Capítulo 5.

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Al día siguiente amaneció haciendo calor. Estaba el clima como de playa: húmedo y sofocado. Así que opté por usar un vestido de alta costura que había visto en una pasarela en el 2017 en Madrid. Era un corset rosa mamey sin mangas y sin hombros que me llegaba a la mitad del pecho. La falda era como forma de lámpara. Era tiesa, a lo mejor estaba hecha con cartón o no sabía muy bien pero se veía divina y más porque encima tenía unos pequeños pompones de color rosa mexicano cosidos, esparcidos por la falda. Me aventuré y me coloqué unos tacones abiertos de color plateado. De seguro se me meterían un montón de piedras y tierra pero me daba igual. A parte, mis uñas de los pies seguían pintadas de rosa mexicano, combinando a la perfección con los pompones de mi falda. Para terminar, me agarré el cabello en una media coleta y me coloqué unos lentes oscuros circulares Dolce& Gabanna de color carne, efecto nude. Estaba lista y, como otra vez tenía clase de tres horas con Ian, agarré mi cuaderno de apuntes, un estuche de peluche rosado y un libro de Negocios. Estaba lista.

Salí de mi casa sin sonreír. Uno de los vecinos de la quíntuple casa, me saludó no sin antes haberme revisado el cuerpo completo. Lástima que no se podían ver mis ojos que los había puesto blancos por su indiscreción. Seguí caminando y tal cual lo predije, una piedra se me metió a la suela y me picó el centro del pie. Gruñí y me la quité. Apresuré mi paso.

Una vez llegué a la escuela, noté que un grupo de chicos estaba afuera fumando, recargados en un árbol. Me chiflaron y me dijeron algunas cosas que, gracias a dios, fueron indescifrables para mí. Yo seguí con la espalda recta, seria y caminando como había aprendido en un curso de verano que tuve de modelaje. Si pudiera tener una canción de fondo, sin duda pondría Bootylicious de Destiny's Child. Las chicas obviamente me miraban y se burlaban, demostrando toda la envidia que me tenían. Era lógico. A lo mejor esa era la única vez que habían visto un vestido de cuatrocientos mil dólares.

-Buenos días –saludé entrando al salón.

Demonios. La clase ya había empezado.

-No puede entrar, Evans, llega tarde –Ian, me avisó con autoridad.

No pude evitarlo. Me quité las gafas con agresividad pero mi cara se volvió tierna cuando lo vi, como un perrito abandonado. 

-¿Por favor? –pregunté sonriendo con vergüenza.

-No.

-Qué grosero –respondí cruzándome de brazos pero sin moverme de mi lugar.

-Evans, le voy a pedir que por favor se vaya, está interrumpiendo la clase.

-Yo estoy inscrita aquí, merezco entrar.

-Hay reglas, Tiara. Una de ellas es llegar puntual. ¿Acaso estoy exagerando en correrla si infringe las reglas?

Todos se rieron, burlándose de mi situación. Puse los ojos en blanco.

-Y no hay nada que papi y mami puedan hacer para hacerme cambiar de opinión, ¿quedó claro?

Quedé boquiabierta. Recordar a mis padres fue un golpe bajo. Lo miré con cara de enojo y él, como era de esperar, no me despegó la mirada. Sus ojos se realzaban mucho más con esa camiseta color café. Hacían una combinación muy exuberante. Llevaba una gorra con la cual, recogió su cabello; se veía tan poco profesional y más porque tenía la visera hacia atrás. Qué infantil. No me atreví a mirar para abajo y avivar imágenes indeseadas en mi mente. Apenas y pude dormir la noche anterior pensando en lo que había sucedido con este imbécil que ahora tenía enfrente, corriéndome del salón.

-Está bien –contesté volteándole la cara y mirando en dirección a Ernesto, quien yacía disfrutando de la situación. Sabía que estaba comiendo palomitas mentalmente –Ernesto, te veo en la salida para que vayamos a desayunar...

TiaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora