Capítulo 18.

5.4K 322 30
                                    

Toda la tarde restante y la noche la dediqué a finalizar la tarea. Pude terminar de contestar medio libro y un cuaderno completo con preguntas aburridísimas. No sabía cómo era posible que una clase tan aburrida, Ian la convirtiera en algo interesante y entretenido. Cuando comencé a bostezar, me metí a bañar y una vez salí, cené un plato de yogurt con manzanas, bananas, peras y almendras. Después de lavarme los dientes, estaba lista para dormir.

Mis pensamientos se volvieron tortuosos mientras estaba consiliando sueño. ¿Qué pasaría mañana cuando viera a Ian como mi maestro? ¿Qué pasaría con Ernesto? ¿Y si Ian contaba lo que me había hecho? Mi corazón comenzó a latir con fuerza y empecé a sentir falta de oxígeno. Me incorporé en mi cama y me recordé una y otra vez calmarme. Estaba entrando en mis ataques de ansiedad, así que agarré un pequeño gotero que tenía en mi buró de alado de mi cama y me puse unas cuantas gotas de esencia de lavanda debajo de mis fosas nasales. Respiré varias veces para calmarme y cuando empecé a bostezar, me atreví a acostarme de nuevo y caí dormida profundamente.

Cuando desperté y miré el reloj, casi me da un infarto al ver que faltaban diez minutos para que fueran las ocho de la mañana. Detestaba ponerme la escencia de lavanda porque siempre que lo hacía, parecía que me desmayaba en lugar de dormir. Me levanté, saqué de mi clóset un vestido rojo sin mangas con cuello de tortuga, una boa de peluche igualmente rojo y un par de tacones de aguja del mismo color. El rojo definitivamente era el color que mejor me quedaba. El rojo y el dorado, por supuesto.

Una vez me cambié, cepillé mi cabello y lo agarré en una media coleta. La boa me la coloqué alrededor de mis antebrazos en lugar de en mi cuello. Me adorné con un collar en forma de abanico de cristales. Me puse perfume, agarré mis cuadernos y los metí en una bolsa igualmente de peluche rojo y rápidamente, salí de mi casa.

Llegué a la escuela faltando dos minutos para las ocho y cuando llegué al salón, todos ya estaban en su lugar, sacando sus útiles de sus debidas mochilas.

Ian estaba sentado detrás de su escritorio en su silla giratoria. Volteó a verme y su boca formó una O al ver lo que llevaba puesto. Yo, ignorando su sorpresa y que me estaba mirando de más, caminé lentamente, contorneándome con cada paso que daba hasta mi butaca. Era consciente de que todos me estaban viendo pero la mirada que más se sentía era la del insoportable maestro.

-Buenos días, señorita Evans –saludó Ian con un tono frío y formal.

-Buenos días, maestro Gonzales –respondí de la misma forma.

La tensión entre nosotros era palpable, pero yo fingí que nada ocurría. Ernesto que estaba a lado de mí, me tocó el brazo con una pluma, muy disimuladamente.

-Oye... ¿crees que pueda hablar contigo? –preguntó en susurros.

-Claro que sí –yo en cambio, respondí fuerte y claro.

-Favor de no hablar en clase –Ian nos regañó –gracias.

-Aun no es hora, falta un minuto –respondí sin dignarme a verlo –¿dónde quieres que nos veamos?

-Señorita Evans, guarde silencio. Me daría mucha vergüenza expulsarla de mi clase- Ian interrumpió otra vez.

-Falta un minuto –dije haciendo énfasis en cada palabra.

-Yo soy el maestro, yo sé cuándo empieza mi clase, Tiara –perdió la compostura. Volteé a verlo y vi que estaba inclinado ligeramente hacia mí –Señorita Evans.

Me callé. Era muy temprano para empezar a pelear. Así que saqué mis útiles de la mochila y una vez acomodé todo perfectamente en mi mesita, comenzó la clase en la cual, no miré a Ian ni una sola vez, a pesar de que yo sentía que él sí me miraba.

TiaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora