Capítulo 29.

4.8K 290 34
                                    

Me levanté de mala gana. Eran las 7:40 y la verdad, debatí en si ir o no a la escuela. Realmente empecé a pensar que era una estupidez que la gente asistiera a la escuela en sábados, pero a la vez, era necesario y más para mí, quien estaba atrasada rotundamente. Así que con un quejido exagerado, me levanté de mi cama.

Me había olvidado de la tarea que tenía pendiente con Ian. Realmente él no me había acordado, así que supuse que a él también se le había olvidado. También, me acordé de que los mentados exámenes que había anunciado nunca habían llegado. ¿Será que todo fue una estrategia para acercarse a mí? Oh por Dios, no podía creer que siguiera pensando que yo le importaba. Ya lo había visto tener sexo frente a todo mundo y sobre todo, con un hombre. También lo había escuchado decirle a mi amigo "corazón" y "te quiero", ¿qué otra prueba necesitaba para entender que yo no le importaba de la forma que quería importarle?

Opté por vestirme de negro. El clima estaba nublado y según mi iPhone, iba a llover. La idea de que lloviera me emocionaba. Si bien, antes odiaba la lluvia porque arruinaba todos mis planes, ahora la anhelaba porque eso era lo que quería: que arruinara cualquier plan que se presentara. Así que agarré una blusa de manga larga color negro donde en los hombros y el cuello estaban hechos de encaje. Lo demás era monótono y negro, al igual que los leggings entallados y asfixiantes que decidí ponerme. Acompañé mi conjunto con unos tacones de aguja aterciopelados. Agarré mi cabello en un moño con algunos mechones sueltos y decidí agarrar mis lentes de lectura. Una vez estaba lista, agarré mi bolso de mano aterciopelado y salí, no sin antes retocarme los ojos con máscara para pestañas.

Una vez llegué al salón, noté la tensión palpable. Primero, en cuanto llegué, Ian me miró y se le iluminó la mirada por un microsegundo. Yo obviamente le volteé la cara y caminé lo más dignamente que pude hasta mi asiento. Ernesto se acercó para hablar conmigo pero yo, sosteniendo mi palabra, no le hablé para nada. Él me pidió perdón pero yo solamente le contestaba que me dejara de hablar. Eso lo devastó pero al final, sí me dejó en paz.

Ian estaba de buenas, se le notaba. En la clase, bromeó de más y hasta se puso a platicar acerca de su vida para compartirnos aprendizajes que iban con el tema. Se veía tan juvenil y más con esa camisa de franela con estampado de cuadros en tonos cálidos. Llevaba unos jeans de color caqui con algunas rupturas en los muslos y unas botas de constructor color cafés. Iba despeinado y eso era lo que le dio el look más juvenil todavía.

Ian me miró y sonrió. Maldito.

-Señorita Evans, ¿le gustaría compartir a la clase algo que aprendió de la clase hoy?

Me quedé estupefacta. Nunca había preguntado semejante cosa ni a mí ni a ningún otro compañero.

-No –contesté sin dignarme a verlo.

-Por favor –me ordenó.

-No estaba prestando atención –fui honesta. Crucé una pierna encima de otra mientras juguetaba con mi pluma con un pompón gigante en la parte superior.

-¿Y eso? –preguntó intrigado. No lo volteé a ver en ningún momento.

-Muchas cosas, maestro –me atreví a mirarlo. Su mirada era confusa y no pude descifrarla, así que opté por volver a no mirarlo.

-¿Le gustaría compartir alguna de esas cosas que tiene en su cabecita? –preguntó.

-No –repetí entre dientes –no, no quiero. ¿Acaso esta clase se va a convertir en una de psicología y todos hablaremos de nuestros problemas? –alcé la voz.

-Sí –Ian contestó calmado. Eso me enojó más.

-Pues no, yo no quiero ser psicóloga y creo que todos los que estamos aquí tampoco. Si no, ¿entonces para que estamos en esta carrera?

TiaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora