Capítulo 2.

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Desperté con el cuello tan entumecido que sentí que me lo había quebrado. Abrí los ojos y visualicé una cucaracha a lado mío.

-¡¡Ahhh!! –grité y me levanté de un salto

-Buenos días para ti también –saludó una voz masculina proveniente de la minúscula ventana de la sala.

Volteé en cámara lenta como una chica que fuera a ser asesinada en una película de miedo y casi me da un infarto cerebral ver que el nuevo vecino con los brazos recargados en el marco de la ventana, viéndome con una sonrisa donde se estaba mordiendo el labio inferior, de seguro para no soltar la carcajada.

Ahora, sin gorro, podía notar que tenía cabello corto. Más corto de los lados que de le parte superior y estaba despeinado, dándole un aire mucho más juvenil. Me confundí porque, mientras se miraba tan inocente de la nariz para arriba, su boca formaba una sonrisa malévola. También noté que tenía la barba y el bigote con mayor volumen que ayer, pero igual  seguían cortos.

-¿Qué hora es? –pregunté ignorando que estaba invadiendo mi privacidad y que lo podía denunciar.

-Las 7:50 de la mañana –contestó y yo grité, agarré de mi maleta lo primero que encontré...bueno, no lo primero que encontré, tardé como diez minutos combinando ropa (sí, eso le provocó mucha risa al entrometido de mi vecino) y me metí al baño que estaba frente la cocina. En serio, ¿a quién se le ocurría construir un baño ahí?

Al entrar, grité una vez más. El piso de la regadera estaba lleno de cadáveres de cucarachas, polvo y telarañas. Grité y grité mientras daba saltitos en puntitas.

-¿Qué tienes, gritona? –dijo la voz del fumador a mis espaldas.

...a mis espaldas.

-¡Qué haces tú aquí! –grité viéndolo –mira, me da igual cómo entraste. No lo vuelvas a hacer y ayúdame con... con esto.

Mi vecino fumador marihuano se carcajeó. Iba vestido todo de negro pero ahora con un pants, camiseta de manga corta con cuello redondo. Ignoré el hecho de que estaba descalzo, puesto que había veces donde yo también salía descalza de mi casa. Ninguno de sus dos prendas tenía rompeduras por alguna parte, así que descarté la idea que me había hecho ayer de que a lo mejor era tan pobre que no tenía más remedio que usar lo mismo una y otra vez.  Olía a cigarro con una copia barata del perfume de Antonio Banderas.

-No pienso ayudarte con nada.

-Ay, muchas gracias por ayudarme.

-Dije que no.

-Qué caballeroso eres.

-Corona, ya te dije que no.

-Qué lindo, muchas gracias y no, no me afecta que me digas corona en lugar de Tiara. Bueno, mientras tú haces  lo que tengas que hacer, iré por mi desodorante, ya vuelvo -canturreé.

Salí del baño y fingí buscar un desodorante en mi maleta. Obvio estaba escarbando sin buscar nada. Me arrodillé y comencé a abrir las bolsas de las maletas, haciéndome la tonta.

-Listo.

-¿Seguro? –le pregunté mientras fingía seguir buscando.

-Sí.

Volteé, aun arrodillada y grité más fuerte que las otras veces juntas. Mi vecino estaba desnudo. Desnudo frente a mí. Primero vi su pecho lampiño tan relleno y bien formado que parecía ser copa D. Tenía ambos pechos tatuados con grandes figuras cuestionables. Rápidamente bajé de vista hacia sus marcados abdominales igualmente tatuados, su abdomen bajo con una V marcada entre las piernas y un tatuaje con letras en árabe, quizá. Su pelvis tenía vellos perfectamente recortados y cuidados. Mi mirada siguió bajando hasta que llegó ahí. Su pene...eso, estaba colgándole como tercer pierna y yo no podía creerlo. Tenía un pene bastante grande para ser real, circuncidado y muy venoso. Quizá veinte centímetros le medía y eso que no estaba erecto. También tenía unos testículos lampiños que estaban del tamaño de dos bolas de ping pong y colgaban bastante. ¿Acaso eso es normal? ¿Tenía alguna clase de tumor? 

Ah y lo peor: lo tenía a centímetros de mí y cada vez crecía más y más...

-¡Maldito cerdo! –mi grito falló y salió más como una anciana con cáncer terminal regañando. Volteé a ver a otra parte sin poder pensar con claridad cómo rayos actuar.

-Vamos, vuelve al baño y báñate conmigo, nena. No muerdo. Espero tú tampoco porque si no, me va a doler. Me gusta salvaje pero lo justo para gozarlo.

De no ser por mi estado tan horrorizado e indignante, me hubiera reído. Estaba viviendo otro cliché de un chico tatuado, fumador, con un pene de toro, que me apodó nena y quería tener sexo conmigo. Ah y lo más chistoso, yo era virgen. Ahora, una cosa es ser virgen y otra es ser santa. Yo era la primera pero no la segunda. Y gracias a Dios porque en caso de ser santa, no hubiera visto porno y no hubiera podido corroborar que su pene no era normal.

-¡Déjame en paz! -grité indignada -¡Vete o... o le hablo a la policía!

-Háblale –contestó calmado, encogiéndose de hombros y claramente, gozando la situación.

Lo odié. Miré sus piernas musculosas, bronceadas y velludas. No tenía la típica división de piel donde un lado era más bronceado y el otro era pálido. Todo su bronceado era perfectamente uniforme. Tenía vellos pero no tantos para parecer mono.  Miré sus fuertes pantorrillas para no ver la enorme cosa que le colgaba en la parte de arriba. Tenía uno que otro tatuaje no tan grandes como los de sus brazos pero eran bastante visibles y llamativos. Miré sus pies y me parecieron los pies más perfectos. Eran delgados y largos. Tenía los dedos juntos, con las uñas cortadas y cuidadas. Tenía un arco elevado y muy elegante, tanto que hasta envidia me dio... ¿Por qué rayos me enfocaba en sus pies?

-Eres un disgusto, maldito marrano –me levanté del suelo, tapé con mi mano la visión de su cuerpo desnudo. Él se carcajeaba, divirtiéndose de mí.

Me metí al baño y como era de esperar, no había limpiado nada en la regadera. Puse los ojos en blanco. Vi que su camiseta estaba ahí, así que para darle la lección, la agarré y con eso limpié el piso, recogiendo los cadáveres de las cucarachas y quitando las telarañas. Abrí la llave y el agua comenzó a salir. Tuve una arcada al ver que era agua negra.

-Oh nena, tienes arcadas con facilidad. Mi verga no te cabrá mucho, ¿verdad?

Volteé con la cara roja de humillación. Vi su ojo en un agujero en la puerta. Su ojo era de color  verde exuberante, casi azul. Me miraba con atención y yo, en lugar de reaccionar cohibida, le lancé la camisa con toda la sucidead.

-¡Hija de perra! –Ladró mientras se levantaba.

Ahora yo me reí al pensar en que le había caído polvo o mejor aun, un cadaver de cucaracha en el ojo. Toqué el agua y la noté helada. Me dio igual. Era ahora o nunca, ya que el maldito pervertido de mi vecino estaba chillando por la tierra que le lancé.

Rápidamente me desnudé, agarré mi shampoo, estropajo y jabón de lavanda y comencé a bañarme lo más rápido que pude. En cuanto cerré la llave y agarré mi toalla para enrollar mi cuerpo en ella, la puerta del baño se abrió con un golpe sobresaltante, dejándome expuesta a mi vecino, quien ahora solo tenía una trusa blanca muy pegada, muy chiquita y con una banda elástica que decía: Calvin Klein. No entendí cómo de la nada tenía una trusa pero no importaba la lógica, solo importaba que sobreviviera ante su felina mirada. Visualizó su camisa llena de polvo, cadáveres deshechos de cucarachas y de telarañas. Soltó un bufido.

-Vas a pagar por eso, malcriada –dijo acercándose a mí.

Se podía ver la cabeza de su pene por encima de la tela. Sus ojos verdes estaban puestos en mí, con hambre de venganza. Era presa de él y en lugar de sentirme excitada (a pesar de que él era como un dios griego, todo cliché de novela romántica), me sentí acorralada y en peligro.

Cuando estuvo a cinco pasos de mí, hizo lo que me temí: se bajó la trusa. 

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