que se los impedía. El rubio cortó la palma de su mano, dejando correr las gotas de su sangre hacia aquel cumulo de cuerpos.

- Despierten, pequeños, es tiempo. – Pronunció Lucifer.

Cas lo escuchó. Dejando atrás el bullicio, se abrió paso entre los cazadores, el demonio y Gabriel, dándose cuenta de que él si podía atravesar esa barrera. A pocos pasos de Lucifer, el rubio se giró hacia su ángel, con aquella mirada pacifica que pocos presenciaron nunca.

- Están vivos. – Dijo el mayor, pero Castiel no lo podía creer.

Recordaba muy bien cómo se los habían arrebatado, como habían callado sus llantos tan repentinamente. Estaban muertos, no existía otro desenlace para la historia vivida. Y entonces, la tierra tembló bajos sus pies y el cielo oculto todas sus estrellas.

El brillo incandescente se desató frente a Lucifer y su ángel, dándole la entrada a los dos seres más poderosos que pisaban la tierra.

El brillo se apagó, dejando visibles las dos nuevas figuras presentes. Aparentaban unos 20 años o quizás menos, pero llevaban muchos siglos más vivos. Dormidos, alejados de sus padres.

- Nathan, Jack. – Sonrió Lucifer. - Hijos míos

El ángel de Lucifer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora